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León, com. III. Título.

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      ISBN 978-987-47672-2-6

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      Presentación

      Ciento setenta años después de haber sido publicado por primera vez, el Manifiesto Comunista goza de una actualidad sorprendente. Obviamente sería necio no ver los enormes cambios producidos en el capitalismo durante todos estos años. Pero más necio aún es no ver la inmensa actualidad de las tesis expuestas aquí por Marx y Engels, indispensables para comprender el mundo actual y su dinámica.

      Basta pensar por ejemplo en la crisis económica mundial desatada en el 2008, que nos recuerda que, tal como planteaba el Manifiesto, el desarrollo y la expansión capitalista viene acompañada con sus crisis periódicas, produciendo para lxs trabajadorxs un aumento de la miseria y la exclusión.

      El método utilizado por Marx y Engels les permitió, analizado el capitalismo aún en su infancia, capturar las características esenciales y la dinámica central de ese modo de producción.

      De hecho, si algo continúa asombrando al leer el Manifiesto, es que parece una obra contemporánea, que describe la sociedad actual, incluso más que la del siglo XIX.

      Dice el Manifiesto: “Espoleada por la necesidad de dar cada vez mayor salida a sus productos, la burguesía recorre el mundo entero. Necesita anidar en todas partes, establecerse en todas partes, crear vínculos en todas partes... Obliga a todas las naciones, si no quieren sucumbir, a adoptar el modo burgués de producción, las constriñe a introducir la llamada civilización, es decir, a hacerse burguesas. En una palabra: se forja un mundo a su imagen y semejanza”.

      Cuando se publicó el Manifiesto, el capitalismo sólo era dominante en unos pocos países de Europa. No hay dudas, sin embargo, de la actualidad que tiene esta tesis del Manifiesto que parece remitirse a la llamada “globalización” capitalista de este siglo XXI.

      El Manifiesto comienza su análisis de la burguesía alabando el papel revolucionario que jugó en la historia. Le atribuyen al capitalismo el entierro del oscurantismo y el estancamiento de las sociedades anteriores, y el desarrollo sin precedentes de las fuerzas productivas, de la creación de una riqueza material capaz de acabar con la escasez que había acechado a la humanidad hasta entonces. Se trataba de la abundancia que haría objetivamente posible una sociedad de iguales: “La burguesía, con su dominio de clase, que cuenta apenas con un siglo de existencia, ha creado fuerzas productivas más abundantes y más grandiosas que todas las generaciones pasadas juntas”.

      Pero el Manifiesto también describe al capitalismo como una sociedad de clases más, que concentra el poder y la riqueza en unas pocas manos, hunde a millones en la pobreza y la miseria, y transforma la vida en una rutina odiosa que le impide a la mayoría desarrollar su potencial. El desarrollo anárquico del capitalismo también lo lleva a incurrir en frecuentes y destructivas crisis, y conduce a la competencia entre Estados, la confrontación y la guerra. La única solución a estos problemas es la abolición del capitalismo y su reemplazo por un sistema en el que la mayoría de la población controle los recursos económicos democráticamente. Es decir, el comunismo.

      Así el Manifiesto ubica al capitalismo en la historia, como parte del desarrollo social, y no como algo natural y eterno. Exponiendo, a su vez, uno de los mayores aportes del marxismo: su concepción materialista de la historia, o materialismo histórico. Se trata sin duda de la primera teoría científica sobre la sociedad humana, que Engels explica en su Prólogo a la edición alemana del Manifiesto de 1883: “que la producción económica y la estructura social que de ella se deriva necesariamente en cada época histórica, constituyen la base sobre la cual descansa la historia política e intelectual de esa época; que, por tanto, toda la historia (desde la disolución del régimen primitivo de propiedad común de la tierra) ha sido una historia de lucha de clases, de lucha entre clases explotadoras y explotadas, dominantes y dominadas, en las diferentes fases del desarrollo social; y que ahora esta lucha ha llegado a una fase en que la clase explotada y oprimida (el proletariado) no puede ya emanciparse de la clase que la explota y la oprime (la burguesía), sin emancipar, al mismo tiempo y para siempre, a la sociedad entera de la explotación, la opresión y las luchas de clases”.

      Sin embargo, a diferencia de las interpretaciones deterministas que ven inevitable el triunfo del socialismo, el Manifiesto nos advierte que este desenlace no es inevitable. Se dirime en el terreno de la lucha de clases y termina con “la transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases beligerantes” y un retroceso de la humanidad.

      El Manifiesto señala a la clase obrera moderna como el sujeto revolucionario capaz de destruir el capitalismo y construir una nueva sociedad. Ese poder surge de su ubicación clave en la economía, su capacidad de frenar la producción y de arrastrar tras de sí a otros sectores sociales. Esa clase -el proletariado asalariado- que era un fenómeno nuevo, surgido en un puñado de ciudades cuando se publicó el Manifiesto, hoy comprende a la mayoría de la población mundial. Previendo esa dinámica, Marx y Engels plantearon que la revolución proletaria no crearía una nueva sociedad de clases, sino que, al liberarse, el proletariado liberaría al conjunto de la humanidad, sentando las bases de una sociedad igualitaria. También son enfáticos en el carácter mundial del sistema capitalista, y el necesario carácter internacionalista de la lucha revolucionaria del proletariado. El llamado final del Manifiesto “¡Proletarios de todos los países uníos!” no es una consigna moral abstracta, sino un llamado concreto a la organización política internacional.

      Marx y Engels afirman que la emancipación del proletariado será obra del propio proletariado. Pero son igualmente claros en que la revolución no es posible sin la intervención activa de los revolucionarios conscientes. Estos revolucionarios comunistas “destacan y hacen valer los intereses comunes a todo el proletariado, independientemente de la nacionalidad” y “representan siempre los intereses del movimiento en su conjunto”. La crisis capitalista es inevitable, el triunfo de la revolución no. El capitalismo puede terminar en el “hundimiento de las clases beligerantes”. Sólo la intervención de los revolucionarios organizados -el sector más resuelto (del movimiento proletario)- puede lograr un desenlace positivo de la lucha de clases.

      Por eso el Manifiesto es esencialmente un programa para la acción de una organización política de la clase trabajadora. Un llamado a la acción revolucionaria que mantiene plena vigencia para quienes hoy perciben la ruina a la que nos conduce el capitalismo y buscan luchar por un rumbo distinto para la humanidad.

       Los editores

      Mayo de 2017

      A 170 años de la primera edición del Manifiesto del Partido Comunista

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