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a la lavandería y al zaguán contiguo, donde llenó el lavabo con agua, vertiendo un poco de producto de lavanda. Pensó en empezar por el suelo de la cocina, ya que esa parecía ser la habitación más usada de la casa. Para darle tiempo al piso para secarse, aspiraría todas las alfombras del piso de arriba. Ella odiaba sentir que estaba “estafando” a una pareja tan agradable, pero se dijo a si misma que si lograba que las áreas más importantes lucieran muy limpias, los Fairchild considerarían que había hecho bien su trabajo. Además, no era su culpa que prácticamente ya estuviera todo limpio cuando ella llegaba.

      Mientras esperaba que el fregadero se llenara a la mitad, Rosa caminó a través de la cocina y se dirigió hacia la escalera. La aspiradora estaba en el armario de la ropa blanca de arriba porque era la única zona de la casa con alfombras. Se le ocurrió que el filtro podría necesitar ser cambiado y quiso comprobarlo antes de empezar a trapear y olvidarse de hacerlo.

      Encontró la aspiradora en su lugar habitual y revisó el filtro, pero aún le quedaba unos pocos usos antes de que precisara ser cambiado. Ya que había sacado la aspiradora, decidió aspirar el dormitorio principal. Era una habitación enorme, con chimenea, estantes empotrados y un baño en suite más grande que la sala de estar del apartamento de Rosa.

      La puerta del dormitorio estaba abierta, por eso entró sin golpear. A menudo, no sabía si la señora Fairchild estaba en casa o no, pero había aprendido a tocar la puerta siempre que había una puerta cerrada en la casa de los Fairchild. Ella entró con la aspiradora, pero se detuvo en seco apenas entró en la habitación.

      La Sra. Fairchild estaba durmiendo en la cama. Esto parecía extraño, ya que estaba segura de que la mayoría de los días, la Sra. Fairchild se levantaba temprano y salía a correr. Estuvo a punto de salir de la habitación para evitar despertarla. Pero entonces notó un par de cosas.

      Primero, la Sra. Fairchild estaba vestida con su ropa de correr. Segundo, estaba acostada sobre las sábanas de la cama recién hecha.

      En la mente de Rosa se activó una gran señal de alarma y en lugar de salir de la habitación como había previsto, sintió que una fuerza invisible la empujaba a acercarse.

      –¿Sra. Fairchild? ―preguntó.

      No hubo respuesta. La Sra. Fairchild ni siquiera se movió.

      «Llama a la policía», pensó Rosa. «Llama al 911. Esto no pinta bien… ella no está durmiendo y lo sabes».

      Pero debía asegurarse. Dio dos pasos más hacia adelante hasta que llego a vislumbrar el rostro de la Sra. Fairchild.

      Sus ojos estaban abiertos, mirando hacia la ventana sin parpadear. Su boca estaba parcialmente abierta. Un charco de sangre bastante fresca, manchaba la sábana justo encima de su cabeza. A lo largo de su cuello se podía ver una grotesca marca de corte.

      Rose sintió que un grito se apoderaba de ella. Sus rodillas cedieron un poco, pero se las arregló para dar unos pasos hacia atrás. Cuando se chocó contra la aspiradora, soltó un alarido.

      Le costó mucho poder apartar los ojos de la Sra. Fairchild, pero cuando lo hizo, salió corriendo de la habitación. Ella fue hacia la barra de la cocina donde había dejado su teléfono, y llamó al 911. Mientras esperaba que el operador respondiera, Rosa estaba tan horrorizada que ni siquiera se le cruzó por la mente que el fregadero de la lavandería se llenaba más con cada segundo que pasaba, casi desbordándose.

      CAPÍTULO UNO

      Chloe había escuchado muchas advertencias para intentar mantener muy separadas su vida personal y su carrera. Como agente federal, las cosas tendían a complicarse mucho cuando los dos mundos chocaban. Pero si era completamente honesta, había estado conviviendo con la colisión de esos dos mundos desde que se había graduado de la academia, gracias a los juegos mentales de su padre.

      Sabía que había pasado demasiado tiempo especulando si su padre le había hecho algo a su madre o no hacía dieciocho años atrás. Gracias al descubrimiento de Danielle del diario de su madre, las últimas semanas de Chloe habían estado llenas de confusión. Ahora se sentía bastante segura de que su padre había matado a su madre hacía todos esos años. Ella le había dado el beneficio de la duda, incluso había llegado a culpar del asesinato de su madre a Ruthanne Carwile, un chivo expiatorio.

      Pero ahora tenías las pruebas escritas con la letra de su madre. Tenía pruebas más que suficientes para sentir que su padre no solo era un asesino, sino que había matado a su madre.

      Esto la había afectado bastante. Chloe había hecho todo lo posible para que no afectara su trabajo, pero había usado cada momento libre estudiando esto. Había pasado los dos primeros fines de semana luego del descubrimiento esquivando las llamadas de Danielle, de su compañera, la agente Rhodes, y de su padre.

      «Todo lo que tengo que hacer es hacerlo público», se dijo a sí misma una y otra vez. «Solo hazlo público, lleva el diario al FBI y acaba con él. Cierra este miserable capítulo de tu vida y vuelve a poner al bastardo entre rejas».

      Pero era arriesgado porque podría afectar su propia carrera. Y además, su pequeña niña interior insistía en que quizás se le estaba pasando por alto algún detalle importante… La versión más joven de ella misma no podía creer que su padre realmente no era un asesino.

      Era una pelea interna que varias mañanas la hizo levantarse con resaca. Habían pasado solo veinte días desde el descubrimiento del diario. E incluso cuando estaba en el trabajo, aunque seguía siendo profesional y no dejaba que sus propios demonios personales interfirieran con su trabajo, las anotaciones del diario se le venían a la cabeza.

      «Él me estranguló esta noche… y me abofeteó en la cara. Antes de que me diera cuenta de lo que estaba pasando, me empujó contra la pared y me estranguló. Me dijo que si le volvía a faltar el respeto, me mataría. Él dijo que lo esperaba algo mejor, una mejor mujer y una mejor vida…»

      El diario estaba sobre su mesa ratona. Lo había dejado allí para siempre tenerlo presente y para no permitirse tenerlo fuera de su vista. Lo tenía ahí para recordarle que había sido una tonta y que su padre la había engañado durante mucho tiempo.

      Habían pasado casi tres semanas enteras desde que ella y Danielle llegaron a la conclusión de que su padre había matado a su madre, y fue allí cuando Chloe pensó en ir a su apartamento y matarlo. Era sábado y ella había empezado a beber a las once de la mañana, mirando por la ventana de su apartamento mientras veía pasar el tráfico de Washington.

      Ella sabía muy bien cómo funcionaba el sistema para hacer que pareciera un suicidio. O, por lo menos, sabía cómo ocultar bien sus huellas. Podía asegurarse de que él muriera sin que nada la delatara a ella como la autora del crimen.

      Lo había pensado con mucho cuidado. Tenía un plan en la cabeza que parecía ser bastante viable.

      «Pero eso es una locura, ¿no?», se preguntó para sus adentros.

      Y luego pensó en lo profundo de su engaño. Recordó lo leal que ella le había sido, incluso cuando Danielle intentó advertirle que su padre no era el hombre que ella pensaba. Y cuando todo eso se le pasaba por la mente, la idea de matarlo no parecía tan drástica después de todo.

      Soñaba con dispararle a su padre y estaba a punto de abrir su tercera cerveza del día cuando alguien llamó a su puerta suavemente. Ella se sobresaltó, su padre había venido cuatro veces en los últimos veinte días pero ella siempre se había quedado callada y no le había respondido. Sin embargo, este golpe era diferente, era al ritmo de la introducción de “Closer” de Nine Inch Nails, una de las canciones favoritas de Danielle. Ellas habían acordado que ese era el toque especial para que Chloe supiera que era su hermana la que estaba al otro lado de la puerta.

      Con una sonrisa cansada, Chloe abrió la puerta. Y encontró a Danielle del otro lado mientras continuaba con la canción. Danielle bajó las manos y le sonrió a su hermana. La situación era rara, normalmente Danielle era la que estaba deprimida y Chloe era la que intentaba animarla. Había sido así la mayor parte de sus vidas, especialmente desde que Danielle había descubierto lo idiotas que pueden llegar a ser los hombres.

      –¿No duermes bien? ―preguntó

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