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se conserva en un monasterio junto al Jordán: aparte de que el peregrino no habla de una imagen sobreimpresa, tampoco en este caso se puede pensar en la Tela de Turín, ni siquiera en una sábana en general, al tratarse de un pañuelo. Tampoco olvidamos las muchas presuntas reliquias que circulaban en esos siglos, de los clavos de Cristo al madero de la cruz, de la lanza de Longinos que habría atravesado el costado de Jesús crucificado a pañuelos varios con lágrimas de la Virgen y otros restos sagrados.19

      Un mandylion o pañuelo con el rostro de Jesús estaba expuesto en el 544 en Edesa, la actual Sanliurfa o sencillamente Urfa, en el sudeste de Turquía. Se ha supuesto que dicho mandylion no era otra cosa que la Sábana Santa doblada en varias capas superpuestas de modo que solo se viera el Rostro y poco más. ¿La Sábana Santa? En ciertas imágenes que representan el mandylion, como las de la Iglesia del Salvador en Neréditsa, cerca de Nóvgorod en Rusia, en Gradac (Serbia) o en Laón (Aisne, Francia), se representa como un relicario rectangular con rombos mostrando en el centro un rostro con barba y cabellos largos. En 1984, el sindonólogo J. P. Jackson había detectado la existencia en la Tela de Turín de rastros de carreras ininterrumpidas a lo largo de toda ella, correspondientes a un doblado en ocho partes rectangulares de 110 x 55 cm. cada una: si la sábana Santa estaba doblada de esa manera, haciendo que el rectángulo superior resultara ser el del Rostro, este estaría casi en el centro del recuadro, un poco hacia arriba, mientras que aparecería bajo él el busto y una pequeña parte del costado.20 Si se considera que resulta inverosímil que en Edesa se hubiera querido presentar solo la cara o poco más del hombre desvestido y martirizado, en la hipótesis obviamente de que se tratase de la Sábana Santa, pudo ser por motivos de decencia, según la mentalidad de la época, por la cual la imagen que representa el cuerpo desnudo y torturado de Cristo sería considerada completamente escandalosa y hay que observar, más en general, que por razones análogas no se mostraban de hecho en esos siglos pinturas o mosaicos de Jesús desvestido y, por otro lado, no existían tampoco representaciones de Jesús crucificado aunque cubierto con un paño de pudor: se realizarían solo siglos después.

      En la antigüedad surgió una leyenda en torno al lienzo de Edesa, que nos ha llegado con algunas variantes:

      El mandylion lo habría creado milagrosamente Jesús como regalo a Abgaro V, llamado Ukama, «el Negro», rey de Edesa en el siglo I del 13 al 50, que sufría de lepra, a través de sus mensajeros enviados a Jerusalén con ocasión de la semana de Pascua y que invitó al Nazareno a su corte, esperando que hiciera un milagro. Pero, al no poder ir con él, pues faltaban pocos días para su crucifixión, Cristo le había curado a través de la visión de ese icono, que se hizo llegar al soberano mediante sus delegados. Según otra versión, la pintura fue realizada al temple por un pintor, un tal Ananías, enviado expresamente por Jesús al rey. Según otra leyenda más, la pintura la habría hecho Ananías, pero Jesús, al no estar convencido del resultado, mojando sus dedos en la pintura, habría añadido algún retoque haciendo que el Rostro fuera exactamente igual que el suyo. En todo caso, el soberano se curó al ver la imagen y así se convirtió al cristianismo, con su hijo Ma’nu V, que, durante un periodo breve de tiempo, fue rey tras su muerte. Pero el sobrino de Abgaro, Ma’nu VI, que subió al trono en el año 57, habría vuelto al paganismo y perseguido a los cristianos. Todavía hoy en la iglesia genovesa de San Bartolomé de los Armenios se venera una imagen pintada al temple a base de clara de huevo que sería precisamente la enviada por Jesús al rey Abgaro. Evidentemente, si el mandylion era una pintura, no habría podido tener nada que ver con la Sábana Santa. En todo caso, en la realidad histórica, el de Génova es un antiquísimo icono bizantino inspirado por el mandylion y, tal vez, realizado en Edesa.

      Icono al temple de la Iglesia de San Bartolomé de los Armenios en Génova

      Según tradiciones dispares, griegas, árabes y sirias, hacia la mitad del siglo X, el emperador de Oriente Romano I Lecapeno deseaba que el mandylion se llevara a Constantinopla. El Rostro de Cristo de Edesa era considerado por todos achiropita, es decir, «no hecho por manos humanas» y era venerado sobre todo por esto.21 La Anatolia estaba desde hace tiempo sometida a los turcos, que, al ser islamistas y dado que para ellos Jesús era, y es, el segundo profeta más importante después de Mahoma, veneraban el mandylion considerándolo protector de la ciudad.22 Queriendo obtener la misma tutela, el emperador Romano I inició la guerra contra los turcos enviando contra ellos un potente ejército a las órdenes del general Juan Curcuas, quien, en la primavera del año 943, conquistó Edesa. El general bizantino pidió al emir de la ciudad derrotada la entrega del mandylion, entretanto escondido por los asediados y, para conseguirlo, prometió misericordia para los habitantes, liberó a 200 prisioneros y prometió pagar más de doce monedas en metal precioso (según algunas fuentes, monedas de plata, según otras, incluso de oro). A pesar de las protestas del pueblo, el emir aceptó y entregó la reliquia al general Curcuas. El mandylion llegó a Constantinopla el 15 de agosto de 944, fiesta del Tránsito de María (luego de la Asunción). El mandylion (¿o la Sábana Santa doblada?), después de la entrega oficial al emperador se dejó en la capilla Nuestra Señora del Faro, junto al Bucoleón, el palacio de Romano I.

      Una miniatura del Códice Skilitzis, manuscrito bizantino realizado entre los siglos Xi y XIII, actualmente guardado en la Biblioteca Nacional de Madrid, representa la entrega del mandylion al emperador Romano I Lecapeno, flanqueado por el patriarca de Constantinopla, Teofilacto, y otros dignatarios. Como se ve en la imagen, en el centro destaca la imagen de Cristo, que, casi tridimensionalmente, se levanta de la tela:

      El 16 de agosto de 944, día posterior a la llegada del mandylion a Constantinopla, el archidiácono Gregorio de la catedral de Santa Sofía, refrendario encargado de los mensajes oficiales entre el patriarca y el emperador, lanzaba desde el púlpito un sermón sobre el acontecimiento. En la Biblioteca Vaticana se ha conservado el manuscrito (Cod. Vat. Gr. 511, ff. 143-150v, catalogado De Christi imagine Edessena).23 Gregorio, después de afirmar que pretende hablar de la reliquia traída desde Edesa en el año actual de 6452 (según la datación bíblica, correspondiente al año 944 después de Cristo) describe en tono apasionado el mandylion, al que llama sábana, refiriéndose evidentemente a los tres Evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), lo cuales, al contrario que Juan, usan precisamente ese término. Dice Gregorio de la imagen: «Reliquia impresa únicamente por los sudores de la agonía del rostro del Príncipe de la Vida, que gotean como pequeños arroyos de sangre, y el dedo de Dios. Esos son los ornamentos que han coloreado la verdadera imagen de Cristo. Y la imagen, después de haber goteado también está hecha por las gotas más preciosas de su costado. Los dos hechos están llenos de enseñanzas: aquí sangre y agua, allí sudor e imagen. Es el equilibrio de la realidad, pues [se originan] de un Solo y Único [Ser]. Pero se ve también la fuente de agua viva que apaga la sed mostrando los sudores artífices de la imagen, que se deslizan por el costado de una naturaleza [común] a cualquiera y que han producido [la reliquia]. Poco a poco nos habituamos a algo que no se había visto nunca antes y de lo cual ni ojos ni mente habían tenido experiencia. Una imagen no delimitada en sus bordes, que se disuelve en la nada, a la que, si te acercas, poco a poco empalidece y desaparece y, si te alejas, reaparece, un color apagado, muy pálido, que no sabría definir, que casi se sale de la escala cromática. Dos grandes improntas de un cuerpo expoliado, de frente y de espaldas, acostado de una forma muy extraña e ilógica. Una cantidad de señales evidentemente sanguinolentas, estampadas también sobre la piel de una suma inmovilidad cadavérica (…) antes de hundirse en esa larga contemplación sin palabras que es siempre y para cualquiera la primera observación de la sábana. Para todos, el primer impacto con la sábana es una larga mirada en un largo silencio».

      Evidentemente, el uso de la palabra sábana en aquel antiguo sermón no es una prueba de que se refiriera precisamente a la Sábana Santa de Turín. Sin embargo, es muy importante la cita del cuerpo de Jesús y no solo de su rostro, porque da a entender que se trataba de una sábana y no de un pañuelo.

      Miniatura

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