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Estás En Mis Manos. Victory Storm
Читать онлайн.Название Estás En Mis Manos
Год выпуска 0
isbn 9788835419174
Автор произведения Victory Storm
Жанр Триллеры
Издательство Tektime S.r.l.s.
Había pasado casi un año desde nuestro último encuentro, pero de repente me vino a la mente la imagen de mi ex. El pelo rubio, los ojos azules, una mandíbula cuadrada, la nariz aguileña, estatura y peso en la media… Reprimí una exclamación: “¡Ryan!”
De repente me giré, alterada. Él también se había girado y se había quitado las gafas. Tenía el pelo más largo y llevaba barba, pero sin duda era él. ¿Cómo podía ser? Volví a pensar en aquel año con él y en los problemas que tuve… Me acordaba de todas las veces que le confié mis dudas sobre el hecho que otra persona de mi entorno iba detrás de mí.
—¿Cómo has podido hacerme esto?
Entendí en ese instante que era él quien me había puesto palos en las ruedas desde el principio. En aquel preciso instante entendí todo lo que me había manipulado y cómo se había esforzado en involucrarse en mis planes. Como por instinto, busqué la pistola que tenía escondida en el fondo del bolsillo de la falda, pero me di cuenta demasiado tarde que me la había dejado en la habitación cuando Alekséi me había llamado. Ryan hizo lo mismo y vi de repente el cañón de su arma apuntándome.
—Kendra, no te lo tomes como algo personal, pero sólo uno de los dos saldrá vivo de aquí.
—No es necesario que esto acabe así —intenté convencerlo, bajando lentamente los escalones sin darle la espalda.
Estaba claro que iba a delatarme a Alekséi, a partir de ese momento ya no tendría ninguna escapatoria. ¡Tenía que dejar la mansión a toda leche! Además, después de la humillación que había vivido, la rabia me movió a coger el teléfono móvil para llamar inmediatamente a mis contactos del exterior para decirles que no se fiaran de Ryan.
—¿Qué diablos pasa aquí? —gruñó la voz de Alekséi, desviando la atención de Ryan.
Yo tenía suficiente experiencia para entender que me habían pillado, así que hice lo único que todavía se podía hacer: cogí el teléfono y empecé a escribir un mensaje para explicar lo que pasaba.
—¡Suelta ese móvil! —gritó Ryan fuera de sí en cuanto se dio cuenta, cogiéndome poco antes de que enviase el mensaje.
Vi que Alekséi detenía a Ryan con un gesto y se dirigió hacia mí. Su mirada parecía una fina lámina gris de escarcha, dispuesta a romperse y estallar en mil pedazos, los cuales alcanzarían a cualquiera que estuviera cerca.
Unos ocho meses a su lado me habían enseñado que él no habría dudado en hacerme pagar caro cada segundo que había pasado junto a él y que yo había aprovechado para fines personales. El perdón era algo que él jamás me habría concedido. No tenía ninguna duda sobre eso. Haría lo que fuese para destruirme. Pero únicamente después de una confesión completa para descubrir hasta dónde había llegado yo actuando de aquella manera durante todo aquel tiempo.
—Dame tu móvil —resopló con una voz rara a un paso de mí, tendiéndome la mano.
Miré rápidamente la pantalla, y eché de menos los antiguos móviles donde sólo bastaba con apretar una tecla fácilmente identificable en vez de ser todo visual. Sólo tenía que apretar “Envía” con el pulgar. Iba a hacerlo, cuando la mano de Alekséi me alcanzó rápidamente. No me dio tiempo a mover el brazo para evitarlo, pero al mismo tiempo sonó un disparo en la mansión.
No vi el proyectil que venía en mi dirección, y entonces sentí un fuerte dolor a la altura del pecho que me cortó la respiración y me echó hacia atrás. Los tacones de mis zapatos perdieron el punto de apoyo y antes de que pudiera agarrarme al brazo de Alekséi, caí al vacío. Apenas pude tocar los dedos de Alekséi antes de empezar a descender hacia mi propio fin. La última cosa de la que me acuerdo era pronunciar débilmente su nombre, como una llamada de auxilio desesperada y luego… el dolor.
Sólo el dolor me hacía sentir viva, a pesar de la bala alojada a unos centímetros del esternón y los golpes contra los escalones mientras caía hasta los pies de la escalinata.
Y luego la oscuridad total.
Capítulo 2
Alekséi
Habían pasado cuarenta y ocho horas desde el episodio de locura que tuvo lugar en mi casa. Había estado horas reprochándome a mí mismo no haberme dado cuenta de la doblez de Danielle Stenton, alias Kendra Palmer. ¿Cómo había podido ser tan ingenuo? ¿Cómo no había podido darme cuenta de su auténtica naturaleza? ¡Y eso que había tenido algunas sospechas! ¿Era posible que la belleza de esa mujer me hubiera enceguecido hasta perder la cabeza y volverme estúpido y ciego?
Yo que siempre me las había dado de tener un sexto sentido para descubrir a los timadores y mentirosos. Dios mío, no me lo podía creer: había tenido a una persona como ella a mi lado durante ocho largos meses sin darme cuenta.
En realidad me había dejado llevar por esas ganas furiosas de acostarme con ella y de domar su carácter rebelde y arrogante. Me había cegado tanto el deseo y sus maneras esquivas y a la vez provocadoras de estar a mi lado que había perdido el juicio. Temía que tanta proximidad pudiera resultar peligrosa, pero Kendra era siempre tan excitante que sólo podía retenerla a mi lado.
Me repetía sin cesar que había sido un idiota, ya que desde el principio había visto algo turbio en ella. Desde nuestro primer encuentro, cuando se echó bajo las ruedas de mi coche mientras el chófer salía lentamente del aparcamiento, entendí que ese accidente había sido un montaje. Me bajé del vehículo enfurecido para hacerle pagar la bromita a la víctima, dispuesto a amenazarla si se le ocurría decir que quería denunciarme.
Y de repente la vi. A ella. En el suelo. Con la rodilla magullada por el golpe contra el coche, y el brazo rasguñado por protegerse el rostro al caer sobre el asfalto. A pesar de la situación, casi me quedé sin aliento de tanto que me fascinaba su cuerpo, envuelto en un vestido negro y muy cortito que no dejaba lugar a la imaginación.
Mi chófer la ayudó a levantarse mientras ella lo insultaba por haberla atropellado. Luego, acercándome a ella, le pregunté si estaba bien. En un abrir y cerrar de ojos me vi prisionero de sus ojos grises magníficos, cargados de amenazas como un cielo nublado anunciando tormenta.
Su rostro delicado y su pelo largo y castaño que le cubría enteramente la espalda descubierta avivaron mi deseo de tocarla, de que fuera mía. Por eso le propuse llevarla al hospital; pero enseguida se puso nerviosa y se asustó, afirmando que estaba plenamente en forma, aunque le costaba disimularlo. Me tiré a la piscina y la invité al hotel donde me hospedaba.
Ella aceptó, pero lo que yo creía que iba a ser el preludio de una noche de locuras en la cama resultó ser exactamente lo contrario.
Estuvo un poco reticente a darme su nombre, Danielle Stenton, y cuando me atreví un poco más, me paró de inmediato, diciendo que no había aceptado seguirme para que la llevase a la cama, sino simplemente para que la curase, ponerle hielo en la rodilla adolorida y descansar en una cama caliente donde pasar la noche, únicamente.
No logré entender la razón por la cual una mujer tan amable podía necesitar un lugar donde pasar la noche, pero entendí enseguida que aquel accidente no era más que un pretexto para sacarme dinero.
A la mañana siguiente, cuando me pidió un préstamo no me sorprendí. Naturalmente me negué, pero me sorprendió cuando me propuso trabajar para mí. No era una petición por su parte, y por la mía, no podía negarme. Fue una debilidad que iba a pagar muy caro ya que Kendra había descubierto