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      Echavarría, Albeiro, 1963-

      Atrapada en la red / Albeiro Echavarría. -- Bogotá : Panamericana Editorial, 2019.

      216 páginas : ilustraciones ; 23 cm. -- (Narrativa contemporánea)

      ISBN Impreso 978-958-30-6012-0

      ISBN Digital 978-958-30-6272-8

      1. Novela juvenil colombiana 2. Redes sociales en línea -Novela juvenil 3. Novela policíaca colombiana I. Tít. II. Serie.

      Co863.6 cd 22 ed.

      A1647677

      CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango

      Primera edición, enero de 2020

      © 2019 Panamericana Editorial Ltda.

      © Albeiro Echavarría

      Calle 12 No. 34-30. Tel.: (57 1) 3649000

       www.panamericanaeditorial.com

      Tienda virtual: www.panamericana.com.co

      Bogotá D. C., Colombia

       Editor

      Panamericana Editorial Ltda.

       Fotografía de carátula

      © Shutterstock: Madebyindigo

       Imágenes

      © Shutterstock: Media Union, 2happy, Maria Letta, Sahachatz,

      Yourpane, CooiCo, Radek Standera,

      Photographee.eu, jpbarcelos, SergeyIT

       Diagramación

      Martha Cadena

      ISBN Impreso 978-958-30-6012-0

      ISBN Digital 978-958-30-6272-8

      Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio sin permiso del Editor.

      Impreso por Panamericana Formas e Impresos S. A.

      Calle 65 No. 95-28. Tels.: (57 1) 4302110 - 4300355. Fax: (57 1) 2763008

      Bogotá D. C., Colombia

      Quien solo actúa como impresor.

       Diseño epub: Hipertexto – Netizen Digital Solutions

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      A mi amigo X, y a los que como él salvan vidas en internet.

      Nemo

      MIS COLEGAS ME LLAMAN NEMO. Sí, como ese misterioso capitán de Veinte mil leguas de viaje submarino que se sumerge en los más profundos abismos del océano con la idea de no salir nunca de allí. Navego en el abismo oscuro de internet, en lo que se conoce como la red profunda, deep web. Allí no todo es malo, pero es el lugar donde se alberga la red oscura, dark web, donde todo sí es malo. Tengo que deambular entre rufianes de la peor calaña: pederastas, vendedores de drogas, traficantes de armas, terroristas y organizaciones de trata de blancas.

      Al igual que el capitán del Nautilus, tengo la intención de hacer del mundo un mejor lugar para todos. A diferencia de él, no recurro a la violencia para lograrlo; sin embargo, mis métodos pueden resultar reprochables, pero son necesarios cuando se trata de explorar un mundo ilegal que se rige bajo una regla de oro: el anonimato.

      La gente se imagina que un investigador como yo vive frente a una pantalla de computador espiando lo que hacen los usuarios, como un voyerista. Pero no es así. Solo puedo actuar cuando hay una investigación en curso. Y esta solo se produce cuando hay una denuncia de alguien que ha sido víctima de un acto delictivo. En mi oficina lo llamamos “noticia criminal”.

      Una vez tengo la noticia criminal sobre mi escritorio, trato de actuar bajo los parámetros oficiales. Trato, pues en ocasiones hay que saltar ciertas barreras para lograr un objetivo. Eso lo saben mis jefes, pero es algo que no se comenta y se pasa por alto. Entonces, puedo decir que tengo “cierta libertad” para establecer mis propios límites.

      En seguridad informática no está bien decir que uno es bueno porque siempre habrá alguien mejor. Pero me preocupo mucho porque mis equipos se mantengan actualizados. Y tengo en la oficina poderosas herramientas y un arsenal digno de una unidad de investigación: mis torpedos, como los llama Protón, nombre en clave de mi mejor amigo y compañero de trabajo.

      ¿Saben por qué los llama torpedos? Porque Tor, The Onion Router, es mi sitio predilecto. Tor es el navegador que más utilizo en mis incursiones a la red oscura. Por ello mi amigo Protón, ingenioso, aunque no tanto como yo, hizo un juego de palabras: tor-pedos. Porque eso es lo que lanzo, auténticos torpedos, cuando realizo una incursión en el campo enemigo. Algo así como un ataque de fuerza bruta, como denominamos en nuestro medio a una cacería de contraseñas.

      Son esos torpedos, junto con mi olfato, los que me han llevado a ganar cierto prestigio entre los investigadores. Por eso me pusieron Nemo. Por eso y porque me gusta poner a prueba a todos mis colegas para que descubran no solo la vulnerabilidad de mis programas, sino también de mis personajes. Ellos saben que me esfuerzo mucho por darles todo el realismo posible. No se trata de crear un falso perfil, sino de darle vida a un bandido real que pueda vérselas de tú a tú con gente de su propia calaña.

      En cierto sentido me parezco a un escritor cuando moldea sus personajes: les da vida, los hace creíbles y los pone a actuar. Solo que yo, en vez de escritor, soy un agente de la UIT, la Unidad de Investigaciones Tecnológicas de la Policía.

      Euclides Torres fue una de mis últimas creaciones. Este sujeto tenía veintiocho años y vivía con su esposa y sus dos hijos en Quinta Paredes, Bogotá. Ante los ojos de todos, Euclides era un técnico electricista. Lo que nadie sabía era que tenía un socio, Richard, con quien trabajaba en la venta de videos pornográficos de menores de edad. Un día, llevado por la ambición y la avaricia, organizó una subasta para vender a sus propios hijos.

      Sí, Euclides era una infame creación, como suele decir Protón, pero una creación que me habría de ayudar a desarticular a una poderosa banda de pederastas que funcionaba en varios países de América y Europa, que podría estar integrada por más de treinta mil personas. Para ello conté con Protón, con mis torpedos, con mis amigos de la Interpol y la Europol, un par de amigos en España y dos fiscales colombianos con los que comparto información.

      Así fue como comenzó todo: hace un tiempo llegó a mis manos una noticia criminal sobre un caso de grooming que involucraba a un niño de trece años. Beto fue contactado por un pederasta local que se hizo pasar por un niño de su misma edad. Cuando se hicieron amigos y se ganó su confianza, el hombre le puso una cita en un parque cercano para jugar fútbol y allí lo secuestró. Durante una semana, el pederasta —que no actuaba solo— le tomó fotos a Beto, abusó de él y finalmente lo asesinó. El cuerpo del niño apareció en un potrero en las afueras de Fusagasugá, cerca de Bogotá.

      Una semana después, las fotos de Beto y el video del asesinato circularon en la red oscura y fueron adquiridas por pederastas del Reino Unido y Francia. La Europol descubrió que habían sido puestas en la red desde algún lugar de Colombia.

      Eso era todo lo que se sabía del caso de Beto. Todavía no se había realizado ninguna captura, pero mis colegas de la Dijin, con nuestro apoyo, iban por buen camino y tenían esperanzas de que pronto habría buenas noticias.

      Así, me di a la tarea de crear a Euclides Torres. Una vez fue perfeccionado, se convirtió en la punta de lanza de la Operación Terciopelo, como se llamó en español el plan de búsqueda y futura

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