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Misterios urbanos. José Montero
Читать онлайн.Название Misterios urbanos
Год выпуска 0
isbn 9789875042896
Автор произведения José Montero
Серия Serie Negra
Издательство Bookwire
—¿Eh?
—Sí, un cable común, de reproductor de audio, pero que mida veinte metros.
—No vienen en esa medida. ¿Para qué lo querés?
—Eeeeh…
—Una vez a un cliente le armé algo así. Porque al tipo le encantaba escuchar música a todo volumen, de noche. Vivía al revés. Dormía de día. Y en la casa, imaginate, lo querían matar. Entonces probó con esos auriculares inalámbricos.
—Sí, no, pero yo…
—No hubo caso. Tenía interferencias. Arrancaba la heladera, una heladera de esas viejas, grandotas, una Siam, y perdía la señal por dos segundos. Y perder dos segundos de un tema de Iron Maiden lo ponía loco. Heavy metal encima escuchaba. Entonces yo le armé unos auriculares con… No te digo con veinte, pero quince, dieciocho metros le puse.
—O sea que se puede.
—Más vale. Te vendo unos auriculares, los metros de cable que precises y la soldadura te la hago gratis.
—Pero yo ya tengo auriculares.
—Entonces te cobro el cable y la soldadura.
—¿Y cuánto sería?
—¿Para veinte metros?
—Veintidós, por las dudas.
—Y… serían… Seis por cuatro… Me llevo dos… Dividido… Raíz cuadrada… Veinte pesos.
—¿Veinte pesos? ¿Y para cuándo podría estar?
—Te lo armo en el momento.
Ya lo tengo. Está todo. El “Oído espía”, los metros de cable necesarios… ¿Y si me quedé corto? Pedí dos metros adicionales, tiene que alcanzar. Son seis pisos. A tres metros, tres metros treinta por piso… Sí, llega. Sobra. Con esto seguro queeeeeeee…
—Gastón… ¿Cómo andás?
—Hola, Natalia.
Chuic, chuic.
—Qué rápido… ¿No habías ido al cine vos?
—Sí, pero me acordé de algo que tenía que hacer.
—¿Del colegio?
—Sí, no. Más o menos… Chau, después te veo…
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué no puedo hablarle como una persona normal? Las palabras no me salen. Quedo siempre como un estúpido. ¿Por qué no puedo hacer como mis amigos que salen con chicas? Invitarla a tomar algo y ver qué responde. Si dice que no, bueno, no es la muerte de nadie. Tenés que encararla, Gastón, ¿qué esperás? Hace un año que estás enganchado con ella y no hacés nada…
—Hola, hijo.
—Hola, ma…
—Estaba saliendo para el trabajo. ¿Qué pasó? ¿No había función?
—Sí, pero… No me sentía bien y volví.
—¿Te pasa algo? ¿Estás enfermo?
—Un poco de dolor de cabeza.
—¿Querés que me quede? Sabés que me cuesta cubrir estas guardias, dejarte solo en casa…
—No, mami. No es para tanto.
—Me quedo. Llamo y aviso.
—¡No estoy tan enfermo!
—Es que si te sentís debilucho…
—Mami, soltá, ya soy grande… Además no podés faltar al trabajo así nomás.
—¿Por qué no?
—Mirá el ejemplo que me estás dando.
—Tenés razón.
—Chau, mamá. No te preocupes.
—Te dejé comidita en el horno, hijo.
—Bueno, gracias, chau.
—Mañana te despierto con el desayuno…
—Sí, okey, dale, se te hace tarde.
—Beso de esquimal…
—¡Mamá!
—Beso de esquimal y me voy…
—Aaaah…
—Chau, hijito, te quiero, cuidate mucho…
—Chau, chau, chau…
Menos mal que se fue. Si se queda me arruina los planes. Tendría que esperar al miércoles que viene y ya no aguanto más. Quiero saber. Necesito enterarme. En un rato se hace de noche. Aprovecho, ceno temprano, junto las cosas y me voy para arriba.
Estaba bueno el pollo con papas… Las llaves mías y las de la cocina, el “Oído espía”, los auriculares con los 22 metros de cable, un buzo por si refresca (no creo, pero por las dudas)… ¿Qué más? ¿Me olvido de algo? De última vuelvo. Pero no quiero andar yendo y viniendo. No quiero que me vean… Mejor voy por la escalera. Son dos pisos. Así nadie se asombra de que el ascensor esté en la terraza a esta hora. Hum… Esta cerradura. ¿Nunca la van a arreglar? Empujo para afuera, giro la llave y ahí sí, abre, pero cuesta. Uh, no, el cartel de neón. Se me había pasado. Con todo lo que alumbra. Alguien me puede ver desde otro edificio y llamar a la policía. Rápido. Me acerco al segundo hueco. Al espacio aire y luz al que dan los departamentos C y D.
Muy bien, en este lugar la pared hace sombra. Incluso puedo sentarme cómodo… Conecto el auricular al “Oído espía”. Ah, no, pero… Hay un problema. Si dejo que el equipo cuelgue libremente del cable, el micrófono apunta para abajo. No me sirve.
¿Y si hago un nudo con el cable, así, enganchando esta patita del aparato? Ahí queda de costado. Va a apuntar a las ventanas. Lo puedo ir moviendo de a poquito para que quede dirigido a una y a otra. ¿Funcionará? Espero que sí. Tiene que andar… Despacito… Voy bajando el “Oído espía” y…
—¿Dónde hay mostaza?
—Se terminó.
—¡¿Nunca hay nada en esta casa?!
—¿Cómo te fue?
—Mal. Pedí la reunión con Morgado pero…
—¿Y el aumento que ibas a reclamar?
—¡Ni me atendió!
—¡Dejá de ver la tele, Camila, y hacé la tarea ya!
—La hago mañana…
—De ninguna manera, señorita. ¡La hace hoy mismo!
—¡Ufa!
—Hola, tía, ¿cómo estás? Te llamaba para darte una buena noticia… Me caso…
—¿Qué te dijo la médica?
—Tengo que cuidarme con la sal, hacer ejercicio…
—¿La presión muy alta?
—Un poco…
—Sí, sí. Estoy acá, con mi socio, esperando la orden…
—Decile si tiene confirmado el horario…
—Falta poco…
—Natalia, hacete cargo… ¿El pibe te gusta o no?
¡Ahí, ahí...! Quedate quieto, no te muevas…
—Yo no me puedo hacer cargo de nada, nena.
¿Cómo que no?
—Pero Natalia… ¿Hace cuánto que el vecinito te tira onda?
—No me tira onda. Y el vecinito tiene nombre. Se llama Gastón.
¡Bien!