Скачать книгу

¿Tú estás loco? ¡Ni se te ocurra! Si te siente olor a bebida entonces sí no la vas a ligar más nunca ¡Con el carácter que se manda! Tienes que llegarle a pecho limpio ¡Arriba, que de los cobardes no se ha escrito nada!

      Fidel se persignó burlonamente, pero más serio que una tusa y se acercó a saludarla. Cuando al rato logró llevarla a solas hasta un rincón apartado, Luis me haló por la mano.

      _Vamos con disimulo a oír lo que hablan, que este cabrón es capaz de inventarnos un cuento con tal de no pagar la apuesta.

      Nos escurrimos hasta unas arecas cercanas y desde allí nos echamos todo el play.

      _Mira mami…yo te llamé…porque…_él nervioso.

      _ ¿Y quién te dijo que yo soy tu mami?_ ella castigadora.

      _Es un decir…o mejor dicho…no lo eres, pero quiero que lo seas. No mi mami…porque yo sé que a ti no te gusta ese lenguaje chabacano…pero es que yo…es que yo…Ná, vieja, que estoy metío contigo, que me tienes loco, vaya, que estoy enamorado de ti, que me gustas una pila, que quiero ser tu novio, que…

      _ Pero cuantos qué!_ ella haciéndose la dura.

      _Todos los que hagan falta, Olguita. Me tienes el coco hecho agua. Por ti soy capaz de cualquier cosa_ él envalentonado.

      _ ¿Ahora…?_ ella imponente.

      _Ahora, ¿qué?_ él sorprendido.

      _Ahora que se acabó el curso, que lo que nos queda apenas en Cuba son unos días y luego yo para Leningrado y tú para Bakú a miles de kilómetros uno del otro.

      _Lo mío es serio, Olga, te lo juro. Es más, fíjate si es serio que si tú quieres nos casamos antes de irnos, o no nos vamos y estudiamos cualquier cosa aquí en Cuba. Lo que tú digas, pero dime que sí anda. Antes no te había dicho nada porque de verdad que soy un poco tímido, por no decir que miedoso, pero no puedo resignarme a separarnos y no decirte lo que siento. Yo hago lo que tú quieras, lo que me digas, pero dime que sí, chica, ¡anda!

      _Tú no me caes mal, eres un poco barco y mal hablado, pero no me caes mal_ ella cediendo.

      _ ¿Entonces…?_ él desesperado.

      _ ¿Entonces?…lo contrario de no.

      _ ¿Cómo que lo contrario de no? ¿Es que acaso no me crees? ¡Yo soy un hombre…!

      _Déjame tocarte las manos, ¡huy, pero si las tienes heladas!

      _ ¿Ah, también te vas a burlar de mí ahora?

      _Yo no me estoy burlando. Ya te dije, lo contrario de no.

      _ ¡Coño, pero que bruto soy!, si lo contrario de no es sí. ¿De verdad? ¿Me estás dando el sí?

      _Claro chico ¡Mira que eres bruto!

      El Plomo me haló suavemente otra vez, ahora hacia atrás.

      _Vamos echando, compay, que el socio nos jodió las botellas. Ve a buscar el dinero para comprarlas.

      Dos botellas entre doce no es gran cosa, si acaso sirvió para quitarnos la pena y para que Olga después del quinto o sexto trago accediera a apoyarnos en una idea loca que tenía Bety: meterme disfrazado de mujer en el albergue de las muchachas. Ver y no tocar fue lo único que me recomendó, cuando luciendo falsas protuberancias y maquillado casi a la perfección nos escabullimos en el dormitorio.

      Después que estuve dentro sentí miedo de que me fueran a descubrir en la jugada y con el alboroto saliera preso o botado de allí, pero ya estaba dentro y no había marcha atrás posible. Bety me acostó en su litera y puso el mosquitero prometiendo volver enseguida. El en seguida se convirtió en casi una hora, durante la cual me di gusto vacilando culitos tiernos, peluqueras, teticas limón y tetonas melón. Ya estaba en punto de frenesí cuando Bety se coló dentro de la litera. Me palpó mis partes sin recato, así era como te quería, me susurró, para que no pase lo que anoche en la presa ¡Ven mi patico!

      ¡Ay Dios mío, qué noche aquella!, y así fueron muchas más, todas las noches siguientes, intensas, frenéticas, alocadas, como la vez que decidimos sacar a uno que le decían Pato Oyuyo y que era una piedra después que se dormía, con litera y todo para el área de formación. El susodicho usaba unos calzoncillos de patas largas y cuando despertó en medio del coro que le formamos, hembras y varones, se levantó de un brinco, pero encañado como estaba, parece que de retener los deseos de orinar, se le salió el aparato aquel por la pata del calzoncillo y lo que se armó allí fue el acabose. Quería fajarse y todo, se cagó en la madre de los culpables, pero nadie saltó. Yo por si acaso, en silencio, me cagué en la suya mil veces.

      Las cañas guataqueadas yo no sé si agradecerían el tratamiento que le dimos, pero yo sí agradecí y agradezco todavía a Ricardo y a Bety, a Luis y muchos otros aquellos días pasados allí y que todavía hoy recuerdo con agrado. A mi rubita le prometí en la despedida del campamento ir a verla antes de abordar el barco que los llevaría hasta Odesa. Se llevó mi dirección para enseguida que llegara escribirme y que de esa forma no se perdiera la comunicación. Juró que me quería y hasta yo sentí de verdad nostalgia y dolor por separarnos. Cantando las viejas estrofas de “Reloj” y pidiéndole que no marcara las horas porque íbamos a enloquecer, con un beso largo y un abrazo interminable nos despedimos.

      A la Habana llegué una noche lluviosa dos días antes de que comenzara el Onceno Festival de la Juventud y los Estudiantes. La Colmillo Blanco en que viajé era la mar de cómoda, pero apenas si pude disfrutar en el trayecto de las bellezas del paisaje, para mí casi desconocido, pues el chofer, un aprendiz de esquimal, tenía el aire acondicionado a todo meter y me temblaba hasta la quijada de arriba. El shock hipotérmico debe haber sido el culpable de mi maltrecha estampa cuando descendí del ómnibus, tal sería mi facha que enseguida un policía me pidió identificarme. Trabajo me costó convencerlo de que yo era un delegado de la Universidad Central al que se había ido la guagua que transportó a los participantes del evento.

      Libre de él, pero con la preocupación renovada por mi seguridad, pues este hecho me venía a confirmar que la policía, en estos días especialmente, iba a estar más activa que de costumbre y por tanto debía cuidarme de no ser sorprendido en mis proyectos de plagio. Crucé la Avenida Boyeros y deambulé entre los kioscos, vacíos a causa del mal tiempo, de la Feria de la Juventud. Una malta y un par de panes con croquetas calmaron mi apetito ¿Adónde ir? La idea que traía era acercarme a la Escuela Vocacional Lenin, que sería una de las Villas de alojamiento de los visitantes al evento, pero realmente no sabía dónde esta se encontraba, ni cómo llegar hasta allí, de contra la lluvia continuaba y volví a tiritar. La CUJAE era la otra opción y una más remota, por la lejanía era pernoctar en casa de mi tío Alfredo, el padre del huérfano, que vivía en Bauta. De esa última idea desistí de inmediato.

      Esta era apenas mi segunda visita a la Habana, la anterior había sido como diez años antes, así que poco práctico como estaba para deambular sin dirección, decidí pasar la noche en los bancos de la Lista de Espera de la Terminal de Ómnibus. Me encontré allí un hervidero de gente tirada en el piso sobre cartones y ni un huequito siquiera en un banco donde reposar mi huesos. Me entraron unas ganas tremendas de regresar a casa, a mi camita tibia, hacía más de un mes que no sabía nada de mi madre, abuela, hermano y primo. Las defensas comenzaron a ceder ante la tentadora idea del regreso y la obtención del perdón familiar y ya casi estaba decidido a apuntarme en la Lista de Espera para volver a Santa Clara cuando tres jóvenes amulatados se me acercaron.

      En seguida me puse alerta, pues tenía conocimiento de los maleantes y embaucadores habaneros que merodeaban por las terminales y timaban a los pasajeros que veían con cara de guajiros, pero no, era mi salvación lo que el Destino ponía en mis manos. Por lo que pude entender con mi famélico inglés, supe que eran egipcios y que andaban extraviados, habían llegado el día anterior para el Festival y ansiosos por conocer la ciudad y su gente salieron a dar una vuelta, se empataron con unas muchachas habaneras que los engatusaron y robaron los dólares que traían. De pronto me alumbré y les pregunté por los pasaportes, por suerte los conservaban consigo, para no

Скачать книгу