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fingiendo tanta calma como puedo, hasta que entro en el cuarto de baño unisex y me encierro en un cubículo. Estoy sudando otra vez, así que cojo algo de papel higiénico y me limpio las axilas. Ya se me están formando manchas en la camisa. Nota mental: No levantar los brazos en todo el día.

      Después de un minuto o dos de respirar hondo y abanicarme las manchas de sudor con las manos, abro la puerta y salgo, recordando las palabras de Parker: si tengo que vomitar, vomitaré, pero después me levantaré y seguiré adelante.

      Tengo un sueño que perseguir.

      4

       film2

      —Sala 121, 121, 121… —murmuro mientras camino por el pasillo y miro los números de las puertas.

      Llevo mi nueva tarjeta oficial colgada al cuello y se balancea a cada paso que doy. Llego a la sala de conferencias en la esquina, que tiene un letrero en la puerta que reza:

       121SALA DE GUIONISTASDE SILVER FALLS

      Justo como me la describió Angela, la chica mona de recepción.

      Me tomo un momento para prepararme. Inspirar profundo, espirar despacio.

      Ha llegado el momento de ir a por lo que quieres, Bex.

      Llamo a la puerta, pero solo me responde el silencio. Alguien sale de la oficina que hay detrás de mí y echa a caminar por el pasillo. Intento sonreírle, pero ni se ha dado cuenta de mi presencia. Vuelvo a llamar a la puerta. Sin respuesta.

      ¿Llamo una tercera vez? A lo mejor me están diciendo que entre, pero no los oigo. ¿Debería entrar sin más? Puaf, me siento un desastre total. Rozo la manija de la puerta con los dedos, la bajo un poco, espero y escucho. Sigo sin oír nada.

      —Eh… ¿Hola?

      Abro la puerta. Espero no interrumpir nada. Una sala vacía me da la bienvenida.

      —¿Hola? —digo de nuevo, por si acaso.

      Qué raro. Angela dijo que estarían aquí. Echo un último vistazo al pasillo vacío y entro en la sala. Hay una mesa alargada en mitad de la estancia con ocho sillas de oficina y un bote lleno de rotuladores para pizarra en el centro. En la pared más alejada hay un sofá bajo una ventana que da al aparcamiento del personal. Sin embargo, lo que más me llama la atención es la pizarra blanca en la pared de detrás de la mesa: no puedo apartar los ojos de ella. Está cubierta de post-its, frases de diálogos e ideas para el próximo episodio.

      Avanzo unos pasos y observo la pared de la derecha, que está empapelada con fotos de los rostros del reparto, los nombres de sus personajes y más post-its. Encima hay dibujada una cronología que destaca todos los momentos cruciales de la primera a la sexta temporada, la actual. Está el episodio en el que murió la novia de Jonah, Katie. Uf, lloré una barbaridad esa noche. Y el episodio en el que Tom instó a los otros licántropos a ir a la guerra contra los vampiros; en mi opinión, uno de los mejores hasta la fecha.

      —¿Te puedo ayudar en algo? —pregunta una voz desde el pasillo.

      Doy un brinco, como si me hubieran pillado haciendo algo malo. Un hombre me devuelve la mirada, esperando respuesta.

      —Hola —digo con una sonrisa—. Soy Bex, la nueva becaria.

      El hombre ladea la cabeza.

      —No sabía que tendríamos una nueva becaria esta temporada.

      —Ah, pues… —Le enseño la tarjeta que llevo colgada del cuello—. En teoría, voy a estar en la sala de guionistas con Malcolm Butler.

      Hace una mueca como si le hubiera llegado un tufo de algo desagradable.

      —Yo soy Malcolm Butler.

      Le miro con ojos entrecerrados. No se parece a Malcolm Butler; al menos, no a la foto de su perfil de Twitter. Pero cuanto más busco el parecido en su rostro, más lo encuentro. Parece mayor, con más canas y patas de gallo, y lleva una barba descuidada.

      Mierda. No me creo que no haya reconocido al gran Malcolm Butler. Es el showrunner desde la cuarta temporada de la serie y un peso pesado en la industria desde antes de que yo naciera. Me sonrojo de vergüenza y, por alguna razón desconocida, le saludo agitando la mano.

      —¡Hola! Es genial conocerlo. ¡Soy muy fan!

      Él asiente con la barbilla y deja su bandolera sobre la mesa.

      —Ahora mismo tenemos reunión para repasar el guión del próximo episodio.

      Ay, Dios. Estoy a punto de escuchar a los guionistas de Silver Falls hablar del próximo episodio. Ay, Dios, Dios, DIOS.

      —Genial. —Trato de sonar relajada, pero no puedo dejar de sonreír.

      Me siento en una de las sillas que hay a la mesa, pero al instante me doy cuenta de que la he cagado; Malcolm me mira como si le hubiera ofendido.

      —No —dice—. La mesa es para los guionistas.

      Me levanto tan rápido que golpeo la silla contra la pared y una de las fotos del reparto cae al suelo. Con voz entrecortada, me disculpo:

      —Ay, Dios, ¡lo siento muchísimo!

      Corro a recoger la foto y colgarla donde estaba. Mientras tanto, él me observa, suspira y, con toda seguridad, comienza a despreciarme en tiempo récord. Luego me voy al otro lado de la sala y me quedo de pie, avergonzada.

      Se instaura un silencio insoportable que dura unos momentos. Miro a todas partes menos a él. El sudor me chorrea por la espalda de los nervios.

      —Pareces muy joven para ser becaria —dice Malcolm entornando los ojos.

      No es una pregunta, pero la sospecha que hay en su voz me empuja a darle una respuesta.

      —Me dan créditos para la universidad.

      Él asiente.

      —¿La Universidad de California en Los Ángeles?[2]

      Me froto la nuca.

      —No, un grado técnico en un colegio universitario.

      —Mira —dice él por fin—, en general, no admitimos becarios en la sala, pero Ruby, que es la nueva directora de la cadena, es muy de… —Se para y hace un gesto de comillas con los dedos—. «El que llegue primero, que ayude al compañero». Como si esto fuera una especie de programa público para fomentar la inclusividad y no un negocio. En fin, ella es la jefa y, por suerte para ti, eso significa que puedes quedarte.

      —Gracias —respondo, aunque estoy un poco ofendida.

      —Antes de que lleguen los demás, cuéntame —continúa él—. ¿Tienes algún familiar en la industria?

      —No. No tengo mucha familia. Solo somos mi madre, mi tía, mi primo y yo. Ay, espere… Sí, en realidad trabaja en maquillaje.

      —¡Ah! —dice, como si por fin le interesase algo mío—. ¿Para qué productora? ¿Tu madre o tu tía?

      —Mi primo. Es autónomo. Maquilla y peina sobre todo para sesiones de fotos.

      Malcolm baja las cejas.

      —Entonces no tienes ningún familiar ni en cine ni en televisión.

      Sacudo la cabeza.

      —Supongo que no.

      Él abre el portátil, pero sigue preguntando:

      —¿Te interesa la escritura de guiones?

      —Mucho. —Los ojos se me iluminan.

      —O

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