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como había sido antes.

      “¿Qué es eso?”, pregunta Bree, castañeando los dientes. Ella y Rose han subido a la parte delantera de la lancha, junto a mí, y ella mira hacia afuera, siguiendo mi mirada. No quiero decirle.

      “No es nada, mi amor”, le digo. “Es solo una ruina”.

      Pongo mi brazo alrededor de ella y la acerco hacia mí, y pongo mi otro brazo sobre Rose, y también la acerco hacia mí.  Intento calentarlas, frotando sus hombros lo mejor que puedo.

      “¿Cuándo iremos a casa?”, pregunta Rose.

      Logan y yo intercambiamos miradas. No sé qué contestar.

      “No iremos a casa”, le digo a Rose, con el mayor tacto posible, “pero vamos a buscar un nuevo hogar”.

      “¿Vamos a pasar por nuestro antigua casa?”, pregunta Bree.

      Titubeo. “Sí”, le digo.

      “Pero no nos vamos a quedar ahí, ¿verdad?”, me pregunta.

      “Así es”, le digo. “Es muy peligroso vivir ahí ahora”.

      “No quiero vivir ahí otra vez”, dice ella. “Odié ese lugar. Pero no podemos dejar ahí a Sasha. ¿Vamos a detenernos para enterrarla? Tú lo prometiste”.

      Pienso nuevamente en mi discusión con Logan.

      “Tienes razón”, le digo en voz baja. “Lo prometí. Y sí, vamos a detenernos”.

      Logan se aparta, visiblemente enojado.

      “¿Y después, qué?”, pregunta Rose. “¿Después a dónde iremos?”

      “Seguiremos yendo río arriba”, le explico. “Tan lejos como lleguemos”.

      “¿Dónde termina?”, pregunta ella.

      Es una buena pregunta, y la considero de mucha profundidad. ¿Dónde termina todo esto? ¿Con nuestra muerte? ¿Sobreviviremos? ¿Acabará alguna vez? ¿Se ve algún final a la vista?

      Yo no tengo la respuesta.

      Doy la vuelta y me arrodillo, y la miro a los ojos.  Necesito darle alguna esperanza.  Algún incentivo para vivir.

      “Termina en un lugar hermoso”, le digo. “Al lugar que vamos, todo está bien, otra vez.  Las calles están limpias y brillan, y todo es perfecto y seguro. Ahí habrá gente, gente amable, y nos aceptarán y protegerán.  También habrá comida, comida de verdad, todo lo que puedas comer, todo el tiempo.  Será el lugar más hermoso que hayas visto alguna vez”.

      Los ojos de Rose se abren de par en par.

      “¿Eso es verdad?”, pregunta.

      Asiento con la cabeza. Lentamente, muestra una gran sonrisa.

      “¿Cuánto falta para que lleguemos?”

      Sonrío. “No sé, mi amor”.

      Pero Bree es más escéptica que Rose.

      “¿Eso es verdad?”, pregunta en voz baja. “¿Realmente existe ese lugar?”

      “Existe”, le digo, intentando con ganas parecer convincente. “¿Verdad, Logan?”.

      Logan voltea, asiente con la cabeza brevemente, y aleja la mirada. Después de todo, él es quien cree en Canadá, quien cree en la tierra prometida. ¿Cómo puede negarlo ahora?

      El Hudson serpentea, haciéndose más estrecho, y después ampliándose nuevamente.  Finalmente, entramos a territorio conocido.  Pasamos por lugares que reconozco, acercándonos cada vez más a la casa de papá.

      Pasamos otra orilla y veo una isla deshabitada, que es solamente un afloramiento pedregoso. En ella quedan los restos de un faro, su lámpara que fue hecha pedazos hace mucho tiempo; su estructura es apenas una fachada.

      Pasamos otra curva en el río y a lo lejos, veo el puente en el que he estado hace unos días, mientras perseguía a los tratantes de esclavos. Ahí, a mitad del puente, veo que el centro estalló, tiene un enorme agujero, como si un martillo de demolición hubiera caído al centro. Recuerdo cómo Ben y yo corrimos a través de él en la moto y casi derrapamos en él. No puedo creerlo. Ya casi llegamos.

      Esto me hace pensar en Ben, en cómo me salvó la vida ese día.  Volteo a verlo. Él mira fijamente al agua, taciturno.

      “¿Ben?”, pregunto.

      Se vuelve y me mira.

      “¿Recuerdas ese puente?”

      Voltea a verlo y noto el miedo en sus ojos.  Lo recuerda.

      Bree me da un codazo. “¿Puedo darle a Penélope un poco de mi galleta?”, me pregunta.

      “¿Yo también?”, pregunta Rose.

      “Por supuesto”, le dijo en voz alta, para que Logan pueda oírlo. Él no es el único que manda aquí y podemos hacer con nuestra comida lo que queramos.

      La perra, que está en el regazo de Rose, se anima, como si entendiera. Es increíble. Nunca había visto a un animal tan listo.

      Bree se inclina para darle un pedazo de su galleta, pero yo detengo su mano.

      “Espera”, le digo. “Si vas a darle de comer, ella debería tener un nombre, ¿no?”

      “Pero no tiene collar”, dice Rose. “Su nombre podría ser cualquier cosa”.

      “Ahora es tu perra”, le digo. “Ponle un nombre nuevo”.

      Rose y Bree intercambian una mirada de emoción.

      “¿Cómo debemos llamarla?”, pregunta Bree.

      “¿Qué te parece Penélope?” dice Rose.

      “¡Penélope!”, grita Bree. “Me gusta”.

      “A mí también me gusta”, le digo.

      “¡Penélope!”, le dice Rose a la perrita.

      Sorprendentemente, la perrita voltea a verla cuando la llama así, como si siempre hubiera sido su nombre.

      Bree sonríe, mientras extiende la mano y le da un pedazo de galleta.  Penélope se lo arrebata de las manos y lo traga de un bocado. Bree y Rose ríen animadamente, y Rose le da el resto de su galleta.  Ella también se lo arrebata y yo extiendo la mano y le doy el último bocado de mi galleta. Penélope nos mira a las tres con entusiasmo, temblando y ladra tres veces.

      Todas reímos.  Por un momento, casi olvido nuestros problemas.

      Pero entonces, a lo lejos, sobre el hombro de Bree, veo algo.

      “Ahí”, le digo a Logan, yendo hacia arriba y señalando a nuestra izquierda. “Ahí es donde tenemos que ir.  Gira ahí”.

      Veo la península donde Ben y yo fuimos en moto, sobre el hielo del Hudson. Me estremezco al recordarlo, al pensar en la locura de esa persecución. Sigo sorprendida de que estemos vivos.

      Logan mira sobre su hombro en busca de alguien que nos esté siguiendo; después, de mala gana, desacelera, desviándonos a un costado, llevándonos hacia la ensenada.

      Inquieta, miro alrededor con cautela cuando llegamos a la desembocadura de la península. Nos deslizamos junto a él mientras tuerce tierra adentro. Estamos muy cerca de la costa, pasando una torre de agua destartalada. Seguimos adelante y pronto nos deslizamos junto a las ruinas de una ciudad, justo en el centro de la misma. Catskill. Hay edificios quemados por todos lados y parece como si hubiera estallado una bomba.

      Todos estamos en ascuas al abrirnos camino lentamente hasta la ensenada, yendo tierra adentro; la costa está a varios metros de distancia al hacerse angosta. Estamos expuestos a tener una emboscada, e inconscientemente, bajo la mano y la apoyo en mi cadera, donde está mi cuchillo.  Me doy cuenta de que Logan hace lo mismo.

      Veo sobre mi hombro buscando a Ben; pero él sigue en estado casi catatónico.

      “¿Dónde está el camión?”, pregunta Logan, con voz nerviosa. “No iré tierra adentro, te lo digo desde ahora. Si algo sucede, necesitamos

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