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se agitaron, y cuando Thor miró hacia adelante, se dio cuenta de que se había quedado dormido sobre ella. Ellos seguían volando, como lo habían estado haciendo durante varios días, corriendo bajo el cielo de la noche, debajo de un millón de estrellas rojas centelleantes.

      Thor suspiró y limpió la parte posterior de su cabeza, que estaba cubierta de sudor. Él había prometido permanecer alerta, pero habían pasado muchos días en su viaje juntos, volando, buscando la Tierra de los Druidas. Por suerte Mycoples, conociéndolo tan bien como lo hacía, sabía que estaba dormido y voló continuamente, asegurándose de que no se cayera. Los dos habían estado viajando mucho tiempo juntos, habían llegado a convertirse en uno solo. Aunque Thor extrañaba el Anillo, estaba emocionado, por lo menos, de volver con su vieja amiga otra vez, los dos solos viajando por el mundo; podría decir que también ella estaba feliz de estar con él, ronroneando con satisfacción. Sabía que Mycoples nunca permitiría que algo malo le sucediera, y él sentía lo mismo por ella.

      Thor miró hacia abajo y examinó las verdes aguas espumosas y luminiscentes del mar; se trataba de un mar extraño y exótico que nunca había visto antes, uno de los muchos que habían pasado en su búsqueda. Siguieran volando hacia el norte, siempre al norte, siguiendo la flecha de señalamiento en la reliquia que había encontrado en su ciudad natal. Thor sintió que se estaban acercando a su madre, a su tierra, a la Tierra de los Druidas. Podía sentirlo.

      Thor esperaba que la flecha fuera precisa. En el fondo, sentía que así era. Él podía sentir en cada fibra de su ser que estaban acercándose a su madre, a su destino.

      Thor se frotó los ojos, decidido a permanecer despierto. Había pensado que ya habrían encontrado la Tierra de los Druidas para esta hora; sentía que ya había atravesado la mitad del mundo. Por un momento se preocupó: ¿Qué pasaría si todo fuera una fantasía? ¿Qué pasaría si su madre no existía? ¿Qué pasaría si no existiera la Tierra de los Druidas? ¿Qué pasaría si estuviese condenado a no encontrarla nunca?

      Intentó sacudir esos pensamientos de su mente mientras instaba a Mycoples a seguir adelante.

      Más rápido, pensó Thor.

      Mycoples ronroneó y agitó sus alas con mayor fuerza, y en cuanto bajó su cabeza, los dos bajaron en picado hacia la niebla, dirigiéndose hacia algún punto en el horizonte donde, Thor sabía, que tal vez podría no existir.

*

      El día amaneció como Thor nunca había visto, el cielo inundado no solo de dos soles, sino de tres, elevándose los tres juntos en diferentes puntos del horizonte, uno rojo, uno verde, uno morado. Volaban justo por encima de las nubes, que se extendían por debajo de él, tan cerca que Thor podía tocarlas, eran una manta de color. Thor se deleitaba en el amanecer más hermoso que jamás había visto, diferentes colores de soles sal+ian entre las nubes, los rayos pasaban sobre él, debajo de él, por encima de él. Sentía como si volara en el surgimiento del mundo.

      Thor dirigía a Mycoples hacia abajo, y se sintió húmedo cuando entraron en la cubierta de la nube; momentáneamente su mundo estaba inundado de diversos colores, entonces quedó cegado. Al salir de las nubes, Thor esperaba ver otro océano, otra extensión interminable de la nada.

      Pero esta vez había algo más.

      El corazón de Thor se aceleró cuando vio por debajo de ellos un espectáculo que siempre había esperado ver, un espectáculo que ocupaba sus sueños. Allí, muy por debajo, se veía una tierra. Era una isla, revuelta en la niebla, en medio de este océano increíble, amplia y profunda. Su reliquia vibró y miró hacia abajo y vio el destello de la flecha, apuntando directamente hacia abajo. Pero él no necesitaba verlo para saberlo. Lo sentía, en cada fibra de su ser. Ella estaba aquí. Su madre. La mágica Tierra de los Druidas existía, y él había llegado.

      Baja, amiga mía, pensó Thor.

      Mycoples se dirigió hacia abajo, y cuando se acercaron, la isla pudo verse cada vez más clara. Thor vio los interminables campos de flores, notablemente similares a los campos que había visto en la Corte del Rey. Él no podía entenderlo. La isla se sentía tan familiar, casi como si hubiera llegado nuevamente a su casa. El había esperado que la tierra fuera más exótica. Era extraño cuán misteriosamente familiar era. ¿Cómo podría ser posible?

      La isla estaba encajonada por una inmensa playa de arena roja brillante, con olas rompiendo contra ella. Cuando se acercaron, Thor vio algo que lo sorprendió: parecía haber una entrada a la isla, dos enormes pilares se elevaban hasta los cielos, eran los pilares más altos que jamás había visto, y desaparecían en las nubes. Una pared, tal vez de unos seis metros  de alto, cercaba toda la isla, y pasar a través de estos pilares parecía ser la única manera de entrar a pie.

      Puesto que iba sobre Mycoples, Thor decidió que no necesitaba pasar a través de los pilares. Él simplemente volaría sobre la pared y aterrizaría en la isla, en cualquier lugar que quisiera. Después de todo, no iba a pie.

      Thor dirigió a Mycoples a volar sobre el muro, pero cuando ella se acercó más, de repente lo sorprendió. Chilló y se replegó bruscamente, elevando sus garras en el aire hasta que quedó casi de manera vertical. Se detuvo bruscamente como si chocara con un escudo invisible, y Thor se sujetó como si se le fuera la vida en ello. Thor la guió para que siguiera volando, pero ella no iría demasiado lejos.

      Es entonces cuando Thor se dio cuenta: la isla estaba rodeada de una especie de escudo de energía, tan poderoso que incluso Mycoples no podía pasar a través de él. Uno no podía volar sobre el muro; tenía que pasar por los pilares, a pie.

      Thor dirigió a Mycoples, y bajaron en picado hacia la orilla roja. Aterrizaron ante los pilares, y Thor trató de dirigir a Mycoples a volar entre ellos, a través de las enormes puertas para entrar con él en la Tierra de los Druidas.

      Pero nuevamente, Mycoples se replegó elevando sus garras.

      No puedo entrar.

      Thor sintió los pensamientos de Mycoples corriendo a través de él. Él la miró, la vio cerrar sus enormes ojos brillantes, parpadeando y entendió.

      Ella le decía que tenía que entrar solo en la Tierra de los Druidas.

      Thor desmontó sobre la arena roja y se puso delante de los pilares, examinándolos.

      "No puedo dejarte aquí, amiga mía", dijo Thor. "Es demasiado peligroso para ti. Si debo ir solo, entonces debo irme. Volver a la seguridad del hogar. Espérame allí".

      Mycoples sacudió su cabeza y la agachó hacia el suelo, se tendió allí, resignada.

      Voy a esperar por ti hasta los confines de la tierra.

      Thor pudo ver que ella estaba decidida a quedarse. Sabía que ella era obstinada, que no se movería.

      Thor se inclinó hacia adelante, acarició las escamas de Mycoples en su larga nariz, se inclinó y la besó. Ella ronroneó, levantó la cabeza y la descansó sobre su pecho.

      "Volveré por ti, amiga mía", dijo Thor.

      Thor se volvió y se puso frente a los pilares de oro sólido, brillando en el sol y casi cegándolo, y dio el primer paso. Se sentía vivo de una manera que nunca pensó, mientras pasaba a través de las puertas y, finalmente, en la Tierra de los Druidas.

      CAPÍTULO SEIS

      Gwendolyn montaba en la parte posterior del carro, traqueteando a lo largo del camino vecinal, guiando a la expedición de gente que se abría paso lentamente hacia el oeste, lejos de la Corte del Rey. Gwendolyn estaba contenta con la evacuación que había sido ordenada hasta ahora, y satisfecha con los progresos que había hecho su pueblo. Ella odiaba dejar su ciudad, pero al menos estaba segura de que había ganado suficiente distancia para que su gente estuviera segura, para que estuvieran bien en su camino hacia su última misión: atravesar el Cruce Occidental del Cañón, para abordar su flota de barcos en las costas del Tartuvio y cruzar el gran océano hacia las Islas Superiores. Ella sabía que era la única manera de proteger a su gente.

      Mientras marchaban, miles de personas iban a pie alrededor de ella, miles de personas más traqueteaban en sus carros; el sonido de las pezuñas de los caballos llenaba los oídos

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