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      EIRÍKUR ÖRN NORÐDAHL

      TRADUCCIÓN DE ENRIQUE BERNÁRDEZ

      SENSIBLES A LAS LETRAS, 48

      Título original: Illska

      Primera edición en Hoja de Lata: noviembre del 2018

      Segunda edición: enero del 2019

      © Eiríkur Örn Norðdahl, 2012

      Published by agreement with Forlagid Publishing House, www.forlagid.is

      © de la traducción: Enrique Bernárdez, 2018

      © de la ilustración de la cubierta: Iceland, Yury Pustovoy, 2016

      © de la fotografía de la solapa: Johann Pall Valdimarsson

      © de la presente edición: Hoja de Lata Editorial S. L., 2018

      Hoja de Lata Editorial S. L.

      Avda. Galicia, 21, 4.º E, 33212 Xixón, Asturies [España]

      [email protected] / www.hojadelata.net

      Edición: Hoja de Lata Editorial S. L.

      Diseño de la colección: Trabayadores culturales Glayíu

      Corrección de pruebas: Textosfera S. L.

      ISBN: 978-84-16537-41-9

      Depósito legal: AS 02817-2018

      ISBN del e-book: 978-84-16537-73-0

      Este libro ha sido traducido con el apoyo financiero del

      Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo las excepciones previstas por la ley. Diríjase a cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

      La traducción de este libro se rige por el contrato tipo propuesto por ace Traductores.

      ÍNDICE

       PRIMERA PARTE

       SEGUNDA PARTE

       TERCERA PARTE

       CUARTA PARTE

      PRIMERA PARTE

      El show de Patty Winters de esta mañana era sobre los nazis e, inexplicablemente, me lo pasé en grande viéndolo. Aunque no es que lo que hicieron me pareciera estupendo, tampoco me resultaron antipáticos, y puedo añadir que lo mismo le sucedería a los demás espectadores. Uno de los nazis, con un raro sentido del humor, incluso hacía malabarismos con pomelos y, encantado con el numerito, me senté en la cama y aplaudí.

      Bret Easton Ellis, American Psycho

      CAPÍTULO 1

      Aproximadamente dos mil personas fallecieron durante la realización de este libro. Doscientas mil personas. Seis millones de judíos. Diecisiete millones de hombres, mujeres y niños. En torno a ochenta millones de personas. El mundo no volverá a ser nunca el mismo.

      ¡No, es broma!

      ***

      Seguramente habréis oído hablar de la segunda guerra mundial. Está en todos los libros de historia de la humanidad. Incluso, en la mayoría de ellos, en la primera página. Fotos de tanques, Adolf Hitler en pleno ataque de histeria, y judíos escuálidos tirados en fosas comunes. La nube de una explosión atómica, con forma de seta. La historia de la humanidad. Seguramente no hay nadie que no se haya enterado.

      Ómar no participó en la segunda guerra mundial. Ni siquiera nació hasta mucho después de que hubiese terminado. Pero la guerra fue una presencia permanente en su vida durante casi cuatro años —un poco menos de lo que duró—. Un día, Agnes se dejó caer en brazos de Ómar. En los brazos de Agnes estaba Adolf Hitler junto a todos sus esbirros, por no hablar de unos dos mil habitantes de Jurbarkas, doscientos mil judíos lituanos, seis millones de judíos europeos, diecisiete millones de víctimas del Holocausto y ochenta millones de víctimas de la guerra en seis años: de 1939 a 1945.

      Pues vale.

      ***

      Agnes no llevaba la guerra mundial solo en los brazos. Llevaba la guerra mundial en el cerebro y en el corazón. Y como suele suceder en algunas relaciones amorosas felices, los intereses de Agnes se fueron convirtiendo poco a poco en los de Ómar: a este se le metió Agnes en los brazos y en el cerebro, y con ella todos los «actores» de la segunda guerra mundial, víctimas, agentes y espectadores inocentes. Después quemó hasta los cimientos la casa donde vivían y huyó del país. Y aunque quizá pueda sonar inverosímil, en todo esto había una extraña relación de causa-efecto.

      Probablemente no haga falta señalarlo, pero preferimos decirlo explícitamente: tampoco Agnes participó en la segunda guerra mundial. Sí participaron, en cambio, sus bisabuelos, Vilhelmas Lukauskas e Izsak Banai. No combatieron en la primera guerra mundial, eran demasiado jóvenes. En realidad, tampoco «combatieron» en la segunda guerra mundial, porque ya eran demasiado viejos. Pero justamente cuando terminó la primera comenzó la lucha de los lituanos por su independencia, y Vilhelmas e Izsak ya habían crecido suficiente para matar gente a tiros, según las normas de reclutamiento del Ejército. Más tarde se convirtieron, cada uno de una forma, en víctimas de los nazis. A nadie le gustó demasiado, y a ellos menos que a nadie. Agnes Lukauskaite era de la aldea lituana de Jurbarkas, que en el año 1940 contaba aproximadamente con cinco mil quinientos habitantes. De ellos, dos mil trescientos eran judíos. Hoy en día viven en Jurbarkas catorce mil personas, pero no hay ningún judío.

      ***

      Pero no, así no. Retiro lo dicho. Agnes Lukauskaite era de Kópavogur. Sus padres eran de Jurbarkas. Dalia y Kestutis Lukauskas huyeron del comunismo haciendo escala en Israel y llegaron a Islandia en el verano de 1978, en pleno furor de Grease, seis meses antes de que Agnes naciera en la maternidad de la calle Eiríksgata de Reikiavik. No eran judíos —al menos, no del todo—, pero, de todas formas, ese frío invierno se indignaron al encontrarse con la SS, abreviatura islandesa de los Mataderos del Sur, con la especie de esvástica que servía de logo a la naviera Eimskip y con los divertidos artículos de prensa sobre la «solución final» (aunque no tenía nada que ver con el Holocausto, sino que se refería a la prohibición de importar levadura para la fabricación casera de bebidas alcohólicas). Se encogían de miedo cuando los islandeses, tan dramáticos, hablaban de alguna «catástrofe»… porque resulta que ese es el nombre que dan los lituanos al Holocausto. Que si una exposición de arte era una catástrofe absoluta, que si los horarios de los autobuses eran una catástrofe absoluta, y poco faltaba para que las frutas de los supermercados KEA no fueran también ejemplos perfectos de alguna terrible catástrofe.

      Cuando Agnes empezó a «florecer», como suele llamarse al periodo en que las chicas empiezan a tener ganas de follar, el nazismo se le metió entre los brazos y se hizo un hueco allí. Mientras las chicas de su edad se dedicaban a ir de discoteca y beber alcohol, sobar chicos y fumar, Agnes se metía de cabeza en las fosas comunes que excavaron sus abuelos, y donde los enterraron.

      ***

      Aunque, naturalmente, todo el mundo lo sepa todo sobre absolutamente todo, no tenemos más remedio que recordar unos detalles. La segunda guerra mundial empezó el 1 de septiembre del año 1939, según especifican las fuentes, cuando los alemanes invadieron Polonia. En realidad, para entonces, los alemanes ya habían anexionado Austria y Checoslovaquia al Tercer Reich, la guerra civil española había empezado

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