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entre niños y niñas tienen una base anatómica.

      A pesar de que se ha cambiado mucho en la educación, en los medios de comunicación y en los valores transmitidos de forma institucional en escuelas y centros de enseñanza, la dificultad de lograr una educación no sexista aún, se mantiene en parte: esto tal vez no sea deseable (se tiende demasiado a la ligera a confundir “sexista” con “discriminatoria” y ambos términos, realmente no tienen nada en común. Comprender las diferencias intrínsecas y naturales entre sexos no tiene nada que ver con oprimir a uno de ellos por parte del otro, de esta confusión, que analizaremos en la última parte del libro, surge una crisis social que, como no, responde a los intereses económicos de ciertos sectores a los que les trae sin cuidado el tema de la igualdad o de la justicia social).

      A pesar del intento institucional de borrar las diferencias dadas por los patrones de género, resulta difícil cambiar el aprendizaje de los mismos, ya que los niños están constantemente expuestos a leyes implícitas de lo que es ser masculino o femenino en la calle, con las amistades, en la familia... es decir, en el mundo real no politizado.

      Por otra parte, el intento de lograr una educación, en principio, no sexista e igualitaria, ha disparado la “compensación del machismo precedente” exacerbando el rol femenino dominante y menoscabando casi cualquier conducta masculina tradicional.

      Es exageradamente constante e intensa la inversión de roles en el cine; donde el personaje fuerte, capaz y hábil es la mujer casi invariablemente, relegándose al varón al aspecto sumiso y torpe que antes se atribuía a las figuras femeninas, meras comparsas de los varones en la mayoría de las películas.

      Es normal ver en la publicidad anuncios que cosifican el cuerpo masculino como objeto sexual, tal y como antes se hacía con las mujeres (por otra parte, no entiendo el “problema” ¿a quién y por qué no le gusta y ofende ver una mujer o un hombre atractivos?).

      Una vez más estamos en la antítesis como respuesta a la tesis precedente; en este caso la antítesis a un machismo declarado ha resultado ser un feminismo igualmente discriminatorio y represor; con mecanismos que operan desde lo políticamente correcto y cada vez más, ya ni eso —recordemos que todos los movimientos totalitarios empiezan ganándose al pueblo con buenas palabras y una vez lograda una posición fuerte se revelan en toda su maldad y odio, pues ya han “conquistado la plaza”— derivando hacia una conducta más castradora que conciliadora (quién orquesta esto nunca quiso una conciliación, como se verá en la última parte del libro).

      Actualmente, se está en el punto de la agresión verbal descarada, del incumplimiento de las leyes penales y civiles; lo que comenzó en las universidades a partir de los últimos años de la década de los 60 ha irrumpido en los gobiernos, las empresas, los medios de comunicación y las calles.

      Desde cierto punto de vista (el de la psicología social, un punto estrictamente antropológico evolutivo), este feminismo es algo previsible, normal y hasta cierto nivel necesario; como dije, un machismo exacerbado ha generado una fuerza contraria de igual intensidad, pero cuando hay tensión, los sectores que pueden beneficiarse económicamente de ello hacen su agosto avivando el fuego, al fin y al cabo “a río revuelto, ganancia de pescadores”.

      Esperemos que la antítesis generada sea desligada de intereses que nada tienen que ver con el problema del buen entendimiento y la justicia social y se puedan generar nuevos roles integradores que satisfagan tanto a las mujeres y a los hombres y, por tanto, a la relación entre ambos.

      En mi opinión no soy muy optimista respecto a esto, como mencioné, páginas atrás, la relación entre sexos siempre se ha caracterizado por ser una especie de lucha de poder. Son importantes las leyes y las instituciones para impedir las injusticias sociales, sin duda, pero, probablemente, esta lucha seguirá mientras dure la especie, salvo en el caso que homogeneicemos tanto a la humanidad que se borre el concepto de género a todos los efectos, excluyendo quizás el anatómico. Con esto no solo se acabarían los problemas entre hombres y mujeres, sino que, de hecho, se acabarían los hombres y las mujeres. No olvidemos que ambos (como todo en nuestro pensamiento dual) se define por su opuesto. Muerto el perro se acabó la rabia (y claro, también el perro).

      Identidad de género y sexualidad

      Según Freud, el aprendizaje de las diferencias de género en los bebés y niños pequeños se centra en la posesión o carencia de pene, para Freud esta posesión o carencia es el símbolo de la masculinidad o femineidad.

      Según este autor, en la fase edípica el niño se siente amenazado por la disciplina y por la autonomía que le exige el padre, e imagina que el padre intenta castrarle, en parte de forma consciente, pero mayoritariamente inconsciente, el niño ve en el padre un rival por el afecto de la madre. Al reprimir los sentimientos de la libido hacia la madre y aceptar al padre como un ser superior, el niño se identifica con el padre y se vuelve consciente de su condición masculina. El niño abandona su amor por la madre por un miedo inconsciente a ser castrado por el padre. Por el contrario, y siempre según Freud, las niñas tienen “envidia del pene”, porque carecen del órgano visible que caracteriza a los niños; la madre se devalúa a los ojos de la niña porque también carece de pene. Cuando la niña se identifica con la madre, acepta la actitud de sumisión reconocer que es “la segunda mejor”.

      La teoría de Freud ha sido ampliamente criticada y desde hace ya mucho tiempo, no se sostiene, es algo que tal vez tuvo sentido en la Europa de hace más de cien años.

      Freud identifica de un modo demasiado directo la identidad de género con la conciencia genital, la teoría, arbitraria y sorprendentemente, parece apoyarse en la noción de que el pene es, por naturaleza “superior” a la vagina, la cual concibe simplemente como carencia de órgano masculino. ¿Por qué no pueden considerarse, análogamente, los genitales femeninos superiores a los masculinos y la posesión de pene como “carencia” de vagina? Freud confunde diferencia —algo evidente— con superioridad —algo arbitrario.

      Por última parte, Freud considera al padre como “agente disciplinador” de mayor peso que la madre, mientras que en muchas familias (y aún culturas) la madre juega un papel más importante en la imposición de disciplina.

      Nancy Chodorow coincide con posteriores autores psicoanalíticos en la idea de que el aprendizaje para sentirse.

      Varón o hembra es una experiencia muy temprana que deriva del apego del niño por sus padres. Según Chodorow, los niños tienden a sentirse vinculados emocionalmente a la madre, ya que esta suele ser la influencia dominante en los primeros momentos de vida; este apego debe romperse en un momento dado para lograr un sentido de sí mismo; se exige al niño que sea menos dependiente de la madre.

      Con los años el proceso de ruptura diferencia a los niños de las niñas, las niñas siguen más apegadas a la madre (pueden seguir besándola, abrazándola e imitando sus gestos y conductas) la niña permanece más tiempo apegada a la madre que el niño, ya que no se produce una ruptura radical madre/hija y más tarde mujer adulta/madre. Así, la niña tiene un sentido de sí misma que tiene mayor continuidad con los demás, es por tanto más probable que su identidad se mezcle más con la de otros y sea más dependiente de otras personas, primero de su madre y después de su pareja.

      Los niños, sin embargo, obtienen un sentido de sí mismos a través del rechazo radical de su apego a la madre, forjando el conocimiento de su masculinidad a partir de lo que no es.

      Femenino, tienen que aprender a no ser niños “enmadrados”. Como resultado de esto la mayoría de los niños varones tienen algún grado, respecto de las niñas, de menor capacidad de relacionarse íntimamente con los demás, desarrollando formas más analíticas de ver el mundo; tienen una idea más activa de su vida y ponen más énfasis en el logro, pero han reprimido, en parte, su capacidad de comprender sus propios sentimientos y los de los demás.

      Chodorow dio un giro de ciento ochenta grados a Freud y en su teoría es la masculinidad y no la feminidad la que es vivida como pérdida. La personalidad masculina, para la autora, se forma a partir de la separación.

      Esta teoría también está superada en la actualidad, principalmente, a partir de la crítica que hizo

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