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      © Plutón Ediciones X, s. l., 2020

      Diseño de cubierta y maquetación: Saul Rojas

      Edita: Plutón Ediciones X, s. l.,

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      Impreso en España / Printed in Spain

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      I.S.B.N: 978-84-18211-14-0

      Para Doña Divina Javier,

      que lleva el corazón de África

      en su alma y en su piel.

      Prólogo: El bien y el mal, o negro o blanco

      ¡Elehuá, Elehuá!

      El último en irse

      Y el primero en llegar,

      ¡Elehuá, Elehuá!

      Para los seguidores de Olofin y en pleno corazón de la África medieval, lo blanco solo era bueno como comida, y lo siguen pensando, por eso es que, tanto albinos como gente demasiado blanca de pelo, exceptuando a los ancianos, y de piel, son siempre invitados o bienvenidos a una cena en la que ellos son el plato principal.

      Cuentan los ancianos que hace mucho, mucho tiempo, en una de esas largas sequías que atribulan a la humanidad, el orisha Olofin, guardián del palacio de Olodumare, el más grande, se condolió de los humanos, bajó a la Tierra en cuerpo de hombre blanco, como la cal, y empezó a quitarse trozos de su propia carne para darla a comer a los humanos, salvándoles así la vida e introduciendo en sus seres internos la savia de los orisha.

      En la religión Yoruba original no hay dioses ni santos, hay orishas (señores de la mente), sus seres sagrados y divinos, que según cuenta la historia fueron llevados al Níger por un general llamado Oduduwá, quien impuso, además de la religión, un sistema político similar a la monarquía parlamentaria, y una economía de mercado, pero no de mercado internacional o de economía política, sino de mercado literalmente dicho, es decir, concentrando el intercambio de bienes, mercaderías y servicios en una plaza común, en un solo lugar en cada comunidad, lo que dio un gran avance a ciertos pueblos de la región que aún dura en nuestros días.

      Hablar de fechas más o menos exactas es muy difícil, incluso en otras mitologías más cercanas, y lo es aún más en culturas, como las del cinturón de África, que no comparten su sentido del tiempo con las culturas occidentales. Algunas carecen de calendario cronológico que mida el tiempo en años que empiezan y terminan, y que, por tanto, correspondan a una numeración, por lo que la medición es comparativa en el mejor de los casos.

      Superar la visión hoyista y eurocentrista, es decir, no ver el pasado con nuestros valores y visión actual de las cosas dentro de un marco académico, nos resulta casi imposible, lo que a menudo no nos deja observar la realidad de otros pueblos y de otros tiempos.

      Haciendo ciertas comparaciones más o menos históricas, los estudiosos del tema creen en la posibilidad de que la Mitología Yoruba, y su consecuente forma religiosa y reglada, provenga del Alto Egipto, es decir, de Etiopía y de Eritrea en su etapa egipcia, alcanzándole formas y creencias semíticas que también alimentaron a pueblos hibraim, o hebreos, semi sedentarios sin tierra que vendían su fuerza de trabajo a otros pueblos asentados, como los egipcios, y que acabaron en las páginas de la Torá hace dos mil setecientos años.

      Los pueblos Yoruba del occidente y centro de África, a pesar de tener una lengua compleja y refinada, no conocían el arte de la escritura, y tampoco hacían grandes construcciones ni dejaban rastros de su historia en grabados, con lo que sus tradiciones se han ido transmitiendo únicamente de manera oral desde el principio de los tiempos.

      Sus colores son los atávicos que proporcionan la selva y la naturaleza, pero su vestimenta, cuando la hubo, fue por siglos una mezcla arábiga europea que finalmente, y en la época de las colonias, culminó en los tejidos holandeses, donde el negro y el blanco brillan por su ausencia y no identifican la maldad ni la bondad en ningún sentido.

      Para el pensamiento yoruba la bondad y la maldad no está en los aciertos o en los errores que cometen los seres humanos, sino en el camino acertado o equivocado que tome cada uno.

      Los orisha nos pueden orientar y llevar al camino adecuado, pero ni nos castigan ni nos redimen. “Los Orisha no caminan con nuestros pies”, dice una máxima yoruba, que será una de las guías a lo largo y ancho de esta Mitología Yoruba que les ofrecemos a continuación, y que esperamos que ustedes disfruten apartando las tinieblas del hoyismo y del eurocentrismo.

      Introducción: Por los caminos del olvido

      Te agradezco,

      Olodumare,

      por abrirme

      este sendero.

      Una de las funciones básicas de la Historia es mantener viva la memoria, el cúmulo de conocimientos que nos han legado nuestros ancestros, y que siempre está en peligro de desaparecer y perderse por los caminos del olvido.

      Agradezco, por tanto, la oportunidad y el honor de recordar, en medida de lo posible y por este medio, los mitos y las leyendas del misticismo yoruba como parte de su historia, que corre más riesgo que otras por no encontrarse en los senderos occidentales del conocimiento académico, tan presto a denostar lo que se escapa de su comprensión, e incluso a lo que no le conviene a las estructuras del pensamiento pretendidamente único y universal en el que se sustenta.

      ¿Por qué no tenemos que conocer aquello que aparentemente no es cuadrado, repetitivo y racional? ¿Por qué conocer y ponderar únicamente lo occidental?

      Por supuesto, la ortografía de los nombres de los orisha no es regular, sino de oído y dependiendo de cada fuente, pues los yoruba ancestrales no escribían, no usaban las grafías ni tenían letras, así, usted puede encontrarse con diversos textos que escriban “Elehuá”, “Eleguá” o “Helegua”, al referirse al pícaro orisha de la fortuna, porque en realidad no hay un referente común escrito.

      Al chino mandarín le sucede lo mismo: lo escribimos en base a la ortografía y fonética inglesa, que ya ha sido revisada un par de veces en pleno siglo veinte, pero que no se parece en nada a la pronunciación de los que hablan esta lengua escrita en ideogramas y no en letras. ¿Mao Tse Tung, o Mao Tze Dong? He ahí el dilema.

      Los lingüistas y fonólogos saben hace tiempo que, además, la forma de pronunciar un nombre, o cualquier palabra, varía de un pueblo a otro aunque solo los separen algunos metros. En el presente texto nos regiremos por la economía de lenguaje y escribiremos los nombres de los orisha en su forma más elemental en castellano; por tanto, pedimos disculpas en el caso de que algún nombre de orisha no corresponda a la idea previa que puedan tener los lectores.

      Por otra parte, hay que señalar que no abundaremos en la religión yoruba, aunque haremos las referencias necesarias en los capítulos correspondientes, y que nos centraremos en los patakies o leyendas y mitos de los orisha, es decir, en la Mitología Yoruba, como parte más extensa de esta obra, donde muchas de las leyendas son de corte netamente africano, en un contexto arcaico y selvático, mientras que otras son, por el sincretismo colonialista, de aire afrancesado y cortesano, y algunas, las menos, debidas al traslado de la gente yoruba al continente americano en los años de la esclavitud.

      Precisamente la esclavitud, algo nada nuevo en el continente africano, ha marcado buena parte de su historia, ya que como muchos otros pueblos trashumantes, nómadas o semisedentarios, vendían su fuerza de trabajo a cambio de alimento y refugio, ya fuera por temporadas más o menos largas mientras acababa una sequía o se recuperaba la selva tras un incendio, o bien durante generaciones enteras.

      Actualmente

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