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cierta ocasión, al terminar mi jornada en el hospital sobre las tres de la tarde, marché a casa para comer y dedicar el resto del día a otras funciones, cuando me encontré con Carmen, que me esperaba sentada en el portal. Me alarmé por la sorpresa, ya que hacía solo unas dos o tres horas que había estado con su marido y se encontraba bien. Como siempre, con su vestido negro, su chal de lana, el pañuelo negro sobre su cabeza cana y un moño anudado en la parte posterior, portando, en esta ocasión, un cesto pequeño de mimbre enganchado al brazo.

      —Buenas tardes, Dr. Sierra. Estaba esperándolo.

      —¡Hola Carmen! ¿Pasa algo? Vengo del hospital y todo estaba bien, al menos no tengo noticias de suceso alguno.

      Y con este último comentario hacía referencia, sin nombrarlo, a su marido.

      —¡No!, no es por Juan. Es que me he permitido traerle un pequeño regalo. Sé que es poca cosa y deseo que no se ofenda, pero es que nosotros no somos ricos. No he querido dárselo en el hospital y por eso se lo he traído a su casa.

      —Pero mujer, no es necesario nada. Y además, por qué no ha llamado a casa y me hubiese esperado dentro.

      —Verá Ud., es que me ha dado vergüenza y he preferido esperar en las escaleras a que llegara.

      Abrió seguidamente la cestilla de mimbre y extrajo del interior un “algo” envuelto en papel de periódico. Lo desplegó y apareció el contenido que ocultaba: tres mantecados.

      —Dr. Sierra, espero que le gusten. A Juan y a mí nos haría mucha ilusión.

      Me emocioné como creo que lo podría haber hecho cualquiera y le pedí que nos sentáramos en uno de los escalones.

      —Carmen, no se puede hacer idea de cómo me gustan los mantecados. No se lo diga a nadie, pero es que soy muy goloso y en casa casi no me permiten tomar de estas cosas para no engordar y cuando lo hago siempre es a escondidas. Lo que no sé es como ha podido conseguirlos en el mes de mayo.

      Nos sentamos los dos en la escalera y le ofrecí uno a ella que rechazó, yo me comí el segundo y guardé los otros dos. El mejor mantecado de mi vida. Cosas difíciles de olvidar.

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