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alejan del bosquecillo por el lado opuesto a la avenida. Ninguna señal de lucha. ¡Qué extraño! A Cathcart le dispararon a quemarropa, ¿no?

      – Sí. El tiro le quemó la pechera de su camisa.

      – Bien. ¿Por qué se dejó matar sin oponer resistencia?

      – Me imagino que si tenía una cita con Calzado Cuarenta y dos, este era alguien que él conocía, que podía acercarse a él sin levantar sospechas.

      – Lo cual quiere decir que la entrevista era amistosa… por lo menos, en lo que se refiere a Cathcart. Pero el revólver es una dificultad. ¿Cómo se las compuso Calzado Cuarenta y dos para procurarse el revólver de Gerald?

      – La puerta del invernadero estaba abierta – respondió Parker sin convicción.

      – Nadie, excepto Gerald y Fleming, sabía dónde estaba el arma – replicó lord Peter —. Además, ¿no irás a decirme que ese individuo vino aquí, entró en la casa a coger el revólver de la sala de estudio, volvió a salir y mató a Cathcart? Parece un procedimiento algo artificioso. Si quería matar a Cathcart, ¿por qué no vino provisto de un arma?

      – Es más lógico creer que fuese Cathcart quien llevaba encima el revólver – dijo Parker.

      – ¿Por qué no hay señal de lucha entonces?

      – Quizá se suicidara Cathcart.

      – Entonces, ¿por qué Calzado Cuarenta y dos lo arrastró hasta la puerta del invernadero y huyó, dejándole a la vista?

      – Espera un minuto – dijo Parker —. A ver qué te parece esto: Calzado Cuarenta y dos tiene una cita con Cathcart…, digamos para hacerle chantaje. No sé cómo, entre las diez menos cuarto y las diez y cuarto se las compuso para prevenirle de sus intenciones. Eso explicaría el cambio surgido en la actitud de Cathcart y probaría al mismo tiempo que míster Arbuthnot y el duque decían la verdad, tanto el uno como el otro. Cathcart se marcha precipitadamente de la casa después de la disputa con tu hermano. Viene aquí para asistir a la cita. Pasea de arriba abajo esperando a Calzado Cuarenta y dos. Llega este y discute con Cathcart el asunto entre manos. Cathcart le ofrece dinero. El otro exige una cantidad mayor. Cathcart afirma que no la tiene. El tipo explica que, en tales condiciones, se chivará. Cathcart responde: “Entonces, al diablo todo. Me quito de en medio”. Y Cathcart, que ya empuñaba el revólver, se suicida. Calzado Cuarenta y dos es presa de remordimientos. Ve que Cathcart no está muerto del todo. Lo coge y lo arrastra hasta la casa. Es más bajo que Cathcart y no fuerte, y le cuesta mucho trabajo llevarle. En el momento en que llegan a la puerta del invernadero, Cathcart sufre una hemorragia final y entrega su alma a Dios. Calzado Cuarenta y dos se da cuenta de que su situación es comprometida, ya que se encuentra en una propiedad privada, solo con un cadáver a las tres de la madrugada. Si lo ven, tendrá que dar explicaciones… Deja a Cathcart… y huye. Entra el duque de Denver y tropieza con el cadáver. ¡Tableau!

      – Está muy bien, sí señor; muy bien – dijo Peter —. Pero, ¿cuándo sucedió? Gerald encontró el cadáver a las tres de la madrugada; el médico estuvo aquí a las cuatro y media y dijo que Cathcart llevaba muerto hacía varias horas. Perfectamente. ¿Y el tiro que oyó mi hermana a las tres?

      – Escucha, amigo mío – dijo Parker —. No quiero ser descortés con tu hermana. ¿Puedo presentar las cosas como creo? Sugiero que ese disparo de las tres de la madrugada fue hecho por un cazador furtivo.

      – Es probable – asintió lord Peter —. Bien, Parker, yo creo que eso tiene cierta verosimilitud. Adoptemos esa explicación provisionalmente. Lo primero que tenemos que hacer ahora es encontrar a Calzado Cuarenta y dos, puesto que puede atestiguar que Cathcart se suicidó y, para mi hermano, es el único hecho que tiene importancia. Pero para satisfacer mi curiosidad, me gustaría saber: ¿por qué Calzado Cuarenta y dos hacía chantaje a Cathcart? ¿Quién escondió una maleta en el invernadero? ¿Qué hacía Gerald en el jardín a las tres de la mañana?

      – Supongamos que empezamos a investigar de dónde venía Calzado Cuarenta y dos – dijo Parker.

      Cuando volvían a su búsqueda, Wimsey exclamó:

      – ¡Hola, hola! Aquí hay algo… Parker, mira: esto es un verdadero tesoro.

      Un objeto minúsculo que había retirado del barro y de las hojas secas brillaba en sus manos.

      Era uno de esos amuletos que las mujeres cuelgan de sus pulseras: un diminuto gato con ojos de esmeralda.

      3

      Manchas de sangre y manchas de barro

      Otras muchas cosas son buenas en sí, pero dame sangre… Decimos: “¡Aquí está! ¡Es sangre!”, y es un hecho real. Lo apuntamos. No admite duda… Por tanto, necesitamos sangre, ¿comprendes?

David Copperfield.

      – Hasta el presente – dijo lord Peter, siguiendo penosamente la pista de Calzado Cuarenta y dos por el bosquecillo —, siempre he sostenido que los criminales que siembran su camino de pequeños objetos personales eran una invención cómoda de la literatura policíaca para beneficio del autor. Me doy cuenta de que aún tengo que aprender mucho sobre mi trabajo.

      – En realidad, no hace mucho tiempo que lo ejerces – declaró Parker —. Además, ignoramos si este gato pertenece al asesino, a un miembro de tu familia, o a ese tipo que está en América, el dueño actual de la finca, o bien a su anterior propietario. A lo mejor, lleva aquí desde hace años… Mira, aquí hay una rama rota que tuvo que romper nuestro amigo…

      – Preguntaré a la familia – dijo lord Peter y haremos investigaciones entre las gentes del pueblo a ver si alguien ha perdido este gatito. Las piedras son buenas. No es una alhaja que se pierde sin revolver el cielo con la tierra… He perdido por completo el rastro de Calzado Cuarenta y dos.

      – No te preocupes… Ya lo he encontrado yo. Tropezó con una raíz.

      – ¡Maldita sea! – exclamó con rabia lord Peter, irguiéndose —. El cuerpo humano no está hecho para esta labor de perro pachón. Si se pudiera andar a cuatro patas y se tuviesen ojos en las rodillas, sería mucho más práctico.

      – Estoy completamente de acuerdo contigo – dijo Parker —. Mira: aquí tenemos ya la tapia del parque.

      – Y por aquí fue por donde la franqueó – respondió lord Peter, señalando con el dedo un lugar donde las puntas de hierro que coronaban la empalizada estaban rotas —. Y aquí es donde se arrojó. Se ven las marcas de sus tacones, de sus manos y de sus rodillas. ¡Hum! Ayúdame a izarme, viejo. ¡Gracias! La brecha es antigua. El propietario de esta finca debería cuidar mejor sus tapias. El otro se habrá destrozado, por lo menos, el impermeable. Veo en estas puntas algunos trozos de su Burberry. Al otro lado de la tapia hay un foso profundo en donde voy a dejarme caer.

      El ruido de una caída anunció que Peter había puesto en práctica su proyecto. Parker, al verse abandonado, miró a su alrededor y, al darse cuenta que la verja de entrada se hallaba solamente a unos cien metros echó a correr hacia ella y buscó a Hardraw, el guardabosque, el cual salió amablemente a abrirle.

      – A propósito – le dijo Parker —, ¿descubrió usted algún indicio de que hubiera cazadores furtivos por este lugar el miércoles por la noche?

      – En absoluto – respondió el hombre —. Ni siquiera un conejo muerto. Reconozco que milady se equivocó. Me apuesto a que el tiro que yo oí fue el que mató al capitán.

      – Seguramente – dijo Parker —. ¿Sabe usted desde cuando están rotas las puntas de hierro de la empalizada?

      – Desde hace un mes o dos. Ya deberían estar reparadas; pero el obrero que tenía que hacerlo se puso enfermo.

      – Supongo que la verja se cierra con llave por las noches, ¿verdad?

      – Sí.

      – Si alguien deseara entrar, tendría que despertarle a usted, ¿no?

      – Sí.

      – ¿No

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