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      Robert Villesdin

      El Protocolo

      El hundimiento de una empresa familiar en la burbuja inmobiliaria

      © de la obra: Eurocultura, SL

      © de la edición: Apostroph, edicions i propostes culturuals, SLU

      © de la ilustración de cubierta: Oriol Hernández

      Edición: Apostroph

      Corrección de estilo: Covadonga D’Lom

      Diseño de cubierta: Apostroph

      Diseño de tripa: Mariana Eguaras

      Maquetación: Apostroph

      ISBN digital: 978-84-122005-3-9

      Primera edición: noviembre 2019

      Primera edición digital: marzo 2020

      www.apostroph.cat

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      Estos son malos tiempos. Los hijos han dejado de obedecer a sus padres y todo el mundo escribe libros.

      Cicerón

      Los malos libros provocan malas costumbres y las malas costumbres provocan buenos libros.

      René Descartes

      Los personajes de este libro son totalmente imaginarios. Si alguien se siente identificado con alguno de los protagonistas «buenos», no debería enfadarse conmigo, sino todo lo contrario. Debería concluir que la bondad y los buenos ejemplos deben publicarse e incluso airearse. Por el contrario, si alguien se reconoce en alguno de los figurantes «malos», tampoco debería indignarse, antes bien debería considerarse afortunado porque, si ha conseguido sustraer sus fechorías a la justicia, la pena de exhibición anónima que le impone la edición de este ejemplar será inmerecidamente benévola. Sobre los protagonistas mediocres, mejor no perder el tiempo.

      Robert Villesdin

      I. Hechos a sí mismos

      Vamos, Cayo Mario, admitid que todo el mundo en todos los países aprecia el nacimiento y el dinero [...] En Roma se han dado casos en que un individuo ha ascendido de la nada. Aunque os advierto que yo nunca he admirado a ninguno de los que lo hicieron —añadió César, pensativo— porque el esfuerzo los destruye como personas.

      Cayo Julio César, abuelo de César en El primer hombre de Roma, de Colleen McCullough

      Family Office

      ¡Seamos libres de permanecer unidos! Con esta frase, tomada, sin él saberlo, del lema utilizado por el Partido Socialista Italiano en su campaña a favor del divorcio, dio por finalizado su discurso Sam, también apodado «Midas» por sus amigos, debido a su reconocida habilidad de transformar en oro todo lo que tocaba. Con ella pretendía extractar el mensaje de la alocución que, con motivo de la inauguración de su Family Office había dirigido principalmente a sus hijos —pero también, de pasada, a los restantes asistentes— de que quien quisiera podía mantenerse ligado a su proyecto empresarial, pero que invitaba —y en el caso de sus hijos, retaba— a que cualquiera que lo deseara, según sus propias palabras, «se bajara del autobús y organizara su propia forma de ganarse la vida».

      —Papá, celebramos que te hayas decidido a dar este paso, verás cómo no te arrepientes —intervino Ton, su hijo menor, haciendo caso omiso al guante que les acababa de arrojar su padre.

      —Espero que no. Ya sabéis que yo empecé —perdón, vuestra madre y yo— el negocio de tratamiento de residuos desde la nada, cuando todavía se nos podía llamar por el nombre de toda la vida: chatarreros. Trabajar sin descanso ni desmayo nos ha permitido crear, desde nuestros humildes orígenes, una considerable fortuna.

      —Papá, esto ya nos lo has repetido muchas veces; espero que no sigas ahora con el rollo de lo de la Legión —se adelantó el mayor de sus hijos varones, intentando esquivar el tostón que intuía que vendría a continuación.

      —Pues, ahora que lo mencionas, tengo que reconocer que los valores que fundamentan todo lo que he creado los aprendí en tan distinguido cuerpo.

      Los siete años pasados en la Legión habían marcado fuertemente su carácter y, de hecho, enfocaba la gestión de sus empresas —así como la mayoría de los aspectos de su vida privada— desde una óptica claramente militar. Sin ser un gran lector, devoraba todos los ensayos sobre Julio César y Napoleón —únicos personajes históricos que admiraba— que caían en sus manos.

      —Y si a vosotros no se os hubiera escapado la oportunidad de la vida castrense estaríais mucho más preparados para los batacazos que os dará la vida —continuó el patriarca sin desaprovechar la ocasión.

      —Papá —se atrevió a intervenir Lucy, su única hija —esto que has dicho, además de trasnochado, es un poco machista.

      —Me estaba refiriendo a tus hermanos, no a ti. Si no espabilan será difícil que puedan, si no mejorar, al menos conservar lo que yo he creado.

      Sam estaba convencido de que los hijos de los grandes hombres —se consideraba uno de estos últimos— difícilmente podían llegar a ser triunfadores, y que no se podía ser un auténtico general —léase empresario— sin antes haber sido soldado raso, lo que le llevaba a concluir que ninguno de sus hijos estaría nunca capacitado para sucederle dignamente.

      —Esperaba que alguno de vosotros fuera capaz de terminar una carrera, aunque ya sabéis que yo no creo mucho en las universidades; su única misión es llenar la cabeza de los estudiantes con teorías que no son de ninguna utilidad en la vida real. En mi opinión, la mejor formación —y la más barata— es la que proporciona la vida. Siempre he dicho que se aprende más gestionando una empresa, principalmente si acaba en quiebra, que en cualquier escuela de negocios de esas.

      Por este motivo y siguiendo las sugerencias de sus hijos, el consejo de sus asesores y la última moda entre millonarios, había creado lo que se conocía como Family Office, para orientar sus actividades hacia otros negocios y poder involucrar en ellos a sus descendientes. De este modo, podrían formarse desde cero y, en el futuro, cada uno podría especializarse en una distinta ocupación.

      Antes de la aprobación formal de esta decisión, los reunidos habían mantenido un largo debate, propiciado principalmente por Susy, la esposa de Sam, y Lucy, la hija de ambos. Sin embargo, ellas no habían participado en el desarrollo y presentación de la propuesta.

      —¿Alguien podría explicarme de forma inteligible qué es un Family Office y para qué sirve? —preguntó Susy, con la intención de no quedarse al margen en la deliberación que iba a tener lugar acto seguido.

      —Mira —le respondió Modesto, como abogado de la familia y persona de la máxima confianza de los padres—, básicamente consiste en una organización paralela a las actividades habituales de la empresa, que se encargará de atender las necesidades económicas, financieras, fiscales e incluso de orden personal de todos los miembros de la familia.

      —Y ¿para qué sirve? —le preguntó, impaciente, sin esperar a que el abogado terminara su exposición.

      —Sirve, por ejemplo, para gestionar las cuentas bancarias, tarjetas de crédito, compra de vehículos, declaraciones fiscales, etcétera, de todos los familiares; también se encarga de encauzar la información y las relaciones de

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