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sido malas, pero que las de años anteriores habían sido sorprendentemente buenas. La realidad era que Riley no sabía mucho acerca de la experiencia escolar de Jilly.

      Quizás hasta odiaba la escuela.

      Esta nueva escuela debía ser abrumadora ya que no conocía a nadie. Y, por supuesto, no iba a ser fácil ponerse al día con los estudios ya que solo faltaban un par de semanas para el final del trimestre.

      Al final del tour, Riley logró persuadir a Jilly a que le diera las gracias a la Srta. Lewis por mostrarles todo. Acordaron que Jilly comenzaría clases al día siguiente. Luego Riley y Jilly salieron al aire frío de enero. Una fina capa de la nieve del día de ayer cubría todo el estacionamiento.

      “¿Qué opinas de tu nueva escuela?”, preguntó Riley.

      “Es bonita”, dijo Jilly.

      Riley no podía descifrar si Jilly estaba siendo taciturna o simplemente estaba aturdida por todos los cambios que enfrentaba. Mientras se acercaron al carro, notó que Jilly estaba temblando mucho y que sus dientes rechinaban. Llevaba una chaqueta pesada de April, pero el frío realmente la estaba molestando.

      Entraron en el carro y Riley encendió el motor y la calefacción. Jilly no dejó de temblar, no siquiera cuando el carro se calentó un poco.

      Riley no salió del estacionamiento. Había llegado el momento de averiguar qué era lo que estaba molestando a esta niña que estaba bajo su cuidado.

      “¿Qué te pasa?”, preguntó. “¿Hay algo de la escuela que te molesta?”.

      “No es la escuela”, dijo Jilly, su voz temblando ahora. “Es el frío”.

      “No hay frío en Phoenix”, dijo Riley. “Esto debe ser extraño para ti”.

      Los ojos de Jilly se llenaron de lágrimas.

      “Hace frío a veces”, dijo. “Especialmente de noche”.

      “Por favor dime qué te pasa”, dijo Riley.

      Lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas. Habló con una voz conmovida.

      “El frío me hace recordar...”.

      Jilly se quedó en silencio. Riley esperó pacientemente que continuara.

      “Mi papá siempre me culpaba por todo”, dijo Jilly. “Me culpó por el hecho de que mi mamá y mi hermano se fueran, y hasta me culpaba cada vez que lo despedían de los trabajos en los que lo contrataban. Me echaba la culpa por todo lo que salía mal”.

      Jilly estaba sollozando un poco ahora.

      “Continúa”, dijo Riley.

      “Una noche me dijo que quería que me fuera de la casa”, dijo Jilly. “Dijo que era peso muerto, que no lo estaba dejando surgir y que estaba harto de mí. Me botó de la casa. Trabó las puertas y no pude volver a entrar”.

      Jilly tragó grueso ante la memoria.

      “Nunca sentí tanto frío en mi vida”, dijo. “Ni siquiera ahora en este clima. Encontré un gran desagüe en una zanja, y era lo suficientemente grande para mí, así que pasé la noche allí. Fue demasiado aterrador. A veces pasaban personas por allí, pero yo no quería que me encontraran. No parecían personas dispuestas a ayudarme”.

      Riley cerró los ojos, imaginándose a la niña escondida en el desagüe oscuro. “¿Y qué pasó después?”, murmuró.

      Jilly continuó: “Simplemente me quedé allí toda la noche. No dormí nada. La mañana siguiente volví a casa y toqué la puerta y le supliqué a papá que me dejara pasar. Él me ignoró, como si ni siquiera estuviera allí. Allí es cuando fui a la parada de camiones. No había frío y había comida. Algunas de las mujeres fueron buenas conmigo y pensé que haría lo que fuera necesario para quedarme allí. Y esa es la noche en la que me encontraste”.

      Jilly se calmó luego de terminar de contar su historia. Parecía estar aliviada por haberlo hecho. Pero ahora Riley estaba llorando. Apenas podía creer lo que esta pobre chica había vivido. Puso su brazo alrededor de Jilly y la abrazó con fuerza.

      “Nunca más”, dijo Riley entre sus sollozos. “Jilly te prometo que jamás te volverás a sentir así”.

      Era una gran promesa, y Riley se sentía pequeña, débil y frágil ahora mismo. Esperaba poder cumplirla.

      CAPÍTULO TRES

      La mujer seguía pensando en el pobre Cody Woods. Estaba segura de que ya estaba muerto. Lo sabría a ciencia cierta luego de leer el periódico.

      Aunque estaba disfrutando de su té caliente y granola, esperar obtener noticias estaba poniéndola de mal humor.

      “¿Cuándo va a llegar el periódico?”, se preguntó, mirando el reloj de la cocina.

      Parecía que cada vez lo estaban trayendo más tarde. Obviamente no tendría este problema con una suscripción digital. Pero no le gustaba leer las noticias en su computadora. Le gustaba sentarse en una silla cómoda y disfrutar de la sensación agradable del periódico en sus manos. Incluso le gustaba la forma en la que el papel a veces se pegaba a sus dedos.

      Pero el periódico ya tenía quince minutos de retraso. Si las cosas seguían empeorando, tendría que llamar y poner una queja. Ella odiaba hacerlo. Siempre dejaba un sabor amargo en su boca.

      De todos modos, el diario era realmente la única forma que tenía de averiguar qué había pasado con Cody. Obviamente no podía llamar al Centro de Rehabilitación Signet para preguntar por él. Eso sería muy sospechoso. Además, el personal pensaba que ya estaba en México con su esposo, con ningún plan de volver a la ciudad.

      Mejor dicho, Hallie Stillians estaba en México. Le entristecía un poco que jamás podría ser Hallie Stillians de nuevo. Se había encariñado con ese alias particular. Que el personal del Centro de Rehabilitación Signet la sorprendiera con un pastel en su último día de trabajo había sido un gesto bastante amable de su parte.

      Ella sonrió ante el recuerdo. El pastel había sido decorado con sombreros y un mensaje:

      ¡Buen Viaje, Hallie y Rupert!

      Rupert era el nombre de su esposo imaginario. Extrañaría hablar maravillas de él.

      Terminó su granola y siguió bebiéndose su té casero delicioso, una antigua receta familiar… Una receta distinta a la que había compartido con Cody, y obviamente no contenía los ingredientes especiales que había agregado para él.

      Comenzó a cantar...

      “Lejos de casa,

      Tan lejos de casa,

      Este pequeño bebé está lejos de casa.

      Te consumes más y más

      Día tras día

      Demasiado triste para reír, demasiado triste para jugar”.

      ¡A Cody le había encantado esa canción! En realidad, a todos sus pacientes les había gustado. Y a sus pacientes futuros también les encantará. Ese pensamiento reconfortaba su espíritu.

      Justo en ese momento oyó un golpe en la puerta principal. Se apresuró para abrirla y mirar fuera. El periódico matutino estaba allí en la escalera de entrada. Temblando de emoción, ella cogió el periódico, corrió a la cocina y lo abrió a las esquelas.

      Efectivamente, allí estaba:

      SEATTLE — Cody Woods, 49, de Seattle…

      Se detuvo por un momento. Eso era extraño. Podría haber jurado que él le había dicho que tenía cincuenta. Luego leyó el resto...

      ...en el Hospital South Hills, Seattle, Washington; Servicios Funerarios y de Cremación Sutton-Brinks, Seattle.

      Eso

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