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Vencedor, Derrotado, Hijo . Морган Райс
Читать онлайн.Название Vencedor, Derrotado, Hijo
Год выпуска 0
isbn 9781640299061
Автор произведения Морган Райс
Серия De Coronas y Gloria
Издательство Lukeman Literary Management Ltd
Continuó navegando, ignorándolo, sintiendo cómo las olas empujaban el timón mientras ella mantenía su pequeña barca directa a su hogar. Ahora eran otras voces las que oía, discutiendo por la misericordia, por salvar Haylon, por ayudar a Thanos.
Lo había visto arriesgar su vida por ayudar a los demás sin que Jeva viera una buena razón para ello. Cuando ella había estado atada como un mascarón a un barco de Felldust, esperando a ser azotada, él había venido a rescatarla. Cuando habían luchado uno al lado del otro, el escudo de él había sido su escudo de un modo que nunca e había visto con su pueblo.
En Thanos había visto algo que admirar. Quizás más que admirar. Había visto a alguien que estaba en el mundo para hacer allí lo mejor que pudiera, no solo para encontrar el modo más perfecto de abandonarlo. Las nuevas voces que estaba oyendo le decían que este era el modo en el que debía vivir y que ir a ayudar a Haylon era parte de ello.
El problema es que Jeva sabía que estas solo procedían de su interior. No debería haberlas escuchado tan encarecidamente. Seguramente su pueblo no lo haría.
—Lo que queda de ellos —dijo Jeva, mientras el viento se llevaba sus palabras.
La aldea de su tribu había desaparecido. Ahora iba a dirigirse hacia otro lugar de reunión y les iba a pedir a otra parte de su pueblo sus vidas. Jeva alzó la vista para ver cómo el viento hinchaba la pequeña vela de su barca y la espuma jugaba por encima del mar; lo que fuera para evitar pensar en lo que debería llevar a cabo para hacer que aquello funcionara. Aun así, las palabras salieron, tan inevitables como el final de la vida.
Tendría que asegurar que hablaba por los muertos.
Las palabras de los muertos habían sido necesarias para llevarlos hasta Delos, aunque Jeva y Thanos no habían afirmado que hablaban por ellos acerca de eso. Pero Jeva no podía simplemente dejárselo a los oradores. Existía una gran posibilidad de que dijeran que no, y entonces ¿qué sucedería?
La muerte de su amigo. No podía permitirlo. Aunque esto significara hacer lo impensable.
Jeva guió su barca para acercarla más a la orilla, abriéndose paso entre rocas y los restos que habían caído sobre ellas. Esta no era la playa que estaba más cerca de su viejo hogar, sino un lugar un poco más alejado junto a la costa, en otro de los grandes lugares de reunión. Sin embargo, aun así habían conseguido limpiar los escombros. Jeva sonrió ante aquello, sintiendo algo de orgullo por ello.
Unas barcas que iban a su encuentro aparecieron en el agua. En su mayoría, eran ligeras, canoas con refuerzo, pensadas para interceptar lo que evidentemente no era una de las embarcaciones del Pueblo del Hueso. Evidentemente, si Jeva no hubiera sido una de ellos, entonces hubiera tenido que luchar por su vida. En cambio, se reunieron a su alrededor, riéndose y bromeando de un modo que nunca hacían cuando había desconocidos.
—Hermosa barca, hermana. ¿A cuántos hombres mataste por ella?
—¿Matar? —dijo otro—. Seguramente fueron hasta los muertos por el miedo que les dio verla!
—Irían hasta los muertos al ver lo horrible que eres —replicó Jeva y los hombres rieron con ella. Así era cómo se hacían las cosas aquí.
Era importante cómo se hacían las cosas. A los extraños su pueblo les podía parecer extraño, pero tenían sus propias normas, sus propios patrones de comportamiento. Ahora, Jeva iba a ir hasta ellos y, si afirmaba que hablaba por los muertos, entonces estaría rompiendo una de las más básicas de aquellas normas. Puede que le cortaran su comunión con los muertos por romperla, que la asesinaran sin que sus cenizas se mezclaran para consumirse con las piras.
Llevó su barca hasta la orilla, saltó de ella y tiró de ella hasta la playa. Allí había más de los suyos esperando. Una niña fue corriendo hasta ella con una urna funeraria y le ofreció una pizca de las cenizas de la aldea. Jeva la tomó y la probó. Simbólicamente, ahora era una más de la aldea, una parte de su comunión con sus antepasados.
—Bienvenida, sacerdotisa —dijo uno de los hombres que había en la playa. Era un hombre mayor con la piel fina como el papel, pero todavía tenía deferencia hacia Jeva por las marcas que demostraban que había sufrido los ritos—. ¿Qué trae a una oradora de los muertos hasta nuestras orillas?
Jeva se quedó quieta, pensando en la respuesta. Entonces hubiera sido muy fácil afirmar que ella hablaba por aquellos que se habían ido. Ella había visto su parte de visiones; cuando era una niña, había quien pensaba que sería una gran oradora para los muertos. Uno de los oradores más ancianos había así lo había anunciado, diciendo que ella diría unas palabras que sacudirían a todo su pueblo.
Si afirmaba que los muertes la habían llamado para que viniera hasta aquí y pedían que su pueblo luchara por Haylon, puede que lo creyeran sin discusión. Puede que obedecieran su autoridad prestada igual que obedecían todo lo demás.
Si lo hacía, realmente podía salvar Haylon. Podría existir la posibilidad de que su pueblo bastara para romper el ataque por parte de la flota de Felldust. Al menos, podría hacer que los defensores ganaran tiempo. Si mentía.
Pero Jeva no podía hacerlo. No era solo la mentira que había en el centro de todo esto, aunque le horrorizaba el hecho de estar sopesándolo. Ni tan solo era el hecho de que iba en contra de todo lo que su pueblo sentía acerca del mundo. No, era el hecho de que Thanos no hubiera querido que lo hiciera de este modo. Él no hubiera querido que engañara a la gente para llevarlos hasta la muerte, o que los obligara a encararse al poder de Felldust sin conocer la verdad de por qué estaban yendo.
—¿Sacerdotisa? —preguntó el anciano—. ¿Está aquí para hablar por los muertos?
¿Qué haría él en ese momento? Jeva ya tenía la respuesta para eso, forjada a partir de la última vez que él había estado en las tierras de su pueblo. Forjada a partir de todo lo que había hecho desde entonces.
—No —dijo—. No estoy aquí para hablar por los muertos. Soy Jeva y hoy deseo hablar por los vivos.
CAPÍTULO CUATRO
Irrien caminaba por los campos de los muertos, echando un vistazo a la matanza que habían causado sus ejércitos sin nada de la satisfacción que normalmente esto le proporcionaba. A su alrededor, los hombres del Norte yacían muertos o moribundos, destrozados por sus ejércitos, aniquilados por sus cazadores.
En cambio, se sentía como si le hubieran robado su verdadera victoria.
Un hombre que llevaba la armadura brillante de sus enemigos gemía en el barro, intentando aferrarse a la vida a pesar de las heridas que le habían infligido. Irrien cogió una lanza de otro cadáver que había por allí cerca y lo atravesó con ella. Incluso matar a débil como aquel no contribuyó a levantar su ánimo.
Lo cierto era que había sido demasiado fácil. Había habido muy pocos enemigos como para hacer que valiera la pena librar esta lucha. Habían arrasado por el Norte, desbrozando a cuchilladas las aldeas y los castillos pequeños, arrasando incluso la antigua fortaleza de Lord West. En cada lugar, había encontrado moradas vacías y castillos más vacíos, estancias que la gente había abandonado a tiempo para escapar de la horda que se les estaba echando encima.
No solo era frustrante porque significaba que no podía tener las victorias significativas que él había planeado. Era frustrante porque significaba que sus enemigos todavía estaban allí. Irrien también sabía dónde el cobarde que se había quedado rezagado en el castillo de Lord West se lo había dicho: estaban en Haylon, reforzando la isla a la que él había mandado solo