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Zombicienta. Freya Hartas
Читать онлайн.Название Zombicienta
Год выпуска 0
isbn 9786075572765
Автор произведения Freya Hartas
Серия Cuentos de hadas estropeados
Издательство Bookwire
Era en los días más apagados,
con los cielos más encapotados,
cuando más extrañaba a su padre Cenicienta.
Lo habían enterrado en la parte trasera.
Bajo una lápida gris pedernal
en los campos donde Letargo corría,
donde las ortigas y los zarzales
a las amapolas daban paso.
Había visitado su sepultura
cada vez que oportunidad tenía.
Letargo, su fiel montura,
la acariciaba con el hocico
mientras caminaba a su costado.
Su único amigo.
Su única familia.
Montaba a Letargo sobre los grises campos,
de las tierras de su padre
los últimos saldos,
con vestidos de harapos heredados,
se sentía liberada.
Aferrada a la encanecida crin
avanzaban sobre el rastrojo
de los cultivos desamparados.
Letargo no era tan raudo
como alguna vez había sido.
Era más su galope
un dolorido trote
que veloz recorrido,
¡más renguear
que acelerar!
Los huesos
de su alguna vez musculoso lomo
en Cenicienta se encajaban con dolo,
pero ella necesitaba montarlo
una
última
vez.
Desde los límites del campo
ella podía ver el sinuoso
y polvoso camino que conducía
a Villasombría.
Un encantador pueblo
mucho tiempo atrás
que ahora se asentaba enconado…
olvidado.
Mientras acariciaba de Letargo su gris pelaje,
notó cómo su aliento
salía en bocanadas largas y marchitas,
cómo se sacudían sus costillas,
cómo sus piernas antes fuertes se estremecían.
“¡Está bien, Letargo, descansaremos ahora!”
Letargo relinchó agradecido.
Aunque si hubiera podido
hasta la luna plateada por ella habría corrido.
Cuando emprendían el retorno
de Cenicienta la mirada
quedó enganchada,
conmocionada,
atraída
por la vieja mansión abandonada
en la cima
de la colina.
Una mansión con cinco torres,
extendidas como dedos
levantándose de una palma.
A un tiempo terrible
y hermosa.
A un tiempo agarre y puño.
¡Tocotoc tocotoc!
¡Tocotoc tocotoc!
¡Tocotoc tocotoc!
Los caballos
eran más grandes que cualquiera
que jamás hubiera visto Cenicienta.
Más negros que sus párpados
a la hora de las pesadillas.
Galopaban por el sinuoso camino
que a la mansión conducía
en lo alto de la colina.
Había tres
grupos de seis
cada caballo tirando
un carruaje diferente
a cualquier cosa que Cenicienta
hubiera antes visto.
Los carruajes
eran bajos
muy
bajos.
Le recordaban algo
que ella no podía precisar.
Y coloreaban un negro profundo
que se negaba a reflejar
del sol su ocaso.
Detrás del último carruaje
una voluta,
una nube
se fue elevando,
dirigiéndose hacia Cenicienta y Letargo
como un oscuro presagio.
Letargo intentó un relincho
que salió como un chirrido.
“Está bien, Lenti.”
La nube se acercó
como un enjambre
de murciélagos.
Cenicienta podía sentir
cómo su corazón comenzaba
a acelerarse.
Debajo de ella,
en los músculos de Letargo empezaba
una lenta contracción.
“Por favor, Lenti, sólo por mí, una vez más.
Mostrémosles el significado de la velocidad.”
Cenicienta hundió sus talones
en el huesudo costado de su caballo,
y de inmediato sintió una punzada de contrición.
Pero en él se agitó
un recuerdo,
una sombra
de su antiguo yo.
Y por el más breve de los instantes,
sintió de la juventud el pulso
zumbando en sus venas.
Al galope se alejaron,
y de murciélagos la nube
atrás dejaron.