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Las virtudes en la práctica médica. Edmund Pellegrino
Читать онлайн.Название Las virtudes en la práctica médica
Год выпуска 0
isbn 9788418360206
Автор произведения Edmund Pellegrino
Жанр Медицина
Серия Humanidades en Ciencias de la Salud
Издательство Bookwire
El concepto de virtud, así como su lugar en la filosofía moral, sufrió cambios muy significativos en los siglos posteriores a la Edad Media, dado que las visiones aristotélica y tomista fueron cuestionadas por los pensadores de la época. La historia de estas transformaciones es, a fin de cuentas, la historia del desarrollo de la filosofía moral moderna, proceso que será complicado de resumir aquí de forma satisfactoria. Con todo, es útil esbozar, si cabe mínimamente, las líneas de fuerza que dieron nueva forma al significado de virtud y cómo estas han seguido teniendo influencia hasta la actualidad.
La idea de virtud estaba tan íntimamente asumida por las corrientes filosóficas aristotélica, tomista y escolástica que sufrió una gran erosión cuando estos sistemas de pensamiento fueron puestos en cuestión durante el Renacimiento y la Ilustración. Algunas de las fuerzas que chocaron con la síntesis clásica y medieval fueron la desconfianza en la metafísica y en la metodología escolástica y las limitaciones de la ciencia aristotélica. Los argumentos teleológico y teológico perdieron importancia cuando la ciencia y el empirismo demostraron que podían contribuir al conocimiento humano por el método experimental.
La naturaleza humana reconocida por la razón y definida en términos de un fin último facilitó el camino a una visión más realista —la antropología realista de Hobbes— y a la ética reconstruida de Locke en términos de derechos, contrato social e individualismo. Hume y sus colegas británicos llevaron la discusión de la ética al realismo de la psicología moral, según exploraban el concepto de un sentimiento moral innato que llevaba a los humanos a dar su aprobación a algunos actos y su rechazo a otros. Kant reconstruyó por entero la metafísica de la moral y relanzó la antigua idea estoica del deber en términos de máximas morales y del imperativo categórico. A diferencia de Hume y los empiristas británicos, adjudica a la razón un lugar central en la ética. Para Kant, el deber nos compele porque es el que define toda la moralidad, con independencia de las consecuencias. En cambio, para Jeremy Bentham y John Stuart Mill, las consecuencias son, en última instancia, las que determinan la cualidad moral de los actos. Otros, como los platonistas de Cambridge, basaron sus sistemas morales sobre simples intuiciones del bien, y otros incluso negaron la posibilidad de definir el bien.
Como puede sospecharse, con la filosofía moral sometida a tal oleaje, los conceptos de virtud fueron muchos y variados, y con frecuencia contradictorios. Casi cada escritor de renombre tenía algo que decir sobre la virtud, en particular durante el período en que se reavivó el interés por los textos de los escritores clásicos. Daremos algunos ejemplos para ilustrar las confusas interpretaciones que siguieron a la deconstrucción del antiguo concepto de virtud.
Montaigne, por ejemplo, definía la virtud como «inocencia accidental y fortuita»; Descartes la denominaba «fuerza de las almas» y Malebranche «amor al orden». Para Hume, la virtud es una «cualidad mental que es aceptada o aprobada por todos aquellos que la consideran o la contemplan». Kant define la virtud como «la coincidencia del querer racional con cada deber firmemente asentado en el carácter». El deber era sinónimo del imperativo categórico, el cual Kant definía de dos maneras: «Obra solamente de acuerdo a aquella máxima, según la cual, puedas al mismo tiempo querer que se convierta en una ley universal»16 y «Actúa de tal modo que trates a la humanidad, tanto en tu propia persona o en la persona de otro, al mismo tiempo como un fin y nunca simplemente como un medio».17 Estos mandatos se aplican con independencia de los deseos o las consecuencias.
El respeto de Kant por la persona y la utilidad de Mill y Bentham establecieron la idea de una ética basada en principios como diferente de la tradicional, que ponía el énfasis sobre la virtud. La ética tomaba el camino de prestar más atención al acto que al agente del acto; aunque en el caso de Kant, la intención, que es el hecho supremo en los actos morales, reside en el agente. El refinamiento del utilitarismo que hiciera más tarde Sidgwick convirtió la utilidad en un principio aprehensible por sentido común, sin necesidad de un desarrollo filosófico formal. Sus trabajos y los de Ross son el fundamento de la forma dominante actual de la ética basada en principios. Esta empieza con un limitado número de principios prima facie que se consideran normativos a menos que se pueda aducir una buena razón en sentido contrario.
TEORÍAS CONTRARIAS A LA VIRTUD
Hablaremos con más detalle sobre la emergencia de la ética de las virtudes en el próximo capítulo, cuando la comparemos con la ética de los principios y sugiramos de qué manera principios y virtudes deben complementarse. Ahora hemos de completar nuestra panorámica sobre cómo el antiguo concepto de virtud se fue transformando por la revisión crítica de la filosofía clásica y medieval que se llevó a cabo en el Renacimiento y la Ilustración. MacIntyre ha resumido de forma brillante cómo se desmontó la teoría de la ética de las virtudes. Nosotros solo mencionaremos las corrientes contrarias a la virtud de algunas teorías filosóficas y concluiremos el capítulo con algunos ejemplos de definiciones de virtud en nuestros días, cuando la validez de la ética de las virtudes vuelve a ser apreciada.
Las corrientes antivirtud circulaban incluso cuando Platón escribía en sus diálogos las definiciones clásicas de virtud. Así, en el Gorgias, Calicles cuestiona la insistencia de Sócrates por elevar la virtud hasta convertirla en el requisito previo para ser una buena persona o conformar una sociedad buena; algunos ven en él un heraldo de Nietzsche. Tarsímaco, en la República, también reta la idea de virtud, en este caso la virtud de la justicia; según argumenta, la justicia ha sido secuestrada por los poderosos, no tiene otro origen ni otra justificación. De modo similar, Calicles y Glaucón, de nuevo en la República, muestran su escepticismo hacia las teorías de Sócrates sobre la virtud en general y en particular, sobre todo en lo que respecta a su necesario papel para un buen ordenamiento social.
Los argumentos contrarios a la virtud de Maquiavelo tienen fuerte influencia todavía porque ponen de manifiesto la dificultad para sobrevivir en una sociedad competitiva guiada por leyes que desprecian la propia virtud. Es más, Maquiavelo aconseja a su príncipe que no tenga en cuenta las virtudes naturales o cristianas cuando ejercite el poder. Si la seguridad y el bienestar del Estado eran la preocupación principal del príncipe, este debería ser cruel o magnánimo según las circunstancias. Un príncipe nunca podría hacer profesión de la virtud y mantenerse en el poder mientras su pueblo u otros príncipes no fueran virtuosos. En cambio, Maquiavelo acuña el concepto virtu ‘falta de humanidad, fortaleza, poder militar y político’, algo que actualmente aproximaríamos más al machismo que a la virtud.
El cinismo con el que Maquiavelo dudaba de la supervivencia del valor de la virtud es todavía atractivo para algunos, incluso en disciplinas como la medicina, el derecho o la política, que tradicionalmente habían acogido de buen grado la virtud. Actualmente, se encuentra un número creciente de médicos o juristas que consideran la virtud y la ética como loables ideales, pero inalcanzables en un mundo burocratizado y competitivo sometido por las leyes del libre mercado.
Una corriente antagónica a la virtud, similar a las de Maquiavelo y Hobbes, pero especialmente poderosa, es la del pesimismo ético, de Ayn Rand. Esta autora llega a ensalzar la virtud de la egolatría,18 para concluir, con Adam Smith, que, si liberamos las energías creativas del interés propio, el beneficio será general. Para Rand, la honestidad, por ejemplo, es buena porque sirve a los intereses y supervivencia del individuo, y no por las razones que esgrime la teoría de las virtudes. Un prototipo actual de ética médica contraria a la virtud la encarnan Engelhardt y Rie con su nueva ética, en la que la beneficencia es sustituida por el interés propio. Estos autores sostienen que las leyes del libre mercado aplicadas a la medicina obligan a revisar los fundamentos éticos. Llegan a defender como beneficioso que los sistemas públicos de salud limiten el número de pacientes que atender negando la asistencia a aquellos que no puedan costearla; esto obligaría, dicen, a la sociedad a asumir su responsabilidad hacia los más desfavorecidos.19 Esta corriente es tan contraria a nuestra propuesta que no vamos siquiera a intentar refutarla. Creemos que, por la pobreza de sus argumentos, ni siquiera se ha ganado la severa crítica que merecería. Bastan los argumentos de este libro, para el que los considere acertados, para refutar esta última teoría de la moral médica que se enfrenta a la