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Una Forja de Valor . Морган Райс
Читать онлайн.Название Una Forja de Valor
Год выпуска 0
isbn 9781632914781
Автор произведения Морган Райс
Жанр Зарубежное фэнтези
Серия Reyes y Hechiceros
Издательство Lukeman Literary Management Ltd
“¿Me morí?” pudo ella preguntar finalmente.
Él respondió después de un largo silencio, con una voz suave pero poderosa.
“Has regresado,” dijo él. “No dejaré que te vayas.”
Era un sentimiento extraño; al verlo a los ojos, sintió como si lo conociera desde siempre. Ella lo tomó de la muñeca, apretándosela en señal de agradecimiento. Había tantas cosas que ella deseaba decirle. Quería preguntarle por qué arriesgaría su vida por ella; por qué se preocupaba tanto por ella; por qué se sacrificaría para traerla de vuelta. Pues ella de alguna forma sentía que él había hecho un gran sacrificio, un sacrificio que llegaría a lastimarlo.
Pero más que nada, quería que supiera lo que ella estaba sintiendo en este momento.
Te amo, deseaba decirle.
Pero las palabras no salían. En vez de eso, el cansancio la venció y, mientras cerraba los ojos, no tuvo opción más que sucumbir. Sintió cómo entraba en un sueño más y más profundo mientras el mundo pasaba sobre ella y se preguntó si estaba muriendo otra vez. ¿Es que había vuelto tan sólo por un momento? ¿Había vuelto solamente para poder despedirse de Kyle?
Y mientras el sueño profundo finalmente la venció, pudo jurar que escuchó unas últimas palabras antes de perder el conocimiento:
“Yo también te amo.”
CAPÍTULO CINCO
El bebé dragón volaba en agonía haciendo un gran esfuerzo con cada aleteo y tratando de mantenerse en el aire. Él voló, como lo había hecho durante horas, sobre el campo de Escalon sintiéndose solo y perdido en este mundo cruel en el que había nacido. Por su mente pasaban imágenes de su padre muriendo en el suelo, con sus grandes ojos cerrándose y siendo apuñalado por todos esos soldados humanos. Su padre, a quien no había tenido la oportunidad de conocer excepto por ese momento de gloriosa batalla; su padre, quien había muerto salvándolo.
El bebé dragón sintió como si la muerte de su padre hubiera sido la suya propia, y con cada aleteo que daba se sentía más pesado por la culpa. Si no hubiera sido por él, su padre tal vez seguiría vivo.
El dragón voló desgarrado por el dolor y el remordimiento ante la idea de que nunca tendría la oportunidad de conocer a su padre, de agradecerle por su desinteresado acto de valor y por salvar su vida. Una parte de él ya no quería seguir viviendo.
Pero otra parte ardía de rabia, estaba desesperada por matar a esos humanos, por vengar la muerte de su padre y destruir la tierra debajo. No sabía en dónde se encontraba, pero intuía que se encontraba a océanos de distancia de su tierra natal. Algunos instintos lo impulsaban a volver a su hogar; pero no sabía en dónde estaba ese hogar.
El bebé voló sin destino y perdido en el mundo, respirando fuego en la cima de los árboles o sobre cualquier cosa que pudiera encontrar. Pronto se quedó sin fuego, y pronto se encontró bajando cada vez más y más con cada aleteo de sus alas. Trató de elevarse, pero descubrió lleno de pánico que ya no tenía la fuerza para hacerlo. Trató de esquivar la cima de los árboles pero sus alas ya no pudieron levantarlo y se estrelló contra ellas, dolido por todas las viejas heridas que no habían sanado.
Rebotó sobre ellas en agonía y continuó volando, disminuyendo su elevación mientras perdía fuerza. Goteaba sangre que caía como gotas de lluvia. Estaba débil por el hambre, por las heridas y por los miles de golpes por lanzas que había recibido. Quería seguir volando y encontrar un objetivo para destruir, pero sintió que sus ojos se le cerraban estando ya muy pesados. Sintió cómo perdía por momentos el conocimiento.
El dragón supo que estaba muriendo. De cierta manera esto era un alivio; pronto se uniría con su padre.
Se despertó con el sonido de hojas y ramas rompiéndose y, al sentir que caía por la cima de los árboles, finalmente abrió los ojos. Su visión estaba oscurecida en un mundo de verde. Ya sin poder controlarse, sintió cómo se desplomaba rompiendo las ramas y lastimándose con cada una.
Finalmente se detuvo abruptamente entre dos ramas en la cima de un árbol, demasiado débil para moverse. Se quedó colgando, inmóvil y con tanto dolor que cada respiración le dolía más que la anterior. Estaba seguro de que moriría ahí arriba atrapado entre los árboles.
Una de las ramas finalmente se quebró con un fuerte chasquido y el dragón cayó en picada. Cayó dando vueltas y rompiendo más ramas por unos cincuenta pies hasta que finalmente llegó al suelo.
Se quedó ahí sintiendo sus costillas fracturadas y escupiendo sangre. Movió una de sus alas lentamente, pero no pudo hacer nada más.
Al sentir que la fuerza de vida lo dejaba, sintió que era injusto y prematuro. Sabía que tenía un destino, pero no podía entender qué era. Parecía ser corto y cruel, nacido en este mundo sólo para presenciar la muerte de su padre y después morir él mismo. Tal vez así era la vida: cruel e injusta.
Al sentir sus ojos cerrarse por última vez, la mente del dragón se llenó con un solo pensamiento: Padre, espérame. Te veré pronto.
CAPÍTULO SEIS
Alec estaba en la cubierta a bordo del elegante barco negro y observaba el mar así como lo había hecho por días. Observaba las gigantescas olas que levantaban al pequeño barco de vela y observaba la espuma romperse debajo del compartimiento de carga mientras cortaban por el agua con una velocidad que él nunca había experimentado. El barco se inclinaba por las velas rígidas con el viento fuerte y constante. Alec lo estudiaba con ojos de artesano, preguntándose de qué estaba hecho el barco; claramente estaba elaborado de un material elegante e inusual, uno que no había visto antes y que les había permitido mantener la velocidad todo el día y toda la noche y maniobrar en la oscuridad pasando la flota Pandesiana, salir del Mar de los Lamentos, y hacia el Mar de las Lágrimas.
Mientras Alec reflexionaba, recordaba lo angustioso que había sido el viaje, un viaje de días y noches sin bajar las velas, las largas noches en el mar negro llenas de sonidos hostiles, del crujir del barco, y de criaturas exóticas saltando y aleteando. Más de una vez se había despertado para ver una serpiente resplandeciente tratando de abordar el barco, y después al hombre con el que viajaba patearla con su bota.
Pero lo más misterioso, más misterioso que todas las criaturas exóticas del mar, era Sovos, el hombre en el timón del barco. Este hombre que había buscado a Alec en la forja, que lo había traído en su barco, que lo llevaba a un lugar remoto, un hombre en el que Alec no sabía si era sensato confiar. Por lo pronto al menos Sovos ya había salvado la vida de Alec. Alec recordó mirar hacia atrás hacia la ciudad de Ur mientras se alejaban por el mar, sintiendo agonía e impotencia al ver a la flota Pandesiana acercándose. Desde el horizonte había visto las bolas de cañón atravesar el aire, había escuchado el estruendo lejano, había visto la caída de los grandes edificios, edificios en los que él mismo había estado hace apenas unas horas. Había tratado de bajarse del barco e ir a ayudarles, pero ya estaban demasiado lejos. Había insistido en que Sovos se diera la vuelta, pero sus ruegos fueron ignorados.
Alec lloró al pensar en sus amigos que había dejado atrás, especialmente Marco y Dierdre. Cerró los ojos y trató sin lograrlo de sacudirse la memoria. Su pecho se tensó al sentir que los había abandonado a todos.
Lo único que le permitía a Alec continuar, lo que lo sacaba de su desaliento, era la sensación de que era necesitado en otra parte tal y como Sovos le había dicho; que tenía cierto destino y que este le ayudaría a destruir a los Pandesianos en otra parte. Después de todo, como Sovos había dicho, el que hubiera muerto junto con los demás no habría ayudado a nadie. Aun así, esperaba y rogaba por que Marco y Dierdre hubieran sobrevivido, y que pudiera regresar a tiempo para reunirse con ellos.
Lleno de curiosidad por saber a dónde iban, Alec había bombardeado a Sovos con preguntas, pero este había mantenido un obstinado silencio día y noche siempre pegado al timón y dándole la espalda a Alec. Alec no podía recordar haberlo visto dormir o comer. Simplemente estaba