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Tal como sucedía con el pueblo de Dios cuando regresó del cautiverio babilónico, el pueblo está mirando, pero a sí mismo. Construye casas artesonadas, y padece, al parecer sin notarlo, de la parálisis de la reconstrucción de su espiritualidad. Va sin anhelos de la presencia y de la manifestación gloriosa del Dios de la historia.

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      Hageo 1.1–4

      Dios nos llama a un diálogo honesto

      Los primeros capítulos de Esdras hablan de los grandes sacrificios del primer grupo de exiliados, pero también de las grandes esperanzas que se habían despertado en ellos por las profecías de Isaías sobre un anhelado siervo de Jehová, que habría de irrumpir en la historia. Cuando llegaron a Jerusalén no había más que ruinas y pobreza, además de la oposición de los samaritanos y la población local. Como consecuencia de ello, poco se hizo para lograr la reconstrucción del templo en aquellos primeros dieciséis años, entre el 536 y el 520 a. C.

      Era evidente que no se había oído en Jerusalén voz profética hacía mucho tiempo. Podemos imaginar el impacto del pueblo al saber que Dios con un diálogo honesto se presenta y rompe el silencio para hacer preguntas francas y directas por medio del profeta Hageo. ¿Era el tiempo para lo que estaban haciendo? ¿Por qué no les iba bien en lo que hacían?

      A Hageo le toca la tarea de concientizar al pueblo acerca del sentido de su espiritualidad y la fuerza de su esperanza, por el pacto de Dios aún vigente para su pueblo.

      Resignación histórica para continuar los proyectos

      En el año segundo del rey Darío, en el mes sexto, en el primer día del mes, vino palabra de Jehová por medio del profeta Hageo a Zorobabel hijo de Salatiel, gobernador de Judá, y a Josué hijo de Josadac, sumo sacerdote, diciendo […] (Hag 1.1)

      Algo estaba sucediendo en la relación del pueblo con Dios. El entusiasmo del regreso por un lado, y luego la clara intervención divina en la política del Imperio, favoreciendo el retorno, no habían sido suficientes para priorizar la gratitud y la adoración, expresada inicialmente en la preocupación por la reconstrucción del espacio de culto. La obra había sido paralizada y los líderes políticos, representados por Zorobabel, se desentendieron de la misión encomendada; y aun los líderes religiosos, representados por Josué, estaban resignados a una realidad: la obra era grande y por eso lo mejor era comenzar por acomodar mejor las viviendas y más tarde se vería lo que se podía hacer.

      La Palabra de Dios estaba dirigida, primeramente, a los líderes políticos y religiosos de la época. El profeta habló de parte de Dios a los hombres principales de la comunidad en presencia del pueblo que estaba en adoración, en medio de circunstancias contradictorias y preocupantes. Fue un llamado a un diálogo honesto con Dios, una resonante convocación a la acción para un pueblo que resignado por causas internas y externas había decidido no continuar con el proyecto encomendado.

      El encuentro con la tierra fue más un desencuentro. En primer lugar, la ciudad los recibía con una gran escasez. El desencanto y la pobreza les hicieron recapacitar en si había valido la pena el retorno. Reiniciar la vida en un país en escombros no les dio espacio para pensar en invertir su tiempo y sus escasos recursos en el templo. Además, el pueblo estaba acostumbrado a vivir sin el templo en Babilonia.

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