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ayudándonos.  Tal vez también mi papá.

      Se abre la puerta del pasajero y entra Bree, llena de emoción, pasando por el asiento de vinilo, justo a mi lado, mientras Logan salta y se sienta junto a ella, y cierra la puerta, mirando al frente.

      “¿Qué estás esperando?”, pregunta él. “El reloj está corriendo”.

      “No tienes que decírmelo dos veces”, le digo, igualmente tajante con él.

      Lo pongo en marcha y acelero, saliendo de reversa del cobertizo hacia la nieve y el cielo de la tarde.  Al principio, las ruedas quedan atrapadas en la nieve, pero acelero más y chisporrotea. Conducimos, virando bruscamente, con los neumáticos lisos, a través de un campo, lleno de baches, siendo sacudidos en todas direcciones.  Pero continuamos avanzando y es todo lo que me importa.

      Pronto, llegamos a un pequeño camino de tierra.  Estoy tan agradecida de que la nieve se haya derretido la mayor parte del día—de otra manera, nunca podríamos lograrlo.

      Empezamos por tomar una buena velocidad.  El camión me sorprende, tranquilizándome en cuanto se calienta.  Llegamos casi a 48 kph, al ir por la Ruta 23 hacia el oeste.  Sigo acelerando, hasta que llegamos a un bache y lo lamento.  Todos gemimos, al golpearnos la cabeza. Reduzco la velocidad.  Es casi imposible ver los baches en la nieve, y olvido el mal estado en que están estos caminos.

      Es escalofriante volver a este camino, yendo hacia lo que antes fue nuestro hogar.  Vuelvo a pasar por el camino que tomé cuando perseguía a los tratantes de esclavos, y me inundo de recuerdos. Recuerdo haber corrido aquí en una motocicleta, pensando que iba a morir, y trato de eliminarlo de mi mente.

      Conforme avanzamos, nos encontramos con el enorme árbol caído sobre el camino, que ahora está cubierto de nieve. Lo reconozco como el árbol que había sido talado durante mi salida, el que bloqueaba el camino de los tratantes de esclavos, por algún sobreviviente desconocido que nos estaba cuidado.  No puedo evitar preguntarme si hay otras personas por ahí ahora, sobreviviendo, o incluso vigilándonos.  Miro de un lado a otro, peinando el bosque.  Pero no veo ninguna señal.

      Estamos haciendo un buen tiempo y para mi alivio, nada va mal. No confío en ello. Es como si fuera demasiado sencillo. Miro el indicador de combustible y noto que no hemos gastado mucho.  Pero no sé qué tan preciso sea, y por un momento me pregunto si habrá suficiente combustible para ir allá y regresar.  Me pregunto si esto fue una idea tonta.

      Finalmente nos desviamos del camino principal hacia un camino de tierra angosto y serprenteante que nos llevará a la montaña, a la casa de mi papá. Ahora estoy más en ascuas, al ir zigzagueando en la montaña, viendo los acantilados en abrupto desnivel, a mi derecha. Estoy atenta y no puedo evitar notar la increíble vista, que abarca toda la cordillera Catskill. Pero el desnivel es empinado y la nieve es más espesa ahí, y sé que con un giro equivocado, una derrapada equivocada, este viejo cacharro de herrumbre irá justo al acantilado.

      Para mi sorpresa, el camión se queda ahí. Es como un bulldog. Pronto pasamos lo peor de todo, y al dar la vuelta en un curva, de repente veo nuestra antigua casa.

      “¡Oigan! ¡La casa de papá!”, grita Bree, reacomodándose en el asiento emocionada.

      Yo también me siento aliviada de verla. Aquí estamos e hicimos un buen tiempo.

      “¿Lo ves?”, le digo a Logan, “eso no estuvo tan mal”.

      Pero Logan no se siente aliviado, con una mueca en el rostro, nervioso, mientras observa los árboles.

      “Ya llegamos aquí”, se queja. “Pero no hemos regresado aún”.

      Típico. Se niega a reconocer que se equivocó.

      Me detengo frente a nuestra casa y veo las antiguas huellas de los tratantes de esclavos.  Me hace recordar todo el temor que yo había sentido cuando se habían llevado a Bree. Me acerco a ella y le pongo el brazo alrededor de su hombro, la aprieto con fuerza, y decido no volver a dejarla nunca lejos de mi vista.

      Apago la marcha y todos salimos rápidamente y nos dirigimos hacia la casa.

      “Lamento el desastre”, le digo a Logan mientras me adelanto a él, hasta la puerta principal. “No esperaba invitados”.

      Sin proponérselo, esboza una sonrisa.

      “Ja, ja”, dice inexpresivamente. “¿Debo quitarme los zapatos?”.

      Tiene sentido del humor. Eso me sorprende.

      Al abrir la puerta y entrar, cualquier sentido del humor que yo haya tenido, desaparece de repente.  Cuando veo el lugar que está frente a mí, me siento descorazonada. Sasha está ahí, tendida, con la sangre seca, su cuerpo rígido y congelado. A pocos centímetros de distancia se encuentra el cadáver del tratante de esclavos que Sasha había matado, también está congelado, pegado al suelo.

      Miro la chamarra que tengo puesta—que era de él—la ropa que tengo puesta—su ropa—mis botas—sus botas—y me siento rara. Es casi coo si yo fuera su doble.

      Logan me mira y debe darse cuenta de eso, también.

      “¿No le quitaste los pantalones?”, pregunta.

      Miro hacia abajo y recuerdo que no lo hice.  Era demasiado.

      Niego con la cabeza.

      “Fue tonto”, dice.

      Ahora que lo menciona, me doy cuenta de que tiene razón. Mis viejos pantalones de mezclilla están húmedos y fríos y se pegan a mí.  Y aunque yo no los quisiera, tal vez Ben sí. Es una lástima desperdiciarlos: después de todo, es ropa perfectamente buena.

      Oigo un llanto ahogado y veo a Bree, ahí parada, mirando a Sasha. Me rompe el corazón ver su cara de esa manera, abatida, mirando hacia abajo a su antigua perrita.

      Me acerco y pongo mi brazo encima de ella.

      “Tranquilízate, Bree”, le digo. “No la veas”.

      Beso su frente e intento alejarla, pero ella me aleja con una fuerza sorprendente.

      “No”, dice ella.

      Da un paso adelante, se arrodilla y abraza a Sasha en el suelo.  Ella pone sus brazos sobre su cuello y se inclina y la besa en la cabeza.

      Logan y yo intercambiamos miradas.  Ninguno de los dos sabemos qué hacer.

      “No tenemos tiempo”, dice Logan. “Necesitas enterrarla y seguir adelante”.

      Me arrodillo junto a ella, me inclino y acaricio la cabeza de Sasha.

      “Todo va a estar bien, Bree. Sasha ya está en un lugar mejor. Ahora es feliz. ¿Me entiendes?”.

      Las lágrimas caen de sus ojos, y ella levanta la mano, respira profundo y las limpia con el dorso de su mano.

      “No podemos dejarla aquí, así”, dice ella. “Tenemos que enterrarla”.

      “Lo haremos”, le digo.

      “No podemos”, dice Logan. “El suelo está congelado”.

      Me levanto y miro a Logan, más molesta que nunca.  Sobre todo porque me doy cuenta de que tiene razón.  Debí haber pensado en ello.

      “¿Y qué sugieres que hagamos?”, le pregunto.

      “No es mi problema. Estaré afuera, vigilando”.

      Logan se da la vuelta y sale, dando un portazo detrás de él.

      Volteo a ver a Bree, intentando pensar rápidamente.

      “Él tiene razón”, le digo. “No tenemos tiempo para enterrarla”.

      “¡NO!”, grita ella. “Lo prometiste. ¡Tú lo prometiste!”.

      Ella tiene razón. Lo prometí.  Pero no había pensado las cosas detalladamente. Pensar en dejar a  Sasha aquí así, me mata. Pero tampoco puedo arriesgar nuestras vidas. A Sasha no le gustaría eso.

      Tengo una idea.

      “La pondremos en el río, Bree”.

      Ella voltea a verme.

      “¿Y

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