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hacia él.

      Se sentó y talló sus ojos. Todavía era de noche y el fuego aún los calentaba a pesar de que ya casi sólo quedaban cenizas. Caleb también debió haberse despertado. ¿Cuánto tiempo habría permanecido dormida?, se preguntó.

      —Lo siento —dijo—, es la primera vez que concilio el sueño en días.

      Caleb volvió a sonreír y atravesó el cuarto hasta la chimenea. Arrojó varios leños más que crujieron y sisearon al alimentar la llama. El calor le llegó a Caitlin hasta los pies.

      Él se quedó parado mirando el fuego y su sonrisa se desdibujó poco a poco hasta que se hundió profundamente en sus pensamientos. A la luz de la llamas, un cálido resplandor iluminaba su rostro, haciéndolo lucir aún más atractivo, si acaso eso era posible. Sus grandes ojos color avellana, estaban bien abiertos; y mientras ella lo contemplaba, se tornaron verde claro.

      Caitlin se enderezó y vio que su vaso de vino seguía lleno. Tomó un sorbo y, con eso, entró en calor. Como llevaba algún tiempo sin comer, el vino se le subió de inmediato a la cabeza. Vio el otro vaso de plástico y recordó sus buenos modales.

      —¿Quieres que te sirva un poco? —preguntó, y luego, añadió con nerviosismo— es decir, no sé si en realidad bebas…

      Calebse carcajeó.

      —Sí, los vampiros también bebemos vino —dijo sonriente y se acercó para tomar el vaso en que ella le había servido.

      Estaba sorprendida. No por sus palabras sino por la risa. Era dulce y elegante, y parecía desvanecerse con ligereza en la atmósfera del lugar. Como todo lo demás en él, su risa estaba llena de misterio.

      Caleb llevó el vaso hasta sus labios y ella lo observó con la esperanza de que él le correspondiera.

      Y lo hizo.

      Entonces ambos desviaron la mirada al mismo tiempo y Caitlin sintió que el corazón le palpitaba con más velocidad.

      Caleb regresó a su sitio, se sentó sobre la paja que ahí había y, reclinándose, volteó hacia donde estaba ella. Ahora parecía que era él quien estudiaba sus rasgos y eso la cohibió.

      Sin darse cuenta, Caitlin deslizó la mano por su ropa y pensó que le habría gustado estar mejor vestida. Pensó a toda velocidad y recordó que, en algún momento, no sabía cuándo con exactitud, se detuvieron en una tienda de ropa de segunda mano en un pueblo y ella consiguió ahí algunas prendas para cambiarse.

      Miró temerosa hacia abajo y ni siquiera pudo reconocerse. Llevaba unos jeans rotos y deslavados, tenis de una talla más grande que la suya, camiseta y un suéter. Encima de todo, se había puesto un viejo saco marinero color morado al que le faltaba un botón y que también le quedaba demasiado grande. Sin embargo, le brindaba calor, y en ese momento, era lo único que necesitaba.

      Caitlin se sintió apenada. ¿Por qué tenía que verla él así? Era pura mala suerte: la primera vez que conocía a un chico que en realidad le agradaba, y ni siquiera tenía la oportunidad de arreglarse. En el establo no había un baño en el que pudiera arreglarse, y de todas maneras, no llevaba sus cosméticos. Avergonzada, miró hacia otro lado.

      —¿Dormí mucho tiempo? —preguntó.

      —No estoy seguro; yo también acabo de despertar —le respondió Caleb mientras se recargaba y se pasaba la mano por el cabello.

      —Me alimenté temprano esta noche y eso me agotó.

      —Explícame eso —le pidió mientras lo observaba.

      Él no contestó de inmediato.

      —Alimentarse —añadió ella—, ¿cómo funciona? ¿tú… matas gente?

      —No, jamás —le contestó mientras trataba de ordenar sus pensamientos en silencio.

      —Como todo lo demás acerca de la raza de los vampiros, es un asunto complicado —le contestó—. Depende del tipo de vampiro que seas y de la cofradía a la que pertenezcas. Yo sólo me alimento de animales, por ejemplo. Venados, casi siempre. Hay una sobrepoblación de venados, así que no hay problema. Los humanos incluso los cazan y ni siquiera para comerlos.

      Su gesto se tornó melancólico.

      —Pero hay otras cofradías que no tienen tanto tacto. Se alimentan de humanos. De los indeseables, por lo general.

      —¿Indeseables?

      —Indigentes, vagos, prostitutas… la gente a la que nadie extrañará si desaparece; el objetivo es no atraer mucho la atención. Así ha sido siempre. Los vampiros que se alimentan de esa forma, son vampiros impuros. Pero a mi cofradía, a mi raza, se le considera de sangre pura: aquello de lo que te alimentas… te infunde su energía.

      Caitlin se quedó sentada pensando.

      —¿Y qué hay de mí?, ¿por qué sólo me dan ganas de alimentarme en momentos específicos?

      Caleb frunció el ceño.

      —No estoy seguro; creo que contigo sucede algo diferente. Eres una mestiza y eso es algo muy raro. Sólo sé que estás madurando. Otros cambian de la noche a la mañana, pero en tu caso, debe haber un proceso. Tal vez te tome algún tiempo atravesar por todos los cambios que te esperan para, después de un tiempo, estabilizarte.

      Caitlin recordó las punzadas de hambre que había sentido, la forma en que la abrumaron sin que ella se lo esperara. La habían imposibilitado para pensar en otra cosa que no fuera alimentarse. Fue una experiencia horrible y tenía mucho miedo de que se volviera a presentar.

      —¿Pero cómo puedo saber cuándo sucederá de nuevo?

      —No puedes saberlo.

      —Es que no quiero volver a matar a un humano —agregó ella—. Jamás.

      —No tienes que hacerlo; puedes alimentarte de animales.

      —¿Y qué pasará si el hambre me ataca mientras estoy atrapada en algún lugar?

      —Vas a tener que aprender a controlarla. Se necesita práctica y fuerza de voluntad; no es sencillo pero sí posible. Tú puedes llegar a dominarla, todos los vampiros pasan por eso.

      Caitlin pensó en lo que sería capturar a un animal vivo y alimentarse de él. Sabía que ahora era mucho más rápida de lo que había sido jamás, pero no estaba segura de que eso fuera suficiente para cazar. Además, ni siquiera se creía capaz de cazar un venado.

      Volteó a ver a Caleb.

      —¿Tú me enseñarás? —le preguntó esperanzada.

      Él le correspondió la mirada y ella volvió a sentir que su corazón se aceleraba.

      —La alimentación es algo sagrado en nuestra raza, es una actividad que siempre se debe llevar a cabo a solas —le dijo con suavidad en un tono de disculpa.

      —A menos de que…

      —¿A menos de que qué? —le preguntó.

      —En las ceremonias matrimoniales, cuando se une a los cónyuges.

      Caleb volteó hacia otro lado y Caitlin percibió un cambio en su humor. Por otra parte, a ella le corrió la sangre con prisa hasta las mejillas, y de repente, creyó que la temperatura del lugar, subía.

      La chica decidió cambiar el tema. No estaba hambrienta en ese momento, por lo que pensó que podría enfrentar ese problema cuando se presentara. Sólo deseaba que Caleb estuviera a su lado entonces.

      Además, muy en el fondo, ni siquiera le importaba mucho alimentarse; tampoco los vampiros ni las espadas. Lo que en realidad quería era saber más sobre él. O, en realidad, lo que sentía por ella. Tenía muchas preguntas que quería hacerle. ¿Por qué arriesgaste todo por mí?, ¿fue sólo para encontrar la espada o hubo algo más?, ¿seguirás a mi lado después de que la encuentres? Está prohibido tener un romance con una humana, ¿te atreverías a romper esa regla por mí?

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