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entendí que, jugando con los sentimientos, Kendra había obtenido lo que necesitaba: entrar en la mansión y aprovecharse de la libertad que le concedía para traicionarme y usar todo lo que podía en mi contra. ¡Y todo eso por echar un polvo! ¡Menudo idiota!

      Todavía estaba dándole vueltas a mis errores cuando Kendra abrió los ojos. Después de que los médicos me hubieran anunciado que se iba a despertar en breves, corrí a la clínica privada para enfrentarme a ella y hacerle pagar las mentiras y las artimañas que había usado contra mí.

      En ese momento cogí un revólver, porque tras la discusión animada con Ryan sobre la verdadera identidad de esa mujer ya no confiaba en ella, y no iba a dudar en vengarme.

      Me senté tranquilamente en el borde de la cama, a su lado, esperando a que se despertase del todo, los medicamentos que le habían dado la habían dejado adormilada.

      A pesar del hematoma morado en el pómulo derecho y la palidez mortal de su rostro, todavía estaba muy guapa, tenía una belleza que ahora ya me era indiferente, hasta me repugnaba.

      Esperé a que posara sus ojos en mí. Su mirada plateada parecía ahogada en el vacío a causa de los analgésicos, pero abrió los ojos como platos al verme.

      Le sonreí satisfecho y me acerqué lentamente a su rostro, saboreando aquella pizca de miedo y de sorpresa que leía en su mirada.

      —Dime, mentirosilla, ¿estás lista para pagar las consecuencias de tus mentiras? —le susurré en voz baja.

      Vi que entreabría los labios carnosos y perfectamente delineados, pero no produjo ningún sonido.

      —Me tomo tu silencio como una afirmación —dije, sacándome la pistola del bolsillo.

      —¿Quién eres? —me preguntó ella débilmente, mientras me disponía a empuñar el arma.

      Me reí con una risa gutural y fría, casi como una amenaza. Me habría gustado cogerla por el cuello y sacarla de la cama de tan furioso que estaba.

      —¿En serio todavía quieres jugar conmigo? ¿Tan segura estás? —le espeté, decidido a no dejarme engatusar de nuevo.

      —Yo… Yo no sé… Yo… —balbuceaba incómoda, mirando a su alrededor con la mirada perdida.

      —Cuidado con lo que dices, Kendra, no te daré una segunda oportunidad. ¿He sido lo bastante claro? —dije deteniéndola, pero mi amenaza pareció desencadenar la reacción inversa.

      —¿Quién es Kendra? —preguntó, empezando a temblar agitada.

      Parecía aterrorizada.

      —¿Dónde estoy? —balbuceó, intentando levantarse para sentarse, pero eso sólo le provocó más dolor, lo cual la hizo gemir— ¡Me duele! —dijo suspirando, llevándose la mano al pecho, al lugar donde le había impactado la bala— ¿Qué me ha pasado? —dijo estremeciéndose por el dolor, mirándose el brazo vendado y tocándose los moratones del rostro y de las piernas cuando se quitó las sábanas.

      Aquello duró tan solo un instante. De repente, toda aquella calma aparente desapareció, dejando lugar al miedo de Kendra que se debatía como un animal enjaulado. Temblorosa y conmocionada, se arrancó el gotero e intentó levantarse.

      —Es inútil que intentes huir —cogiéndola por los brazos la postré en la cama cuando intentó levantarse otra vez.

      Fue bastante complicado inmovilizarla, de tanto que forcejeaba de manera frenética y alocada a causa del dolor. Intentaba ponerse de pie, a pesar de todo, apoyándose en las piernas, y vi que se tambaleaba. Estaba pálida como la cera y tuve que sujetarla por la cintura para que no se cayera al suelo. Kendra se dejó caer contra mí.

      —Me da vueltas la cabeza —murmuró rodeándome el cuello con los brazos.

      La levanté y ella se aferró fuerte contra mí, como si temiese desplomarse. La acompañé de vuelta a la cama, y poco a poco me soltó el cuello, me pasó las manos por los hombros y por todo el brazo.

      Si no hubiese estado tan conmocionada y temblorosa, habría creído que me estaba provocando para seducirme. Su tacto ligero y delicado tenía algo íntimo y tierno, pero yo no dejaba que me excitara.

      Iba a recular cuando de repente su mano derecha se apoderó de la mía. Su tembleque cesó de inmediato. La miré.

      Ella me miraba desde su lado. Tenía una expresión perturbada, pero sus ojos me miraban fijamente como si esperase encontrar en mí una respuesta.

      —¿Y ahora, te acuerdas de mí? —pregunté.

      De nuevo me enfrenté a su silencio, me separé de ella, pero apenas mi mano se soltó de la suya, Kendra, asustada, se sobresaltó y se levantó bruscamente para volver a cogerla. Fue un gesto que le provocó dolor en el pecho otra vez. Gritó de dolor y eso le impidió que se abalanzase sobre mí.

      Kendra

      Me palpitaba la cabeza sordamente y no entendía nada. No tenía ni un solo recuerdo en mi cerebro y ni una sombra del porqué, sólo había dolor y confusión.

      Ese hombre ante mí me daba miedo, pero a la vez me tranquilizaba un poco. ¿Era porque parecía conocerme? Pero su mirada y su actitud, severas e implacables, resonaban como una sirena de alarma para mí.

      Una parte de mí quería huir, mientras que otra me suplicaba que me quedase y le pidiese ayuda. No sabía qué hacer, y cuando una nueva ola de miedo y de dolor me embistió, sólo sentí vagamente algo familiar cuando me encontré entre sus brazos.

      ¿Quizá era el perfume de su piel? Una esencia a madera, fresca y cargada de aromas. Intensa y viril. Me recordaba confusamente a algo… ¿pero al qué?

      Y ese rostro…

      Ya lo había visto, pero todo era tan confuso en mi mente, al menos hasta que su mirada llamó la atención de la mía. Percibía algo en esos ojos de un negro ébano. Era algo salvaje y a la vez conocido; poderoso y magnético, pero también elegante, al igual que la ropa que llevaba.

      De repente, sentí una cierta timidez frente a esa mirada que me observaba, como si soliera recular para evitar desencadenar su lado agresivo, el cual estaba listo para salir de él y destruir a cualquiera que se encontrara cerca.

      Por fin esa voz… Sí, la reconocía. Estaba segura. Era esa voz que me había desconcertado tanto porque estaba segura de haberla oído antes; pero fue ese tono grave, rudo y con un acento extranjero, lo que me puso nerviosa.

      Hasta sus palabras me asustaban. Busqué su significado, la razón por la cual estaba tan enfadado conmigo, pero no la encontré. Ese pensamiento hizo que perdiera la calma y estaba dispuesta a huir de ese peligro que sentía planear por encima de mí cual espada de Damocles.

      Estaba aterrorizada y a la vez debilitada, tanto que mis piernas no podían mantenerme, pero, a punto de desmayarme, pude retomar el aliento entre sus brazos, tranquilizada por el olor de su piel.

      Sin embargo, me dejó, y mientras con mis manos le recorría los brazos hasta la punta de los dedos, sentí sin previo aviso el pánico que me embargaba y me ahogaba. Cuando vi que su mano se separaba de la mía, me invadió un miedo inexplicable.

      Me veía como desde fuera, como una espectadora, mientras que mi cuerpo se iba hacia lo que parecía ser la única salida antes de caer definitivamente al vacío.

      Me incliné hacia delante cuando, de repente, sentí una punzada de dolor en el pecho, un poco por debajo del hombro izquierdo, como si me apuñalasen. Sólo duró un breve momento, y un instante después el mundo real se oscureció a mi alrededor.

      Me sentí desconectada de la realidad, como si hubiera aterrizado en otro universo. Estaba en lo alto de una gran escalera, ancha y elegante. Tenía delante de mí la mano de ese hombre. La tenía tendida frente a mí y podía sentir que mi cuerpo se iba hacia ella, pero el dolor en el pecho me vino de nuevo

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