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limitados por las cadenas de sus patas. Todas las crías de elefante estaban tiradas en el suelo junto a sus madres, excepto una pequeña que estaba mamando.

      No vi a ningún cuidador de elefantes ni a los chicos del agua, pero encontré a Obolus acostado de lado, durmiendo profundamente. Con cuidado de no despertarlo, me arrastré hasta el recodo entre su trompa y su cuello. Alisé mi nuevo vestido, me puse la capa de Tendao y me acurruqué, sintiéndome segura y cálida. Me quedaría un rato y luego volvería a la tienda de Yzebel para meterme en mi cama.

      * * * * *

      Me despertaron briznas de heno cayendo sobre mi cara. Por la palidez de la luz sabía que pronto amanecería, pero no me di cuenta de dónde estaba. Al principio pensé que en el bosque, entre dos árboles. Grandes postes grises se alzaban a cada lado y se juntaban sobre mi cabeza en un enorme cielo gris y arrugado. Incliné la cabeza hacia atrás y vi una gran boca masticando un montón de heno.

      —Obolus —susurré—. ¿Cuándo te has levantado?

      La gran trompa se balanceó hacia mí y me rozó un lado de la cabeza. La agarré y sentí cómo entraba el aire cuando me olfateó la mano. Me agarré para levantarme y vi que sus patas estaban tan cerca de mí, que casi parecía que me resguardaba. No sabía cómo se las había arreglado para levantarse sin que me diera cuenta, y se había quedado encima de mí mientras dormía.

      Pasé la mano a lo largo del gran colmillo curvo que se alargaba hacia afuera. Si me tumbara sobre él, mi cabeza aún no llegaría a la punta. Tenía dos grandes colmillos, uno a cada lado de la trompa. Me recordaban a unos hermosos dientes, con tacto suave.

      —Veo que ya estás desayunando, amigo mío.

      Hizo un sonido estruendoso en lo profundo de su pecho, y enseguida oí un sonido casi idéntico desde el otro lado del camino, seguido de un fuerte golpe. Obolus levantó su pata y lo dejó caer, dando un golpe aún más fuerte. Otro golpe de respuesta desde más lejos en el camino. No sé lo que decían, pero estos grandes animales estaban teniendo una conversación. Estaba segura.

      —¿Te has fijado en mi pulsera? —Levanté la muñeca para que la viera. Parpadeó y buscó más heno—. ¿Ves ese melón de ahí?

      Señalé un gran melón verde que estaba al otro lado del sendero, a los pies del heno de otro elefante. No estaba segura de si miraba hacia donde yo apuntaba, pero su trompa se enroscó alrededor de mi antebrazo.

      —Voy a buscarlo para ti, pero luego me tengo que ir. Yzebel y yo tenemos mucho trabajo esta mañana, y debo volver a la tienda antes de que se despierte.

      Miré a ambos lados de Elephant Row para asegurarme de que ninguno de los hombres estaba cerca, luego corrí por el sendero, agarré el melón y corrí de regreso a Obolus. Inmediatamente, levantó la trompa y abrió la boca. No estaba segura, pero una gran sonrisa parecía dibujarse en su cara cuando le metí el melón en la boca. Cuando inclinó la cabeza hacia atrás y lo aplastó, hizo un ruido extraño a través de la trompa levantada. Esto provocó un barrito bajo del anterior dueño del melón, seguido de un golpe de pata de cada uno. Esperaba no haber empezado una discusión entre esos dos gigantes.

      Un destello lila teñía el oriente cuando recogí la capa de Tendao y me sacudí el heno.

      —Adiós, Obolus. Debo regresar rápido a la tienda de Yzebel. Pero volveré pronto, lo prometo.

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      Volví a las mesas de Yzebel antes del amanecer, y todo estaba tranquilo. Usé el atizador para rastrillar las brasas, todavía había algunas brasas encendidas. Con un poco de leña y unos cuantos soplidos, el fuego floreció de nuevo. Añadí algunos palos más grandes para darle vida.

      Yzebel salió estirándose.

      —Buenos días.

      —Buenos días. ¿Comienzo con el desayuno?

      Miró hacia el este, donde el sol pronto se elevaría por encima de los árboles.

      —Es mejor ir a mercadear pronto, antes de que se lleven lo bueno.

      Jabnet todavía dormía cuando nos fuimos.

      Un bolsito de cuero atado a un cordón alrededor de la cintura de Yzebel contenía todas las monedas, anillos y baratijas que los soldados habían dejado en sus mesas la noche anterior.

      Encontramos al matarife en su puesto junto al arroyo, cerca del centro del campamento. Me quedé callada, observando a Yzebel regatear por varios cortes de carne. Una vez ella quedó conforme con el cordero y un cochinillo que él tenía expuesto, discutieron mucho sobre el valor de las joyas que ella ofrecía en pago. Finalmente, ella añadió un anillo de oro exigiéndole tres pollos vivos además de la carne. El matarife examinó el anillo durante mucho tiempo antes de aceptar el trato. Yzebel le pidió entonces que incluyera la jaula de los pollos.

      En el camino de regreso a la tienda de Yzebel, cargué sobre la cabeza la jaula donde los pollos cacareaban, mientras ella llevaba el cochinillo en el hombro. Tendríamos que hacer un segundo viaje para el cordero.

      —Eso —dijo Yzebel con tono cantarín—, es lo que yo llamo un buen trato —su voz se elevó y cayó melodiosamente—. No solo nos hemos llevado el doble de carne que buscaba, sino también los pollos. —Se inclinó para mirarme, debajo de la caja—. ¿Qué te parece, Liada?

      —Me extrañaba que consiguieras tanto por una moneda, dos collares y un pequeño anillo de oro, pero no quise hablar mientras negociabas.

      —Sí. —Yzebel se enderezó y cargó el cerdo en el otro hombro—. Está bien que mires y aprendas. No solo debes saber la calidad de las cosas que quieres, sino también el valor de tus objetos para cambiar.

      Llegamos a la tienda, e Yzebel gritó para despertar a su hijo perezoso. Tuvo que llamarlo dos veces antes de que finalmente apareciera, frotándose los ojos por el sol.

      Refunfuñó algo que no pude entender cuando ella le dijo que hiciera guardia con el cerdo y las gallinas mientras íbamos a buscar el resto de la carne.

      A la vuelta del matarife, nos detuvimos al pie de Stonebreak Hill para hacer trueque por vino de pasas y trigo duro. Nuestros brazos estaban muy cargados cuando regresamos a la tienda. Por la longitud de nuestras sombras era casi media mañana.

      —Ella te ha robado el vestido —dijo Jabnet mientras colocábamos las provisiones en una mesa.

      Yzebel cogió una jarra y sirvió vino para mí y para ella.

      —No, no es así.

      —Entonces, ¿por qué lo lleva?

      —Jabnet —Yzebel recogió el odre de agua para diluir mi vino con una gran cantidad de agua—, lo lleva puesto porque yo se lo di. Me cansas con tus preguntas tontas. Ve al bosque a por leña para que podamos empezar a cocinar. También necesito una rama fuerte para asar ese cerdo sobre el fuego. No cojas pino; la savia arruina el sabor de la carne.

      Jabnet me murmuró algo sobre la savia cuando pasó entre nosotras. Yzebel levantó la mano y pensé que lo iba a agarrar, pero solo sacudió la cabeza y puso los ojos en blanco. Me sonrió y se puso un rizo suelto detrás de la oreja.

      Cuando terminamos de beber, me dio dos monedas, una pequeña cadena de oro y un par de pendientes de plata.

      —Ve a Bostar —dijo—. Dile que necesitamos siete barras de pan. —Dudó un momento—. No, mejor ocho panes. Enséñale las monedas y las joyas, y él tomará las que necesite. Es el único comerciante del campamento en el que puedes confiar. Bostar nunca toma más del valor de su pan. Aprende de él lo que hay que buscar en un hombre; es de los mejores.

      Tiró el resto de las monedas y joyas en una bolsa de tela

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