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Nestler llamaba a comisaría; el perro aullaba hacia el cielo como si de alguna manera eso fuera a cambiar los horrores que yacían en el interior.

      CAPÍTULO UNO

      Mackenzie White estaba sentada en su cubículo y pasaba su dedo índice de manera inconsciente por los bordes de una tarjeta de visita. Era una tarjeta de visita en la que había estado enfocada ya durante unos cuantos meses, una tarjeta que, de alguna manera, estaba vinculada a su pasado. O, más concretamente, al asesinato de su padre.

      Volvía a ella cada vez que cerraba un caso, preguntándose cuando se permitiría tomarse un descanso de su trabajo real como agente para poder regresar a Nebraska y ver la escena de la muerte de su padre con una mirada fresca que no estuviera regida por una mentalidad del FBI.

      Últimamente, el trabajo le estaba quemando y con cada caso que descifraba, crecía la atracción del misterio que rodeaba a su padre. Se estaba haciendo tan intensa que estaba teniendo una sensación menor de satisfacción cuando cerraba un caso. El más reciente había consistido en detener a dos hombres que estaban organizando una trama para introducir cocaína en una escuela de Baltimore. El trabajo había durado tres días y todo había salido tan bien que ni siquiera le había parecido trabajo de verdad.

      Había tenido más que su cuota de casos importantes desde que llegara a Quantico y le habían empujado a través de la jerarquía en un remolino de acción, acuerdos secretos y decisiones de vida o muerte. Había perdido a un compañero, se las había arreglado para enervar a casi todos los supervisores que había tenido, y se había ganado una reputación.

      Lo que no tenía era un amigo. Claro, estaba Ellington, pero había algún tipo de química estancada entre ellos que dificultaba la formación de una amistad. Y, de todos modos, ella le había dado oficialmente por perdido. Él ya le había rechazado dos veces—por distintas razones en cada ocasión—y no iba a dejar que le pusieran en ridículo una vez más. Estaba contenta con el hecho de que su relación laboral fuera el único lazo que les uniera.

      Durante las últimas semanas, también había estado conociendo a su nuevo compañero—un novato torpe pero entusiasta llamado Lee Harrison. Le habían encargado de una combinación de papeleo, tareas intensas, e investigación, pero estaba haciendo un trabajo estupendo. Ella sabía que el director McGrath simplemente estaba observando cómo manejaría estar inundado de trabajo. Y hasta el momento, Harrison estaba convenciendo a todo el mundo.

      Pensó ligeramente en Harrison al tiempo que miraba la tarjeta de visita. Le había pedido en varias ocasiones que buscara cualquier negocio con el nombre de Antigüedades Barker. Y aunque él había obtenido mejores resultados que nadie más en los últimos meses, todas las pistas acabaron por ser callejones sin salida.

      Mientras pensaba en esto, escuchó pisadas suaves que se aproximaban a su cubículo. Mackenzie deslizó la tarjeta de visita debajo de un montón de papeles junto a su portátil y pretendió estar comprobando su email.

      “Eh, White,” dijo una familiar voz masculina.

      Este chico es tan bueno que prácticamente puede escucharme pensar en él, pensó. Rotó con su sillón giratorio y vio a Lee Harrison atisbando en su cubículo.

      “Nada de White” le dijo. “Llámame Mackenzie. Mac, si te sientes lo bastante valiente.”

      Él sonrió con incomodidad. Era evidente que Harrison todavía no se había figurado cómo hablarle o, en realidad, cómo actuar alrededor de ella. Y eso le parecía bien a Mackenzie. A veces se preguntaba si McGrath le había asignado como su compañero a tiempo parcial simplemente para que se acostumbrara a no tener jamás la certeza de cuál era su posición con sus compañeros de trabajo. Si era así, pensó, era una táctica genial.

      “Está bien… Mackenzie,” dijo él. “Solo quería que supieras que ya han terminado de procesar a los traficantes de esta mañana. Quieren saber si necesitas más información por su parte.”

      “No. Tengo lo que necesito,” dijo ella.

      Harrison asintió, pero antes de irse, le miró con el ceño fruncido en lo que ella empezaba a pensar que era uno de sus gestos característicos. “¿Puedo preguntarte algo?” preguntó él.

      “Desde luego.”

      “¿Estás… en fin, te sientes bien? Tienes aspecto de estar realmente cansada. Quizás un tanto sonrojada.”

      Podía haberle acorralado con facilidad por dicho comentario y haberle hecho sentir muy incómodo, pero decidió no hacerlo. Era un buen agente y ella no quería ser la clase de agente (siendo ella misma poco más que una novata también) que fastidiaba al chico nuevo. Así que, en vez de eso, dijo: “Sí, estoy bien. Es solo que no duermo mucho últimamente.”

      Harrison asintió. “Entiendo,” dijo. “En fin… buena suerte con el descanso.” Entonces frunció el ceño a su manera característica y se marchó, seguramente para ponerse manos a la obra con el trabajo entrometido que McGrath le hubiera puesto por delante.

      Distraída de la tarjeta de visita y de los incontables misterios sin resolver que presentaba, Mackenzie se permitió dejarla de lado. Se puso al día con sus emails y archivó algunos de los documentos que se habían empezado a acumular en su escritorio. No tenía muchas oportunidades de experimentar estos momentos no tan elegantes y, la verdad sea dicha, lo agradecía.

      Cuando sonó su teléfono en medio de todo ello, lo agarró con ansiedad. Lo que sea con tal de alejarme de este escritorio.

      “Al habla Mackenzie White,” respondió.

      “White, soy McGrath.”

      Dejó que la sonrisa más breve se dibujara en su rostro. Aunque McGrath estaba lejos de ser su persona favorita, sabía que cada vez que le llamaba o se acercaba por su cubículo, generalmente se trataba de una tarea de alguna clase.

      Parecía que esa era la razón por la que estaba llamando. Mackenzie no tuvo siquiera tiempo de decir hola antes de que él se pusiera a hablar de nuevo, en su habitual estilo trepidante de comunicación.

      “Quiero que vengas de inmediato a mi oficina,” dijo. “Y trae a Harrison contigo.”

      Tampoco ahora tuvo Mackenzie posibilidad de responder. La línea estaba muerta antes de que una palabra pudiera salir de sus labios.

      Pero eso le parecía bien. Por lo visto, McGrath tenía un nuevo caso para ella. Quizá le afilara la mente y le diera ese último momento de claridad antes de que se retirara durante un tiempo para concentrarse en el asunto del antiguo caso de su padre.

      Con un entusiasmo burbujeante empujándola, se levantó de la silla y se fue a buscar a Lee Harrison.

      ***

      Observar la manera en que Harrison se comportaba en el despacho de McGrath fue una manera excelente de centrarse. Observó cómo se sentaba rígidamente al borde de su asiento mientras McGrath empezaba a hablarles. El agente más joven estaba claramente nervioso y deseoso de complacer. Mackenzie sabía que era un perfeccionista y que tenía algo muy parecido a una memoria fotográfica. Se preguntó cómo funcionaría su memoria—si a lo mejor estaba absorbiendo cada palabra que salía de los labios de McGrath como una esponja.

      Me recuerda un poco a mí, pensó mientras también ella se concentraba en McGrath.

      “Aquí está lo que tengo para vosotros dos,” dijo McGrath. “Ayer por la mañana, la policía estatal de Miami nos llamó y nos informó sobre una serie de asesinatos que han tenido lugar allí. En ambos casos, se trata de asesinatos de parejas casadas. Por tanto, tenemos cuatro víctimas. Los asesinatos han sido bastante brutales y sangrientos y hasta el momento, no parece que haya conexiones evidentes. El estilo brutal de los asesinatos, además del hecho de que fueran parejas casadas, asesinadas en la cama, ha hecho que el departamento de policía de allí empiece a pensar que se trata de un asesino en serie. Personalmente, creo que es demasiado pronto para afirmar tal cosa.”

      “¿Cree

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