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Читать онлайн.Un porfiado temporal había ido retrasando la visita que desde que llegamos al Baldío nos propusimos hacer á Yuste, hasta que al fin serenóse el tiempo, y el día 3 de Mayo (del presente año de 1873) montamos á caballo; pasamos el Tiétar por otra barca, propiedad de nuestro amable y querido huésped, penetramos en la Vera de Plasencia, y nos dirigimos al insigne Monasterio por el camino de Jaraiz.
Ninguna estación más á propósito para apreciar y admirar todos los encantos de la famosísima Vera, país de la fertilidad y de la incomunicación; especie de Alpujarra chica, en que el río hace las veces del mar, y Sierra de Jaranda y Sierra de Gredos suplen por la colosal Sierra Nevada.
La primavera estaba en todo su esplendor.—Primero caminamos por magníficas dehesas, sobre una llanísima alfombra de verdura y bajo un dosel de magníficos robles, encinas, fresnos, sauces y almeces, á través de cuyos severos troncos penetraba horizontalmente el alegre sol de la mañana. Después salimos á un monte cubierto de jarales floridos, cuyas blancas flores eran tantas, que parecía que el monte estaba nevado. Luego pasamos el hondo río Jaranda, por el tosco, sabio y gracioso Puente de la Calva, y principiamos la ascensión á Jaraiz, risueña y populosa villa, por cuyos arrabales desfilamos á eso de las ocho.
Estábamos á una legua de Yuste. Esta legua recorre un país abrupto, selvático, atroz; pero pintoresco á sumo grado. Hay sobre todo un paraje, llamado la Garganta de Pelochate, que es digno de los honores del pincel y de la fotografía. Allí se despeña rapidísimo un espumoso río por planos inclinados de formidables rocas, sobre las cuales se eleva á extraordinaria altura cierto viejo y gastado puente de tablas, atravesando el cual no puede uno menos de encomendar el alma á Dios. Las orillas de esta semicatarata son de una rudeza y amenidad imponderables, así como es muy celebrada, y ciertamente fresquísima y muy delgada y gustosa, el agua de la gran fuente que de una peña brota al otro lado de aquel abismo.
Pasada la Garganta de Pelochate, podíamos escoger dos senderos para llegar á Yuste: el uno va por Quacos, lugarcillo de 300 vecinos, que, como hemos apuntado, dista un cuarto de legua del Monasterio; el otro..... no existe verdaderamente, sino que lo abre cada viajero por donde mejor se le antoja, caminando á campo travieso.....
Nosotros escogimos este último, á pesar de todos sus inconvenientes.—Una aversión invencible, una profunda repugnancia, una antipatía que rayaba más en fastidio que en odio, nos hacía evitar el paso por Quacos.
Y era que recordábamos haber leído que los habitantes de este lugar se complacieron en desobedecer, humillar y contradecir á Carlos V durante su permanencia en Yuste, llegando al extremo de apoderarse de sus amadas vacas suizas, porque casualmente se habían metido á pastar en término del pueblo, y de interceptar y repartirse las truchas que iban destinadas á la mesa del Emperador. Hay quien añade que un día apedrearon á D. Juan de Austria (entonces niño), porque lo hallaron cogiendo cerezas en un árbol perteneciente al lugarejo....
Pero ¿qué más? ¡Aun hoy mismo, los hijos de Quacos, según nuestras noticias, se enorgullecen y ufanan de que sus mayores amargasen los últimos días del César, por lo que siguen tradicionalmente la costumbre de escarnecer el entusiasmo y devoción histórica que inspiran las ruinas de Yuste!....
Alguien extrañará que Carlos V no declarase la guerra á los habitantes de Quacos, pidiendo á su hijo Felipe II veinte arcabuceros que les ajustasen las cuentas.... Pero ¡ah! el vencedor de Europa no había ido al convento en busca de guerra, sino de paz, y, por otra parte, si hubiese castigado á aquellos insolentes, el desacato y desamor de éstos se habrían hecho públicos y dado margen á mil comentarios en toda Europa.—Los pequeños lo calculan muy bien todo cuando se atreven á insultar la misma grandeza á cuyos pies solían arrastrarse miserablemente.....—El Emperador se hizo, pues, el desentendido, y devoró en silencio, como una penitencia, aquellas mortificaciones de su orgullo.
Conque decía que nosotros anduvimos á campo travieso la última media legua que nos separaba de Yuste. Pronto nos sirvió de guía el propio Convento, que vimos aparecer allá á lo lejos, al pie de una árida ladera de Sierra de Jaranda, que lo defiende de los vientos del Norte.—Por la parte del Sur lo resguarda también de las miradas del mundo cierta suave colina, que forma con la dicha sierra una especie de vallecejo ó cañada, cuya máxima longitud descubríamos nosotros sin dificultad, por ir entonces marchando de Poniente á Levante.
El aspecto del Monasterio, á aquella distancia, realizaba completamente el poético ideal que nos habíamos formado de él desde niños, y que hace veinte años nos sugirió algunas páginas tituladas: Dos retratos[2].—Cercado de robles y sombreado más intensamente á la parte del Sur por una verde cortina de corpulentos, piramidales olmos, aquel antiguo refugio de los desengañados de la tierra parecía como un oasis en medio del desierto, como una isla en un océano tormentoso. Tan rica vegetación, tanta lujosa verdura, tan abrigada soledad y las austeras líneas de la Santa Casa que destacaba su mole, de un color gris de hoja seca, sobre la obscuridad del ramaje, contrastaban dulcemente con el áspero y desordenado panorama que se veía en torno, con los esquivos montes, con las bruscas quebradas, con los rudos matorrales, con la misma pedregosa tierra que cruzábamos.
Finalmente, salimos al camino que vosotros tendríais que seguir para llegar á Yuste, esto es, al que desde el pobre Quacos sube al Monasterio.....
Ó, por mejor decir, nosotros ya estábamos casi en el Monasterio mismo....
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Una enorme cruz de piedra y una alta cerca ó tapia de cenicientos peñones nos decía que allí principiaba la sagrada jurisdicción de Yuste.
Por aquel escabroso camino, en que sólo nos restaba que andar algunos pasos, llegó Carlos V á su final retiro el día 3 de Febrero de 1557, y por el propio sendero pasó su cadáver, después de haber yacido allí algunos años, para ir á continuar su sueño eterno en el panteón de El Escorial.—Ya veremos más adelante cómo este sueño ha sido también turbado recientemente en el imperial sarcófago de San Lorenzo, y cómo nosotros llegamos, por nuestra parte, á profanar asimismo con la mirada, en pública y sacrílega exhibición, la momia del invicto César.
Detengámonos ahora á contemplar un inmenso Escudo de piedra que adorna la alta cerca de que hablamos antes.—Él resume y compendia todo lo que hemos de ver y de pensar dentro de Yuste.
Aquel Escudo, abrigado por las poderosas alas del águila de dos cabezas y encerrado entre las dos columnas de Hércules, con la leyenda de Plus ultra, comprende en sus cuarteles las armas de todos los Estados del augusto Monje.—De estas armas resulta que el hombre que fué allí á abreviar voluntariamente su vida y á anticipar su muerte, acababa de ser en el mundo[3]: «Emperador de los romanos, Rey de Alemania, de Castilla, de León, de Aragón, de las dos Sicilias, de Jerusalén, de Hungría, de Dalmacia, de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Sevilla, de Mallorca, de Cerdeña, de Córdoba, de Córcega, de Murcia, de Jaén, de los Algarbes, de Algeciras, de Gibraltar, de las islas de Canaria, de las Indias, Islas y Tierra Firme del mar Océano; Archiduque de Austria, Duque de Borgoña, de Brabante, de Loteringia, de Corincia, de Carmola, de Luzaburque, de Luzemburque, de Gueldres, de Athenas y Neopatria; Conde de Brisna, de Flandes, del Tirol, de Abspurque, de Artoes y de Borgoña; Palatino de Nao, de Holanda, de Zelanda, de Ferut, de Fribuque, de Amuque, de Rosellón, de Aufania; Lantzgrave de Alsacia; Marqués de Borgoña y del Sacro Romano Imperio, de Oristán y de Gociano; Príncipe de Cataluña y de Suevia; Señor de Frisa, y de la Marca, y de Labomo, de Puerta; Señor de Vizcaya, de Molina, de Salinas, de Tripol, etc.»
Encima del Escudo hay un Medallón con un busto de San Jerónimo en alto relieve.
Debajo del Escudo