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escenas, en las que podemos descomponerla. La provocativa actitud del conde está tomada de un suceso real, del que fui testigo en el colegio cuando tenía quince años. Disgustados de la ignorancia y antipatía de uno de nuestros profesores, tramamos contra él una conspiración, a la cabeza de la cual se colocó uno de mis condiscípulos, que por cierto parece haber tomado desde entonces como modelo la figura de Enrique VIII de Inglaterra. Por mi parte, fui encargado de iniciar las hostilidades, y una discusión sobre la importancia del Danubio para Austria (¡Wachau!) nos proporcionó ocasión de declararnos en franca rebeldía. Entre los conjurados se hallaba el único de mis condiscípulos que pertenecía a una familia aristocrática, muchacho al que por desmesurada estatura denominábamos la «jirafa», y su actitud al ser invitado a dar explicaciones por el profesor de lengua alemana, nuestro tirano, fue muy semejante al del conde en mi sueño. La declaración de la flor preferida y el ponerse en el ojal algo que tiene también que ser una flor (cosa que evoca en mí el recuerdo de unas orquídeas que el día del sueño llevé a una señora amiga mía, y, además, el de una rosa de Jericó) alude claramente a la escena en que Shakespeare nos muestra el punto de partida de la guerra civil de la rosa roja y la rosa blanca. La mención de Enrique VIII en el análisis inicia el camino que conduce a esta reminiscencia. De ella no hay mucha distancia a la de los claveles blancos y rojos. (Entremedias se intercalaron en el desarrollo analítico dos versos, uno alemán y otro español: «Rosa, tulipanes y claveles, -todas las flores se marchitan-. Isabelita no llores, -que se marchitan las flores.» Este último procede también de Fígaro.) Los claveles blancos son en Viena el distintivo de los antisemitas, y los rojos, el de los socialdemócratas. Detrás de esto surge el recuerdo de una provocación antisemita durante un viaje en ferrocarril por el bello país de Sajonia (anglosajones). La tercera escena que ha proporcionado elementos para la formación de la situación inicial de mi sueño pertenece a mis primeros años de estudiante. En una sociedad estudiantil alemana se mantenía un debate sobre la relación de la filosofía con las ciencias naturales. Muy joven aún y lleno de entusiasmo por las doctrinas materialistas, tercié en la discusión, defendiendo calurosamente un punto de vista en exceso unilateral. Un colega más reflexivo y maduro, cuyo apellido pertenece al reino zoológico y que ha revelado más tarde una gran capacidad para organizar y dirigir multitudes, pidió entonces la palabra y rebatió con gran energía mis argumentos. También él -dijo- había guardado los cerdos en su juventud, pero después había retornado, lleno de remordimientos, al hogar paterno. Al acabar su discurso me levanté indignado (como en mi sueño), y en forma grosera (saugrob, «grosera como una cerda» le respondí que, sabiendo que había guardado cerdos, no me asombraba ya el tono de sus discursos. (En el sueño me asombro del entusiasmo con que tomo la defensa de los nacionalistas alemanes.) Mis palabras provocaron gran escándalo y se me exigió repetidamente que las retirase, pero yo me mantuve firme. El ofendido fue lo bastante sensato para rechazar la inspiración de provocarme en duelo, y las cosas no pasaron de aquí.

      Los restantes elementos de la escena onírica proceden de estratos más profundos. ¿Qué puede significar la elección del «diente de león» por el conde como flor preferida de los alemanes? Veamos mis asociaciones: Diente de león (Huflattich) -lettuce-ensalada-perro de la ensalada (Salathund, expresión de sentido equivalente a la castellana «perro del hortelano»; esto es, el que ni come ni deja comer). Se entrevé aquí una serie de palabras insultantes: jirafa (por la división de la palabra alemana Giraffe en Gir-affe, siendo Affe (mono) un insulto corriente), cochino, cerda, perro. El análisis me lleva también, a través de un nombre, a la palabra burro, y con ella a una burla sobre otro profesor académico. Además traduzco, no sé si acertadamente, Huflattich (diente de león) por el término francés pisse-en-lit. El conocimiento de esta palabra me ha sido proporcionado por la lectura de una obra de Zola -Germinal-, en la que son enviados unos niños a recoger esta planta para hacer una ensalada. El perro -chien- contiene en su nombre una alusión por similicadencia a una de las funciones excrementicias (chier), como pisse-en-lit a la otra (pisser). No tardamos en reunir lo indecoroso en todos sus tres estados, pues en el mismo Germinal -obra también revolucionaria- se describe una singularísima competencia entre dos individuos en la producción de excreciones gaseosas (flato). Tengo ahora que observar que el camino que a este flato o viento había de conducirme se hallaba trazado hace ya mucho tiempo y va desde las flores, a través del verso español de Isabelita, a Isabel y Fernando, y de aquí, pasando por Enrique VIII y la historia de Inglaterra, al episodio de la Armada Invencible, cuya destrucción por los vientos tempestuosos fue conmemorada en Inglaterra con la acuñación de una medalla en la que se leía: Fflavit et dissipati sunt. Ahora bien: estas palabras son las que yo pensaba emplear como lema semihumorístico del capítulo «Terapia», si alguna vez llegaba el caso de exponer ampliamente mi concepción y tratamiento de la histeria. (‘Sopló y se disiparon’).

      De la segunda escena de mi sueño no puedo dar aquí, por consideraciones relativas a la censura, una tan detallada solución. En ella ocupo el lugar de una elevada personalidad de aquella época revolucionaria que, según se dice, padecía de incontinentia alvi; tuvo también una aventura con una Águila (Adler apellido), etc., pero no me creo con derecho a infringir (a pesar, en el sueño) la censura, en lo que a estas historias se refiere, aunque haya sido un consejero áulico (aula) quien me las ha referido. La serie de habitaciones que en mi sueño atravieso debe su estímulo al coche salón de S. E. el conde de Thun, visto desde el andén, pero significa, como muy frecuentemente en la vida onírica, mujeres (habitación del Gobierno: mujeres sostenidas a costa del Erario). La figura del ama de llaves de mi sueño constituye una muestra de ingratitud hacia una anciana señora amiga mía, persona de vivo ingenio que me dispensa siempre una grata acogida en su casa y suele referirme interesantes anécdotas de tiempos pasados. El ofrecimiento que me hace de acompañarme con una luz es una reminiscencia de una encantadora aventura de Grillparzer, que este autor utilizó luego en su Hero y Leandro («Las olas del mar y del amor»; la Armada Invencible y la tempestad).

      No siéndome tampoco posible exponer en detalle el análisis de los dos fragmentos oníricos restantes, me limitaré a consignar dos escenas infantiles a las que el mismo nos conduce y son, realmente, lo que me ha movido a la comunicación de este sueño. Ya sospechará el lector que lo que me obliga a silenciar los resultados de la labor analítica es el carácter sexual del material mediante ella descubierto. Pero no he de exigirle que se dé por satisfecho con esta sola explicación, pues aunque no cabe discutir la necesidad de hacer ante los demás un secreto de cosas que para nosotros mismos no lo son, también es cierto que en el caso presente no se trata de las razones que me obligan a ocultar la solución, sino de los motivos de la censura interior que me oculta a mi mismo el contenido del sueño. Así, pues, añadiré que el análisis revela los tres fragmentos de mi sueño como impertinentes jactancias, derivación o desahogo de una manía de grandezas ha largo tiempo reprimida en mi vida despierta, pero que se atreve a llegar con algunas ramificaciones hasta el contenido manifiesto de mi sueño (me felicito de mi habilidad) y explica perfectamente mi estado de ánimo, emprendedor y provocativo, de la tarde anterior al mismo. Mi jactancia se extiende a todos los terrenos. Así, la mención de la ciudad de Graz se refiere a la locución: ¿Cuánto cuesta Graz?, que suele usarse cuando se tiene el bolsillo bien repleto. Aquellos de mis lectores que conozcan la insuperable descripción que hace Rabelais de la vida y los hechos de Gargantúa y de su hijo Pantagruel descubrirán sin trabajo alguno la jactancia contenida en el primer fragmento de mi sueño. A las dos escenas infantiles que antes prometí exponer se refiere el material siguiente: Para mi viaje había comprado calzas nuevas de un color castaño tirando a violeta, color que aparece varias veces en mi sueño (las violetas, de un color entre violeta y castaño y hechas de una materia rígida: los muebles de las habitaciones oficiales). Los niños creen que cuando se ponen algo nuevo llaman la atención de la gente. Mis familias me relataron una vez la siguiente escena de mi infancia, cuyo recuerdo ha quedado sustituido por el de su relato. Teniendo yo dos años me oriné una vez en al cama, y al oírme reprochar la falta traté de consolar a mi padre prometiendo comprarle en N. (la ciudad más próxima) una bonita cama nueva, de color rojo. (De aquí, en el sueño, la interpolación de que hemos comprado o tenemos que comprar el orinal en la ciudad; hay que cumplir lo que se ha prometido.) (Obsérvese, además, la yuxtaposición del orinal para hombres [masculino] con las calzas (también ‘baúl’ en alemán) femeninas. En esta promesa se halla contenida toda la infantil manía de grandezas.

      La

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