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      Editado por Harlequin Ibérica.

      Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Núñez de Balboa, 56

      28001 Madrid

      © 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      E-pack Bianca y Deseo, n.º 207 - agosto 2020

      I.S.B.N.: 978-84-1348-776-2

      Índice

       Portada

       Créditos

       Pasión en el mar

       Capítulo 1

       Capítulo 2

       Capítulo 3

       Capítulo 4

       Capítulo 5

       Capítulo 6

       Capítulo 7

       Capítulo 8

       Capítulo 9

       Capítulo 10

       Capítulo 11

       Capítulo 12

       Capítulo 13

       Capítulo 14

       Capítulo 15

       Capítulo 16

       Capítulo 17

       Capítulo 18

       Epílogo

       Si te ha gustado este libro…

       Un amor robado

       Capítulo Uno

       Capítulo Dos

       Capítulo Tres

       Capítulo Cuatro

       Capítulo Cinco

       Capítulo Seis

       Capítulo Siete

       Capítulo Ocho

       Capítulo Nueve

       Capítulo Diez

       Capítulo Once

       Capítulo Doce

       Capítulo Trece

       Epílogo

       Si te ha gustado este libro…

      

      EL ENTRÓ en el restaurante por la puerta principal. La joven mochilera entró corriendo desde el callejón de la parte de atrás. Se encontraron en medio del bar.

      Más exactamente, ella chocó con él.

      –¡Perdón! ¡Perdón! –exclamó, cuando se apartó con un grito.

      –No es necesario que se disculpe –contestó él.

      Miró detenidamente a la recién llegada. Ojos brillantes, barbilla firme y un rostro manchado con el polvo del viaje. Era una cara interesante, llena de personalidad y bastante atractiva. A él le quedó una impresión de curvas suaves contra su cuerpo musculoso. Miró sus ojos del color de un océano esmeralda en un día tranquilo de verano, que es lo que debería haber sido aquel. Pero ¿acaso había algo que fuera tan sencillo como parecía?

      –Me muero por un vaso de agua –comentó ella, a nadie en particular. Se volvió a mirarlo sin disimulo–. ¿Nos conocemos?

      –Creo que no.

      –¿Está seguro?

      Él se tocó la barba de veinticuatro horas.

      –Segurísimo.

      Ella siguió mirándolo atentamente, como si el rostro de él le sonara de algo, pero su cerebro se negara a suministrarle la información requerida.

      Eso le permitió a él inhalar el olor a flores silvestres de ella y apreciar sus dulces labios, fruncidos en un gesto pensativo. Aunque, cuando notó la terquedad de la barbilla y vio que entrecerraba los ojos de un modo que indicaba que estaba buscando su rostro en algún motor de búsqueda interna, decidió que «dulce» no era la palabra que usaría para describirla

      –Estoy segura de que lo conozco de algo –insistió, con

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