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El fin del armario. Bruno Bimbi
Читать онлайн.Название El fin del armario
Год выпуска 0
isbn 9789878303246
Автор произведения Bruno Bimbi
Жанр Социология
Серия Historia Urgente
Издательство Bookwire
“¿Es suficiente ser el mejor del mundo para ser aceptado?”.
Con esa frase, el campeón mundial de esquí acrobático por quinto año consecutivo, Gus Kenworthy, salió del armario en 2015 en una entrevista para la revista ESPN. La frase apareció junto con su foto en la portada, que el atleta tuiteó con apenas tres palabras en inglés: “I am gay”. Kenworthy estaba en el mejor momento de su carrera y había obtenido el año anterior la medalla de plata en esquí estilo libre en los Juegos Olímpicos de Invierno de Sochi, en Rusia, donde la homosexualidad es perseguida por el régimen autoritario del ex agente del KGB Vladimir Putin, líder de la Rusia poscomunista que juntó lo peor del capitalismo con lo peor del estalinismo, como una especie de Frankenstein político contemporáneo.
Nacido en Gran Bretaña, hijo de inglesa y norteamericano, Kenworthy vive en Denver, Colorado, uno de los estados donde el matrimonio gay ya era reconocido y contaba con la aprobación del 60 por ciento en las encuestas cuando la Corte Suprema de Estados Unidos lo legalizó en todo el país. En la entrevista, el atleta contó a ESPN que, cuando compitió en Sochi y ganó la medalla de plata, pensó en besar a su novio frente a todos después de la carrera. “Habría sido un silencioso fuck you a las leyes homofóbicas rusas”, se imaginaba, pero cuando llegó el momento no se animó, y eso hizo que no terminara de sentirse orgulloso por la medalla: no podía dejar de pensar en lo que no había podido hacer. Cuando los medios lo entrevistaron, llegó a mentir cuando le preguntaron de qué persona famosa se enamoraría, mencionando a una mujer: la actriz y cantante Miley Cyrus. No, no se enamoraría de ella, pero la pregunta lo perseguía desde siempre. Un deportista exitoso y atractivo tenía que ser también exitoso con las mujeres y salir con las chicas más calientes, como buen macho alfa, porque era lo que se esperaba de él. ¿Cómo sobrevivir, si no, en ese ambiente lleno de testosterona y machismo? Pero la idea de acostarse con una mujer sólo para aparentar le daba ganas de llorar. La primera vez que compitió, a los 19 años, los periodistas querían conocer a las novias de los deportistas, las cámaras las enfocaban y las revistas buscaban fotografiarlas. Cuando le preguntaron, apenas consiguió responder: “No, no girlfriend”.
Pero no girlfriend no era una respuesta posible en su mundo. Los periodistas siempre preguntaban, al igual que sus colegas, y él nunca decía la verdad, aun cuando estuviera de novio y su chico se hallase entre el público, aplaudiéndolo anónimamente, como un espectador más, sin que nadie supiera, sin que las cámaras lo enfocaran como a las chicas de sus compañeros. Las energías que gastaba mintiendo lo estresaban al punto de afectar su rendimiento deportivo, y hubo torneos que perdió por ese motivo. Por eso y por los comentarios homofóbicos, todo lo que dicen en los vestuarios los que no saben ni se imaginan. Una vez, su fisioterapeuta le dijo que no podía imaginarse conversando con un homosexual toda la noche, y él pensaba: “Conversaste con uno dos horas por día, cuatro veces por semana, durante siete meses”. Pero no lo dijo.
Ser gay en el armario en un ambiente donde “maricón” se usa como insulto es como ser invisible: los otros dicen cosas que lastiman sin saber que estás ahí, escuchando. Y tenés que oírlos y callar una y otra vez, aunque seas el campeón del mundo, aunque colecciones medallas, aunque salgas en las tapas de las revistas, aunque ya le hayas dado la mano al mismísimo Barack Obama y tengas el patrocinio millonario de marcas como Nike, Atomic, GoPro y Monster.
Igual tenés que callar.
“¿Es suficiente ser el mejor del mundo para ser aceptado?”, se preguntaba.
Su salida del armario fue aplaudida por muchos de sus compañeros, por las entidades deportivas y por sus seguidores en las redes sociales. Como pasa siempre en estos casos, para los que vengan después todo será más fácil. Sobre todo, para ese chico que está en su primera competición y un periodista le pregunta por su novia. Quizá no precise decir no girlfriend. Quizá pueda decir que tiene novio, como el campeón del mundo. Si él puede, ¿por qué yo no voy a poder? Cuando alguien como Kenworthy sale del armario, otros se animan y eso ayuda a que todo mejore para muchos más, además de ayudar a deconstruir los prejuicios que por tanto tiempo se impusieron como naturales en ese ambiente de machos. ¿O alguien cree que no hay gays en los deportes considerados masculinos? ¿En serio lo piensan?
Hay, sí, pero son poquísimos los que se animan a decirlo.
El coming out le permitió también a Kenworthy aprovechar la atención del mundo del deporte para responder con paciencia a los prejuicios de los demás. “¿Vos sos el hombre o la mujer en la relación?”, le preguntaron por Twitter. Una pregunta de la que ya hablamos en este libro. “En cualquier relación, yo soy el hombre. De la misma forma que el otro hombre. Soy gay. No trates de emular una relación heterosexual”, respondió.
Estaba contento, orgulloso, lleno de energía. Se le notaba. Y, como si fuera poco, qué lindo que es. Sí, podés googlear.
El coming out de los famosos
En enero de 2016, el actor Charlie Carver, conocido por sus papeles en Teen Wolf (tercera temporada), The Leftovers y Desperate Housewives, salió del armario con cinco largos posts en Instagram –donde lo siguen más de 800 000 fans–, todos con la misma imagen: un pequeño cartel con la frase “Convertite en aquel que necesitabas cuando eras más joven”.
“Hace aproximadamente un año, vi esta foto mientras navegaba en Instagram una mañana –escribió Carver–, y aunque no soy de citas de inspiración, sobre todo de esas atribuidas a Mr. Anónimo, capturé la imagen y la guardé. Me llamó la atención por alguna razón”. ¿A quién necesitaba cuando era más joven? Como le habrá sucedido al joven hombre lobo de Teen Wolf, Carver descubrió desde chico que era, de algún modo, diferente de los otros chicos de su edad. Al principio era algo abstracto, una sensación indefinida de ser distinto, pero, con el tiempo, esa diferencia comenzó a tener un significado más preciso. Tres palabras, I am gay, que tuvo que repetirse primero a sí mismo en voz alta “para ver cómo sonaban”, y al principio le sonaron mal, haciéndolo odiarse a sí mismo. Tenía doce años y quería ser muchas cosas en la vida: quizá pintor, jugador de fútbol, actor. Sí, actor. Era eso.
¿Podía ser actor y ser gay? ¿Podía no serlo? ¿Podía contárselo a alguien?
Sí, podía contárselo a su familia –un privilegio, porque contó con su apoyo–, pero no de inmediato; precisaba sentirse seguro. Cuanto más se acostumbraba a vivir externamente como era, mejor se sentía, pero al mismo tiempo su carrera comenzó a despuntar y la relación entre su trabajo y su sexualidad se hizo más complicada. O al menos eso pensaba. Tenía 19 años y ya estaba trabajando en Hollywood; era un sueño hecho realidad, por el que había luchado desde la infancia. Y le daba pavor: se sentía dividido en dos mitades, una pública y una privada, vigilada, supervisada, censurada y esterilizada de cualquier cosa que pudiera revelar cómo se veía a sí mismo. La fama le nublaba el juicio. “Cuando salió mi primer episodio en televisión, me di cuenta de que ya no era una persona anónima. Por primera vez, estaba en la calle y un completo extraño me preguntó si me podía sacar una foto. La fama, en cualquier grado, es una criatura complicada”, dice. En esta época de redes sociales, en la que todos estamos todo el tiempo on y la distinción entre lo público y lo privado es borrosa, ¿cuánto puede compartirse con los demás?, ¿hasta qué punto se puede ser uno mismo?
Carver decidió entonces que su sexualidad se quedara del lado privado de su vida, porque no quería ser definido por ella. Una sensación que es un lugar común en el relato autobiográfico de todas las personas públicas que deciden (o que aún no decidieron) salir del armario: no quieren que las definan como el actor gay, el futbolista gay, el político gay, el cantante gay, como si eso fuese más importante que todo lo demás, como si fuese lo único que los define como personas por encima de cualquier otra cosa.
Soy