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primero la humillación y, después, la exaltación (Salmo 105:16-24; Filipenses 2:5-11).

      1 Los dos son figuras que “van delante” de los demás para llevar a cabo su salvación (Salmo 105:17; Génesis 45:5, 7-8; Hebreos 2:10).

      1 La gran moraleja de la historia suena igualmente bien en la boca de ambos: Aunque vosotros pensasteis mal contra mí, Elohim lo encaminó para bien, para hacer como hoy y hacer vivir a un pueblo numeroso (Génesis 50:20).

      Así pues, aunque es cierto que los capítulos 37 a 50 de Génesis versan sobre “la vida de José”, también tratan muchas cosas más:

      1 Constituyen la parte final de la historia de Jacob y de sus hijos.

      1 Significan el cumplimiento de lo profetizado: que es la voluntad de Dios que su pueblo sea forjado en Egipto.

      1 Narran la providencia de Dios en la vida de su pueblo, hasta el punto de que las injusticias, los actos violentos, las traiciones y deslealtades, todos son reconducidos por Dios y utilizados para la realización de sus propósitos.

      1 Anticipan rasgos y experiencias de la vida de Jesús y establecen patrones de salvación.

      Como consecuencia, al examinar estas páginas, además de la ejemplaridad de la vida del propio José sacaremos otras grandes lecciones:

      1 Que nuestra vida humana es inseparable de la de nuestra familia carnal y que nuestra vida espiritual es inseparable de la de la familia de la fe. Únicamente Dios sabe cuáles son los traumas que hemos sufrido (y que quizás sigamos sufriendo) a causa de nuestros padres y hermanos. Solamente él conoce la profundidad de las heridas, los complejos y las taras que todos tenemos como consecuencia de nuestra formación. Los años formativos de José fueron terriblemente duros y, sin embargo, cayeron dentro los buenos propósitos de Dios para su vida.

      1 Que la voluntad de Dios para nosotros es sacarnos de nuestro Egipto (Oseas 11:1), pero también que seamos formados como pueblo de Dios en medio de Egipto. Hace que no seamos del mundo, pero a la vez nos envía al mundo (Juan 17:14-18). Por tanto, debemos reafirmar nuestra comprensión de que “no tenemos aquí una ciudad que permanece, sino que buscamos la que está por venir” (Hebreos 13:14) y de que “nuestra ciudadanía está en los cielos” (Filipenses 3:20). Debemos asumir nuestra condición de peregrinos y entender la futilidad de echar raíces en este mundo.

      1 Que nuestros tiempos y nuestras circunstancias se hallan en las manos del Dios que vela siempre por el bien de sus hijos y, si permite que pasen por momentos de gran aflicción, siempre es con la finalidad de que la prueba sirva finalmente para su bien y para su mayor santificación, madurez y transformación a la imagen de Cristo (Romanos 8:28; Hebreos 12:3-11).

      1 Que si la familia de Jacob disfrutó del privilegio de tener en José un salvador y protector que veló por sus intereses, nosotros tenemos el privilegio aún más alto de conocer al Salvador, Protector y Proveedor enviado por Dios. ¡He aquí, uno mayor que José en este lugar!

      CAPÍTULO 2 - Una familia disfuncional

      Los antepasados de José

      Para entender bien la vida de José, es necesario repasar brevemente la historia de su familia. Los capítulos 25 a 36 de Génesis forman el trasfondo espiritual de la vida de José y nos explican las malas relaciones que parecían endémicas en su familia, por lo cual nos ayudan a entender las tensiones que existían entre José y sus hermanos.

      1. El trasfondo espiritual: Tres generaciones de creyentes

      Por supuesto, hay un sentido en que José nació en el seno de una familia altamente privilegiada. Su padre era Jacob o Israel; su abuelo era Isaac; su bisabuelo era Abraham. ¡Tres hombres de Dios, tres gigantes de la fe! José era el beneficiario de una gran herencia espiritual. Desde su infancia conocería bien las historias de cómo Dios había llamado a Abraham y establecido con él un glorioso pacto, dándole grandes promesas acerca de su descendencia, y de cómo estas promesas habían sido ratificadas por Dios a Isaac. Su padre le habría contado la historia de cómo Dios se le apareció en Bet-El (28:11-22), renovando las promesas del pacto (28:13-15). Sabría, pues, que él era uno de los herederos del pacto y de las promesas.

      Pero no era solamente cuestión de lo que sus antepasados le hubieran contado. Él mismo había podido experimentar la bendición de Dios sobre la familia durante su infancia. Aunque pequeño, había conocido de primera mano la providencia de Dios manifestada en la prosperidad de su abuelo materno, Labán, durante los años en los cuales Jacob trabajaba para él, de manera que Jacob pudo decir a Labán: Tú mismo sabes lo que te he servido, y cómo ha estado tu ganado conmigo, pues poco tenías antes de mi llegada, y mucho fue aumentado, y Adonai te ha bendecido con mi presencia (30:29-30). Después, había visto la buena providencia de Dios sobre el propio Jacob cuando este se independizó de Labán: Y el hombre [Jacob] se enriqueció mucho y llegó a poseer numerosos rebaños, siervas y siervos, y camellos y asnos (30:43). Había crecido en medio de una abundancia y prosperidad fuera de lo normal, que su padre no dudaba en atribuir a la bendición de Dios.

      Seguramente, también había sabido (bien porque era de edad suficiente para haberlo experimentado, bien porque se lo contaron después) acerca de la providencia divina en el regreso de la familia a Canaán: cómo Dios había intervenido para protegerlos de la ira de Labán (31:22-29); cómo los ángeles de Dios les habían salido al encuentro en Mahanaim (32:1-2); cómo su padre había clamado al Señor ante el acercamiento de Esaú (32:9-12); cómo había luchado con Dios en Peniel (32:22-32), a consecuencia de lo cual cojeaba y era llamado Israel.

      ¿Habrá estado presente cuando su padre levantó altar en Siquem (33:18-20)? ¿Habrá tenido edad para entender lo que estaba pasando cuando Jacob mandó destruir los ídolos y levantar otro altar a Dios en Bet-El (35:1-8)? Seguramente, había escuchado muchas veces la historia de la segunda aparición de Dios a Jacob en BetEl: Otra vez Elohim fue visto por Jacob… y Elohim lo bendijo y le dijo: Yo soy El-Shadday. Fructifica y multiplícate. Una nación y una congregación de naciones procederá de ti, y reyes saldrán de tus lomos. La tierra que di a Abraham y a Isaac te la doy a ti, y después daré la tierra a tu descendencia (35:9-15). Sí. José había recibido una privilegiada herencia espiritual.

      Sin embargo, no todo había sido bendiciones. En medio de las luces, había sombras, como en casi todas las familias. José había vivido la dura experiencia de perder a su madre, Raquel, cuando todavía era jovencito (35:18-19 y 37:2). Después de la muerte de su madre, fueron todos a vivir con su abuelo Isaac en Hebrón y permanecieron allí hasta su muerte (35:27-29).

      De hecho, entre sus tres grandes antepasados y José, observamos, por un lado, una gran continuidad y, por otro, un gran contraste: la continuidad consiste en una misma fe puesta en el mismo Dios; el contraste, en la radical diferencia entre la manera como Dios se reveló a los tres y como se reveló a José. Se nos dice que el Señor intervino muchas veces en la vida de los tres para hablarles directamente, pero nunca en el caso de José. Dios se apareció dos veces a Jacob en Bet-El (28:13-15; 35:9-13), le habló en Padan-Aram (31:3, 13), luchó con él en el vado del río Jaboc (32:24-30) y se le apareció por última vez en Beer-Seba (46:1-4); pero, que sepamos, nunca se presentó de esta manera ante José. Él tuvo que aprender lo que es caminar por la vida sin ver ni oír a Dios, sino confiando por fe en su providencia. Pero la historia familiar tiene que haberle servido de gran ayuda. A través de lo que le contaron su padre y su abuelo, pudo llegar a aferrarse al pacto y a las promesas, de los cuales derivó su fuerza moral y espiritual en medio de momentos de tentación y tribulación.

      2. Una familia con historia de tensiones

      Consideremos ahora la otra cara de la moneda. José no puede haber sido ajeno a las tensiones que habían existido y que aún existían en la familia. Sabría de

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