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ocurría una razón válida para el comportamiento de Mirabella. Había sido irracional, confuso y extremadamente cruel.

      Cassie comenzó a sentir miedo y se preguntó si recordaba bien la conversación.

      Quizás la mujer realmente le había explicado lo que le había ocurrido a su hermana, y en el estrés del momento Cassie había tenido un vacío en la memoria y se había olvidado de todo lo que le había dicho.

      Eso hizo que las palmas le empezaran a sudar, porque sabía que era posible, ya le había ocurrido antes y generalmente se disparaba con el estrés extremo.

      El tipo de estrés que una persona podía sentir cuando le decían que su hermana estaba muerta.

      Solo había una forma de descubrirlo. Tendría que volver a llamar a Mirabella y pedirle más detalles sobre la muerte de su hermana.

      Agarró el teléfono, sintiendo un malestar por el pavor, y marcó el número.

      Para su confusión, Mirabella no respondió la llamada. Ni siquiera pudo dejar un correo de voz, solo sonó y sonó.

      Finalizó la llamada preguntándose si la conexión habría fallado. Mientras volvía a marcar, hizo lo posible para ordenar sus pensamientos.

      No se estaba volviendo loca. Estaba segura de que recordaba bien la conversación. Y estaba convencida de que su hermana no podía estar muerta. No en tan poco tiempo, cuando había estado viva y bien recientemente.

      Quizás Mirabella estaba cansada de que la gente preguntara por Jacqui, quizás Jacqui tenía un exnovio insistente que estaba enloqueciendo a todos, o quizás se había ido de la boutique en malos términos y en una rabieta, Mirabella había decidido decir esa atrocidad.

      Eso le dio un destello de esperanza, pero el único problema era que no podía confirmarlo. Una vez más, el teléfono sonó y nadie respondió, y luego escuchó el clic y el chirrido de la puerta del frente que se abría, y que le decía que las niñas habían llegado a casa.

      Luego de su mañana solitaria y el descubrimiento con el que había tenido que lidiar, le alegraba ver a Nina y Venetia. Se sentía agradecida por su compañía, que le brindaba una distracción de sus pensamientos frenéticos.

      –¿Tuvieron un buen día en la escuela? —Pregunto ella.

      Lucían igual de pulcras y prolijas que cuando habían salido. Cassie tenía vagos recuerdos de esos tiempos escolares, cuando llegaba a casa toda desarreglada, habiendo perdido el lazo para el cabello, o roto su bolso, o extraviado su chaqueta.

      –Tuve un buen día, gracias —dijo Nina amablemente.

      Venetia fue más conversadora.

      –Hice una prueba de matemática y salí primera en mi clase —dijo ella, y eso dio pie a que  Nina volviera hablar.

      –Mañana tenemos un concurso de deletreo. Lo estoy esperando con ansias porque nuestro equipo ganó el último.

      –Felicitaciones por tu prueba de matemática, Venetia, y Nina, estoy segura de que a tu equipo le irá bien. Puedo ayudarte a practicar más tarde, si lo deseas. Ahora, ¿ambas almorzaron?

      –Sí —respondió Nina.

      –Entonces, ¿por qué no van a cambiarse el uniforme escolar y luego quizás podamos encontrar una actividad divertida para hacer por un rato antes de que oscurezca?

      Las niñas intercambiaron miradas. Cassie se dio cuenta de que era algo que hacían a menudo, como si necesitaran verificar con la otra antes de decir que sí.

      –Está bien —dijo Nina.

      Mientras las niñas subían las escaleras con obediencia y en fila para cambiarse, Cassie se sintió desconcertada por el comportamiento demasiado formal. Había esperado que a esta altura ya se hubieran relajado y actuaran normalmente. Era como si las niñas la mantuvieran a distancia constantemente, y le preocupaba que no les gustara su presencia, aunque no sabía por qué.

      También hacían que fuera difícil interactuar con ellas; era como si fueran dos robots pequeños y perfectamente obedientes. La única conversación real que habían tenido hasta ahora era sobre las tareas escolares.

      Solo había una persona que podía cambiar la situación, y era ella. Sin dudas, estas niñas no estaban acostumbradas a que las cuidara una persona común, que no fuese una experta altamente inteligente o una líder empresarial, pero ella solo podía ser quien era.

      La idea de ayudarlas con la tarea escolar cruzó su mente, pero hacer la tarea era algo aburrido y, en todo caso, las niñas parecían preferir hacer sus tareas de forma independiente y sin ninguna ayuda.

      Quizá podría jugar a algo con ellas, pensó Cassie. Eso era lo que parecía faltar en sus vidas demasiado serias e importantes. Podrían ser brillantes y estar destinadas al éxito, pero solo tenían ocho y nueve años y necesitaban un momento para jugar.

      Complacida de haber pensado en una actividad que podrían disfrutar y en donde ella podría contribuir con su propia energía e imaginación, subió a buscar su chaqueta.

      –Parece que va empezar a llover pronto, pero por ahora se está conteniendo, ¿quieren salir a jugar al jardín? —Le preguntó a Nina.

      Nina la miró amablemente.

      –No hacemos eso habitualmente —dijo ella.

      A Cassie se le cayó el alma al suelo. Estas niñas las estaban alejando.

      Venetia apareció en la puerta del dormitorio de Nina.

      –Yo quisiera jugar —dijo ella.

      Cassie vio que en el estante de arriba de la biblioteca de Nina había algunos juguetes. Estaban demasiado altos como para que las niñas los alcanzaran, pero vio una hermosa muñeca que parecía un costoso objeto de coleccionista más que un juguete, un rompecabezas en una caja sin abrir y una pelota suave y colorida.

      –¿Quieren salir a jugar a la pelota? —Sugirió ella, mientras agarraba la pelota.

      Otra vez, las niñas intercambiaron miradas, como si alcanzaran una decisión.

      –No tenemos permiso para jugar con esos juguetes —dijo Nina.

      En la frustración del momento, Cassie estuvo a punto de perder la paciencia y gritarles a las niñas. Estaba destruida emocionalmente luego de enterarse de la muerte de Jacqui, y comenzó a sentir que estas evasivas eran un ataque personal.

      A punto de explotar, logró aferrarse al poco de autocontrol que le quedaba.

      –Está bien —dijo ella, con toda la alegría falsa que pudo juntar—. No tienen permiso para jugar con estos juguetes, pero ¿les gustaría jugar a algo de todos modos?

      –Sí —asintió Nina, mostrando algo de entusiasmo por primera vez, y Venetia saltó, rebosando de emoción.

      Cassie sintió alivio por no haberse quebrado. Era muy probable que no tuvieran nada en contra de ella personalmente, sino que tan solo eran tímidas y extremadamente conscientes de las reglas del hogar.

      –¿Hay más juguetes en algún lado? Si no, podemos jugar algo sin juguetes.

      –Juguemos sin juguetes —dijo Nina.

      Cassie se devanó lo sesos buscando la mejor idea mientras marchaban hacia abajo. ¿Qué podía ser divertido y al mismo tiempo acercarla a las niñas?

      –¿Qué les parece si jugamos a la mancha?

      Cassie decidió hacerlo simple, ya que las nubes se acercaban y no creía que fueran a tener mucho tiempo para estar afuera antes de que comenzara a llover.

      –¿Qué es la mancha? —Preguntó Nina con curiosidad.

      Cassie no tenía idea de cómo se decía en italiano, así que decidió que una explicación rápida sería lo mejor.

      –Se puede correr por cualquier lugar del jardín. Desde el muro de ese lado y el lecho de flores, hasta el otro lado. Yo empezaré y les daré hasta la cuenta de cinco para que se alejen.

      Las niñas asintieron. Venetia parecía animada,

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