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y con un solo movimiento, atrapó al perro en el aire. Lo cargó, lo sujetó del vientre y lo aventó.

      El animal salió volando a tres, a seis metros de distancia. Lo arrojó con tal fuerza que surcó el lugar y atravesó la pared del establo. Al golpear con ella, la madera crujió, y volaron astillas por todas partes; el perro aulló y salió despedido hasta el otro lado.

      Todo mundo miró a Caitlin en silencio. Nadie era capaz de asimilar lo que acababan de presenciar. Había sido, obviamente, un acto de fuerza y velocidad sobrehumanas, y no existía explicación viable para justificarlo. Se quedaron boquiabiertos.

      A Caitlin le abrumaron sus sentimientos. Emoción, ira, tristeza. Ya no sabía lo que sentía y, además, no podía confiar en ella misma. Le era imposible hablar. Tenía que salir de ahí. Sabía que Sam no la acompañaría porque era una persona muy diferente ahora.

      Y ella, también.

      TRES

      Caitlin y Caleb caminaron sin prisa a lo largo de la ribera. Ese lado del río Hudson estaba descuidado; contaminado por las fábricas abandonadas y los depósitos de combustible para los que ya no había uso. Era una zona desolada pero tranquila. Caitlin se asomó al río y vio enormes trozos de hielo que se resquebrajaban ese día de marzo y fluían con la corriente. Su delicado y sutil crujido, llenaba el aire. La imagen de los trozos era sobrenatural y reflejaba la luz de una manera muy peculiar, como el paciente rocío lo hace sobre la rosa. De pronto anheló caminar hasta uno de aquellos bloques de hielo, sentarse en él y permitir que la llevara a donde éste quisiera.

      Caitlin y Caleb continuaron en silencio; cada uno en su propio mundo. Ella estaba avergonzada por haber hecho gala de tanta furia; le apenaba haber perder los estribos y mostrarse así de violenta.

      También le apenaba que su hermano hubiera actuado de aquella forma, que estuviera con ese montón de perdedores. Nunca lo había visto actuar así. Habría querido ahorrarle a Caleb la pena de presenciar aquello. No fue el mejor momento para presentarle a la familia; seguramente la opinión que ahora tenía acerca de ella, era muy mala, y eso era lo que más le afectaba.

      Aún peor: tenía miedo de pensar a dónde irían después de lo sucedido. Sam había sido su mayor esperanza en lo que se refería a encontrar a su padre. Y ahora, se había quedado sin ideas; si lo hubiera buscado ella misma, ya habría dado con él desde años atrás. No sabía qué decirle a Caleb. ¿Se iría de su lado? Por supuesto. Ella no le era de utilidad y, además, tenía que encontrar una espada. ¿Qué razón habría para que se quedara?

      Caminaron en silencio y Caitlin sintió que el nerviosismo la invadía. Supuso que Caleb sólo esperaba el momento adecuado y que estaba eligiendo las palabras indicadas para avisarle que se iría. Como toda la gente de su vida lo había hecho antes.

      —Lo lamento —dijo ella con ternura—. Me apena la forma en que me comporté. Lo siento, perdí el control.

      —No te preocupes, no hiciste nada malo. Eres muy poderosa y apenas estás aprendiendo.

      —También me siento avergonzada por la forma en que se comportó mi hermano.

      Caleb sonrió.

      —Si hay algo que he aprendido a través de los siglos, es que no se puede controlar a la familia.

      Siguieron caminando en silencio. Caleb volteó hacia el río.

      —¿Y entonces? —preguntó Caitlin— ¿Ahora qué?

      Se detuvo y la miró.

      —¿Te vas a ir? —le preguntó ella vacilante.

      Él se veía imbuido en sus pensamientos.

      —¿Se te ocurre otro lugar en donde pueda estar tu padre? ¿Recuerdas a alguien que lo haya conocido? ¿Algún dato?

      Ya había intentado recordar antes, pero no encontró nada, absolutamente nada. Negó con la cabeza.

      —Debe haber algo —dijo él con énfasis—. Esfuérzate más. ¿Tienes algún recuerdo?

      Caitlin trató de nuevo. Cerró los ojos y deseó recordar con todas sus fuerzas. Ya se había preguntado lo mismo en varias ocasiones. Había soñado tanto con su padre, que ya no distinguía entre los sueños y la realidad. Podía recordar cada una de las ocasiones en que él se le había aparecido mientras dormía. Era siempre el mismo sueño. Caitlin corría por el campo, lo veía a lo lejos y luego él se alejaba a medida que ella se acercaba. Pero no era él en realidad. Era sólo parte de un sueño.

      Eran imágenes, recuerdos de cuando era niña, el deseo de haberse ido con él a algún sitio. Era verano, pensó. Recordaba el océano y su profunda calidez. Pero, como siempre, no estaba segura si aquella imagen era real. La línea se desdibujaba cada vez más y no podía recordar con precisión dónde estaba esa playa.

      —Lo siento —dijo—. Desearía tener algo, si no por ti, al menos por mí. Pero no es así. No tengo idea de dónde pueda estar ni de cómo encontrarlo.

      Caleb miró al río. Respiró hondo y observó el hielo. Sus ojos cambiaron de color una vez más; en esta ocasión, se tornaron color gris.

      Caitlin creyó que había llegado el momento, que de pronto voltearía y le daría la noticia: se iba porque ella ya no le servía de nada.

      Hasta le dieron ganas de inventar algo, una mentira acerca de su padre, algún indicio que le permitiera mantener a Caleb cerca. Pero sabía que eso era algo que no debía hacer.

      Estaba a punto de llorar.

      —No lo entiendo —dijo él con suavidad mientras contemplaba el río—. Estaba seguro de que tú eras la elegida.

      Se quedó en silencio. A Caitlin la espera se le hacía eterna.

      —Y hay algo más que no comprendo —agregó y volteó a verla; sus grandes ojos eran hipnóticos.

      —Cuando estoy contigo, percibo algo. Cierta oscuridad. Con otros, siempre puedo ver lo que hemos compartido, las veces que se han cruzado nuestros caminos en las encarnaciones del pasado; pero contigo, todo tiene un velo encima. No puedo ver y eso nunca me había sucedido antes. Es como si alguien me estuviera impidiendo ver más allá.

      —Tal vez no tuvimos un pasado juntos —dijo Caitlin.

      Él sacudió la cabeza.

      —Eso también lo podría ver. Pero contigo es imposible. Tampoco puedo ver nuestro futuro juntos. Nunca me había sucedido, nunca, en tres mil años. Sin embargo, en el fondo, me parece que te recuerdo, que estoy a punto de verlo todo. Está ahí, en algún lugar de mi mente, pero no fluye. Me está volviendo loco.

      —Bien, entonces —dijo Caitlin— tal vez no hay nada. Tal vez sólo tenemos el presente, quizá nunca hubo nada más y tal vez nunca lo habrá.

      Se arrepintió de inmediato de lo haber dicho eso. Ahí estaba de nuevo; nada más abría la boca y decía estupideces sin pensarlo. ¿Por qué había tenido que hablar de esa manera? Era precisamente lo contrario de lo que pensaba y sentía. Lo que en realidad había querido expresar, era: Sí, yo también siento como si hubiera estado contigo por siempre y que seguiremos juntos toda la vida. Pero no; como siempre, todo tuvo que salirle todo mal. Era porque estaba nerviosa; y lo peor era que ya no había manera de retractarse.

      A pesar de todo, las palabras de Caitlin no detendrían a Caleb. Se acercó a ella, levantó una mano y la posó con suavidad sobre su mejilla para retirar su cabello. La miró directamente a los ojos y estableció un vínculo demasiado fuerte.

      A ella le palpitó el corazón y la temperatura comenzó a subirle. Tenía la sensación de haberse perdido.

      ¿Estaría él tratando de recordar?, ¿se preparaba para decir adiós?

      ¿O tal vez estaba a punto de besarla?

      CUATRO

      Si acaso había algo que Kyle odiaba más que a los humanos, era a los políticos. No soportaba sus

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