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tanto tiempo que él no deja de llamarnos para hacernos descubrir que está contento con nosotros, que nos ve y se maravilla de nosotros. No por lo que hacemos o no hacemos, sino por quienes somos. Incluso hasta podemos sentir vergüenza de nosotros, pero él no se avergüenza de lo que creó.

      El tema es que los miedos nos enceguecen y no nos dejan ver que este amor es real. Tardamos toda la vida en darnos cuenta de que todo va a salir bien, de que no hay por que temer. Él está presente como el aire que respiramos, pero así como muchas veces no somos conscientes del aire, tampoco del amor de Dios.

      Vivir en su amor, es un regalo que él nos quiere dar, pero esto implica una conversión a la que no siempre estamos tan dispuestos. Porque significa animarnos a ser pequeños. Para vivir en los brazos de Dios hay que animarse, día a día, a ser pequeños, pobres, sin fuerzas. Y esto es lo difícil. Porque nuestro enemigo, el orgullo, busca todo lo contrario. Y el orgullo hace tiempo nos domina y no nos deja entrar en el reino, donde el amor es la fuerza que todo lo puede. El orgullo no puede conocer el amor de Dios, porque rechaza ser pequeño en sus brazos

      Por eso en este libro nos proponemos un itinerario para animarnos a ser pequeños, dejar de escuchar los miedos y confiar. En este camino aceptaremos la vida como es, creeremos que no hay nada más fuerte que el amor de Dios y le confiaremos nuestra vida. Aceptar, creer y confiar son los pasos para disponernos a recibir algo que no se puede alcanzar, pero si supieras cuanto él te ama...

       Aceptar

       Dios concédeme serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar. Valor para cambiar las que puedo, sabiduría para reconocer la diferencia.

       Capítulo 1. “El Pan de cada Día”

      Lo que más necesitamos en la vida, no lo alcanzamos solo con nuestra vida, no lo manejamos ni lo podemos poseer. No se puede comprar la vida, ni el amor, ni la salud, etc. Aunque nuestro esfuerzo sea valioso, tarde o temprano, descubrimos que nuestra actividad suprema es aprender a ser como niños.

       “Permanezcan en mí como yo permanezco en ustedes. Un sarmiento no puede producir fruto por sí mismo si no permanece unido a la vid; tampoco ustedes pueden producir fruto si no permanecen en mí” (JN. 15).

      Más que tener un conocimiento acerca de algo, Jesús nos invita permanecer en un estado vital, como la flor del árbol de la vid que segundo a segundo vive de la vid, es nutrida por ella y si no se seca. Permanecer en este estado vital significa vivir en la experiencia de quien es Jesús, significa vivir en la percepción de una realidad que está presente, pero a menudo es desconocida: la realidad de Dios. En nuestra relación con Dios muchas veces hemos pensado en él, nos hemos emocionado a través de una lectura gratificante. Hemos tratado de cumplir mandamientos. Hemos participado en celebraciones. Pero al mismo tiempo hemos huido de sus brazos. Hemos evitado la experiencia de ser un sarmiento pequeño que depende existencialmente de estar unida al árbol. Experimentar la realidad de la ternura de Dios nos da miedo por que nos invita a ser algo que rechazamos con todas nuestras fuerzas. Nos invita a ser nosotros mismos. Nos invita a permanecer.

      Es permanecer en la verdad, ya que muchas veces vivimos escapando de nuestra verdad, nos da miedo ser un sarmiento, preferimos ser el árbol completo y no una flor que depende en todo de estar unida al árbol. Nos dan miedo nuestras debilidades, nuestras carencias, nuestros límites, nuestros secretos. Pero ellos son los que nos recuerdan que no podemos vivir sin Dios.

      En la humildad de aceptar nuestra condición, hay una fuerza superior a todas las estrategias para alcanzar la felicidad. Pero no es fácil vivir día a día, una condición humana en la que la mayor fortaleza no viene de apoyarse en sí mismo, sino de aprender a ser niños que confían que todo les será dado.

       Todos los días necesito probar y comprobar en mi vida que un amor más fuerte que todo lo que conozco se está ocupando de mí en todo, no solo en las cosas “importantes” o que me afligen, sino en todo, hasta en tener contados mis cabellos (cf. Mt. 10,30).

      Todos los días necesitamos descubrir más que una idea un hecho concreto y real. Diría, el hecho primordial de nuestra vida, Dios obrando con el mismo poder que creo el universo.

      Queremos construir nuestra vida, construir nuestra familia, nuestras relaciones, nuestras metas, construir quienes somos. Pero lo primero no es construir, sino descubrir que Dios obra con poder, que el amor de Dios es real. El Amor nos creó, para que seamos algo que no podemos lograr por nosotros mismos. Ser un sarmiento del árbol nos revela esta identidad que recibimos de Dios. Experimentarlo, permanecer en él, significa descubrir que lo que más anhelamos nos resulta imposible. Necesitamos confiar y aprender a recibir el pan de cada día.

       Capítulo 2: La sabiduría de la oveja

      A veces vivimos lejos de nuestra verdad. Porque no es fácil aprender que nuestra nada, es nuestra grandeza. Nuestra pequeñez, el baluarte más fuerte.

      Nuestra pobreza, debilidad, fracasos y pecados, esconden una bienaventuranza porque nos van disponiendo más dócilmente a dejar que Dios sea Dios a confiar en su amor.

      Esta es la sabiduría de la oveja que sabe que no puede sola y se deja apacentar. Pero como nos cuesta aceptar nuestros límites humanos, nuestro lugar en la vida. Muchas veces buscamos hacer lo que no nos corresponde, buscamos una grandeza que no es propia, dejamos de ser niños, porque no confiamos en que de verdad Dios hará algo por nosotros. Tantas veces nos han fallado que creemos que Dios también nos fallará. Entonces nos concentramos en lo que nosotros hacemos. Pero:

       Nadie puede salvarse a sí mismo, ni pagar a Dios un rescate” (salmo 49).

      Aunque no neguemos que solo Dios puede salvarnos, es una aceptación intelectual. No queremos sabernos débiles e impotentes. No es fácil aceptar que no podemos salvarnos a nosotros mismos. Sin darnos cuenta, preferimos hacer las cosas por nosotros mismos, conquistar la vida.

      Cuando somos el jefe de nuestra vida, queremos que las situaciones diarias se adapten a nuestros intereses. Y sin darnos cuenta a veces exigimos a todo lo que nos rodea, que sea de acuerdo con nuestras expectativas. No es raro entonces que también busquemos Dios se adapte a nuestros intereses. Queremos que él haga lo que le pedimos, cuando en realidad la felicidad es todo lo contrario: preguntarle a él que quiere de nosotros.

      Jesús nos ofrece el camino de la oveja, que no se opone a ser líder, o a que cada uno gobierne su vida. Dios no busca que seamos títeres. Pero sí nos enseña que no podemos solos. Necesitamos del otro y del “Otro” con mayúsculas, que es Dios.

      Esta absoluta dependencia, hiere nuestro orgullo. No queremos ser ovejas. Por eso todo el tiempo estamos buscando demostrarnos que si podemos solos. Nos apoyamos en nuestras virtudes. Sin embargo, parte de nuestro camino a la salud, es reconocer y aceptar la derrota. Este reconocimiento es intolerable para nuestro orgullo desmedido y una buena noticia para nuestra verdad de Hijos Amados de Dios.

      Para volver a ser ovejas necesitamos levantar la bandera blanca y aceptar cierta derrota que hace tiempo no queremos aceptar. Es verdad que con fe todo lo podemos, y que superarse confiando en uno mismo es un camino al que también nos invita nuestro Padre. Pero apoyarse solo en la propia fuerza es necedad. Porque somos débiles, nos equivocamos y pasajera es nuestra vida. Solo perdura lo que se hace desde la sabiduría de la oveja.

       “Nadie puede salvarse a sí mismo, ni pagar a Dios un rescate” (salmo 49).

      No es fácil admitir la derrota. Hay un fracaso personal que nos es imposible tolerar cuando el orgullo nos domina. Pero cuando hacemos la experiencia de como Dios nos cuida, de que todo va a salir bien no por nosotros sino por él, si podemos aceptar con alegría, vitalidad y paz que somos una pequeña oveja. La vivencia de necesitar de Dios en todo y para todo, de ser dependientes de su obrar es un traje que nos sienta bien. Y paradójicamente, cuando aceptamos que no podemos, sí podemos.

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