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Levántate, y ve a la calle que se llama Derecha, y busca en casa de Judas a uno llamado Saulo, de Tarso; porque he aquí, él ora, y ha visto en visión a un varón llamado Ananías, que entra y le pone las manos encima para que recobre la vista» (Hch. 9:11-12).

      El Señor Jesucristo tiene un directorio personal de cada uno de nosotros, sabe cómo nos llamamos, el departamento, apartamento o casa donde vivimos y cómo se llega a nuestra dirección. Pero tristemente, hay muchos a los que Jesucristo no puede anotar en su directorio para ser localizados para una misión especial.

      Dice William Barclay lo siguiente sobre la calle ‘Derecha’: «Esta era una calle importante que cruzaba Damasco de este a oeste. Estaba dividida a lo largo en tres partes: una central, por la que discurría el tráfico, y dos laterales para los que iban a pie, en las que los mercaderes ponían sus puestos y vendían mercancías» (Comentario Al Nuevo Testamento, Editorial CLIE. Publicado en el año 2006, página 518).

      La calle Derecha se sigue trazando donde estaba aquella antigua calle romana y se le conoce en árabe como (Darb almustaqim) o «calle Derecha» o (Suµq al-Tawileµh-Tawilemh) o «calle Larga». Se traduce en algunas versiones bíblicas como calle «Recta» (BHTI).

      Era una calle muy reconocida por su continuo tránsito. Pero se la recuerda porque en una casa de esa calle ‘Derecha’ vivía un discípulo llamado Judas y allí estaba alojado un hombre llamado Saulo, que en el futuro marcaría positivamente la historia como uno de los más grandes contribuyentes al cristianismo.

      La orden. En esa visión, que pudo haber sido en sueño o en éxtasis, Ananías fue ordenado ir a la calle llamada ‘Derecha’, visitar la casa de otro discípulo llamado ‘Judas’, y le indicó que allí estaba orando Saulo de Tarso.

      De Ananías y de este Judas no sabemos mucho. Son de los muchos personajes incógnitos que se mencionan en la Biblia. Pero Ananías y Judas son de esos individuos que la gracia divina conecta a otros, y de esa manera el propósito de Jesucristo se cumple en los mismos. Seres humanos dispuestos a obedecer la voluntad divina, aunque la misma choque contra su propia voluntad. La oración perdonadora de Esteban y la obediencia de Ananías con el alojamiento de Judas fueron claves en la conversión de aquel enemigo de la iglesia.

      ¡Y cuántas llamadas calles ‘Derecha’, nos puede enviar el Señor Jesucristo! Puede ser a un templo, a un culto de hogar, a una célula, a una clase bíblica, a un retiro espiritual, a una vigilia en el templo, a un concierto cristiano, a un convivio fraternal, o a una visita de un enfermo o de una oveja retraída en un hogar. Para allí tener un encuentro con un Saulo en necesidad espiritual de una palabra de parte de Jesucristo.

      Ananías se conectaría con Judas quien ya estaba conectado con Saulo. ¡Esas conexiones divinas son necesarias! Aquí no hay espíritu de independencia, sino espíritu de dependencia. ¡Es trabajar en equipo! ¡Es promover la unidad negándose a uno mismo!

      Ananías encontraría orando a Saulo de Tarso: «... porque he aquí, él ora...». El recién convertido debe iniciarse en su nueva vida espiritual, desarrollando el hábito de la oración.

      La transformación de Saulo de Tarso fue total. «A total transformation», se diría en inglés. Pero aquel abortivo, nacido fuera de tiempo, fue cuidado en la casa de un partero espiritual. ¡Y cuántos parteros espirituales se necesitan en nuestros días!

      En esos primeros días después de la conversión se necesita dar mucha atención al recién nacido espiritual. A eso se le conoce como un ministerio de consolidación o de conservación de frutos.

      En la Iglesia de Jesucristo, necesitamos hombres y mujeres que cuiden de los pequeños, que ayuden a cuidar el rebaño del Señor. Un ministerio de cuidadores espirituales es de gran importancia. La labor pastoral no se realiza solo, se realiza con la ayuda pastoral.

      2. La reacción de Ananías

      «Entonces Ananías respondió: Señor, he oído de muchos acerca de este hombre, cuántos males ha hecho a tus santos en Jerusalén» (Hch. 9:13).

      La afirmación. «Y ha visto en visión a un varón llamado Ananías, que entra y le pone las manos encima para que recobre la vista» (Hch. 9:12).

      A Saulo de Tarso se le había revelado que Ananías entraría en la casa donde estaba, y allí el profeta impondría las manos para que recobrara la vista. Las investiduras espirituales se honran y se respetan. Ananías tenía rango espiritual ante el cielo. Los títulos no son gran cosa, si el rango espiritual no los acompaña.

      Saulo de Tarso estaba conectado con la frecuencia del cielo. Tuvo un encuentro sobrenatural con el Cristo resucitado, al cual Saulo repudiaba delante de Esteban que declaró haberlo visto resucitado: «Y dijo: He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios» (Hch. 7:56). Ese Resucitado se le reveló a Saulo y se le reveló a él.

      La declaración. «Entonces Ananías respondió: Señor, he oído de muchos acerca de este hombre...» (Hch. 8:13). Ananías reaccionó al Señor en aquella visión, declarando que él había escuchado cosas no agradables de Saulo, y de su mala conducta con los «santos en Jerusalén» (Hch. 8:13).

      La mala fama acompañaba a Saulo de Tarso. Tenemos que vencer muchos de nuestros prejuicios, para así ver lo que la gracia de Jesucristo puede hacer en nuestro semejante. Donde Ananías vio a un perseguidor de la fe, la gracia divina vio a un defensor de la fe.

      A algunos nuevos convertidos la estela de su vida pasada (drogadicción, alcoholismo, delincuencia, inmoralidad, cárcel, brujería, promiscuidad, mentiras), de lo que fueron y lo que hacían, muchas veces les acompañará. Pero a medida que se manifiesta en él o ella la nueva vida en Cristo Mesías, la gente se dará cuenta que han sido verdaderamente cambiados. ¡Son nuevas criaturas! ¡Ha sido hechos en el cielo! ¡Tienen una patente celestial! De ese recién convertido, con un pasado dudoso, el Espíritu Santo sacará algo maravilloso.

      ¡Cuidado con ese «he oído»! No dejemos que rumores ajenos nos programen para prejuiciarnos contra alguien, sin antes darle el derecho a dudar de las cosas malas que se digan sobre ellos.

      La preocupación. «Y aun aquí tiene autoridad de los principales sacerdotes para prender a todos los que invocan tu nombre» (Hch. 9:14). Ananías lo sigue viendo como al Saulo viejo bajo una autoridad mundana. Pero cuando a Saulo de Tarso se le reveló una autoridad mayor, la del Señor Jesucristo, la primera autoridad se hizo inoperante para él. Ahora le servía a un Señor mayor.

      El instrumento. «El Señor le dijo: Ve, porque instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel» (Hch. 9:15).

      Al discípulo Ananías, el Señor Jesucristo le reveló que Saulo de Tarso le era su instrumento de testimonio. Aún antes de serlo, el Señor lo veía siéndolo. Un instrumento es cualquier cosa que sirva para lograr un propósito. Puede ser una pala, un envase, una herramienta. Hay instrumentos de trabajo, instrumentos de cocina, instrumentos de guerra, instrumentos de hospital, instrumentos de servicio. El martillo es un instrumento, pero un tenedor es un instrumento. Un tubo es un instrumento, pero un alfiler es un instrumento. El instrumento es un medio, pero quién usa el instrumento es la voluntad ejercida por medio del mismo. ¡Eso sería Saulo de Tarso como Pablo de Tarso, un instrumento de Jesucristo!

      3. La comisión de Ananías

      «Fue entonces Ananías y entró en la casa, y poniendo sobre él las manos, dijo: Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció en el camino por donde venías, me ha enviado para que recibas la vista y seas lleno del Espíritu Santo» (Hch. 9:17).

      La obediencia. Ananías obedeció y llegó a la dirección que se le había dado, y le llamó por vez primera: «Hermano Saulo» (Hch. 9:17). Ya no era el enemigo Saulo de Tarso. Lo hizo parte de la gran familia de la fe cristiana. ¡Qué hermosa es la palabra ‘hermano’!

      Saulo de Tarso ya no era uno fuera de la hermandad, ahora a causa de Jesucristo se había integrado a la hermandad cristiana. Era de la familia de

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