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       Notas del texto

       Notas de la introducción

       Notas del capítulo uno

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       Notas de capítulo tres

       Notas de capítulo cuatro

       Notas del capítulo cinco

       Notas del capítulo seis

      Introducción

      Esta es la historia de la participación política de las mujeres católicas durante las primeras décadas del siglo XX. Protectoras de la maternidad, los valores familiares tradicionales y la religión, la Unión de Damas Católicas Mexicanas se organizó desde el año de 1912 para defender a la Iglesia de los procesos de laicización de la sociedad impulsados por la Revolución mexicana y los primeros gobiernos posrevolucionarios. Para mí, este grupo de mujeres se comprometieron políticamente, demostraron una enorme capacidad de adaptación y, sobre todo, una importante habilidad para leer su contexto y aprender de él con el fin de construir un proyecto asociativo.

      Desde la historia social de las mujeres y del género en México, este libro estudia el proceso de construcción de la postura política de la militancia católica femenina, tema sumamente relevante en nuestro presente ya que abona a conocer con profundidad cómo las mujeres hemos incursionado en la vida pública a través de diversos movimientos y planos ideológicos. Así, el libro centra su análisis en la formación y desarrollo de la vida asociativa de las Damas Católicas para abrirse nuevos caminos más allá de su papel en el hogar, crear una identidad propia y desenvolverse en el espacio urbano para adaptarse a las necesidades de sus tiempos. Mi intención es trazar los caminos, acciones y razones que permitieron a estas mujeres agruparse, las necesidades políticas y sociales que observaron en su contexto, así como los ejes de sus programas y las estrategias que desarrollaron para hacer visibles sus posturas en el espacio público y urbano de la Ciudad de México.

      La Unión de Damas Católicas Mexicanas fue una de las organizaciones de la militancia católica más importante para la Iglesia. Desde ella, estas mujeres actuaron para conservar las premisas centrales de la fe. Las socias traspasaron la acción filantrópica que era la actividad esperada por su género para desarrollar un discurso político y crearon su propio programa social que definió su identidad, carácter y forma de trabajo a partir de su papel como madres, jefas de familias y principales promotoras de los valores religiosos. Asimismo, sus acciones hicieron posible crear un sustrato material que sostuvo su participación pública a pesar de los difíciles tiempos políticos.

      Su fundación formó parte de un proceso histórico cuyo origen se puede situar en el último tercio del siglo XIX, momento en el cual la Iglesia Católica se lanzó a una intransigente lucha contra el liberalismo, el socialismo y el comunismo, ideologías que ponían en duda su papel rector de la vida pública y moral de la sociedad. Al mismo tiempo, buscó convertir a sus feligreses en militantes para defender el papel de la religión. En países como Argentina, Chile, Francia, Inglaterra, Italia y México se inició un movimiento católico femenino que fomentó el papel de la mujer, como eje de la vida familiar, cuidadora y protectora del espacio doméstico, ama de casa, esposa y madre, “ángel del hogar”, postura que les permitió debatir públicamente e imponer la agenda eclesiástica en el ambiente político para impulsar una ideología antiliberal y antisocialista a cargo de las mujeres.1

      En México, a diferencia de otros países, el movimiento femenino se enfrentó a dos guerras civiles que, en un periodo de veinte años, transformaron la relación del Estado con la Iglesia. El primero limitó al máximo el papel político de la segunda y creó una “revolución cultural” que aspiraba modificar las conciencias de los ciudadanos mediante un modelo educativo racional y, además, pretendía sustituir las creencias religiosas por valores laicos con una orientación patriótica y nacionalista.2

      Entre 1912 y 1930, las Damas Católicas Mexicanas crearon un programa social, un plan de acción y un discurso ideológico antagónico al Estado posrevolucionario de corte maternalista, el cual les permitió identificarse públicamente como las principales promotoras de los valores religiosos y domésticos ante la población. Además, construyeron una vida asociativa basada en la filantropía que les otorgó reconocimiento como institución privada dedicada al auxilio y detección de los problemas sociales. Todo esto se logró a partir de la construcción de redes de sociabilidad y solidaridad que las vincularon con las colonias y los barrios de la Ciudad de México.

      Estas mujeres, como mujeres de su tiempo, construyeron un modelo de participación asociativa basado en una amplia red social dedicada a la administración de escuelas gratuitas, a la fundación del sindicalismo católico, a la atención de mujeres dedicadas al comercio sexual, a la formación de grupos de ayuda mutua, a la labor filantrópica en hospitales y cárceles, a impulsar la defensa de los intereses religiosos. En los periodos de mayor persecución religiosa, esta red se convirtió en su “red de seguridad” y les otorgó una flexibilidad en términos de adaptación y maleabilidad ante la adversidad. Con ello pudieron continuar con sus prácticas religiosas y ampliar su capacidad de acción en un contexto de fuerte presión política. Así, se convirtieron en activistas de la acción social católica y su labor se hizo visible en las calles de la capital del país.

      El espacio urbano de la Ciudad de México entre 1870 a 1932 estuvo en movimiento y constante transformación. El programa de acción social de las Damas Católicas se insertó en la ciudad desde diversas dimensiones: la manzana, el barrio, la parroquia, la demarcación y la capital en su conjunto. Gracias a su movilidad construyeron su propio entramado social y pudieron actuar en distintos campos de manera simultánea, múltiple, y articulada. Así, mientras creaban un sistema catequístico, fundaban sindicatos o escuelas y discutían públicamente con los gobiernos posrevolucionarios, crearon de manera paralela una estructura material que les dio soporte.

      Las condiciones del espacio urbano no fueron una limitante, lo mismo actuaron en zonas marginadas, como en sitios con un mejor desarrollo. Su quehacer guió su propia organización espacial, conocieron a fondo las condiciones de cada lugar. De esta forma, pudieron determinar sus centros rectores de acción y enfocar sus objetivos a las clases sociales donde, desde su perspectiva, podrían tener mayor impacto. El espacio urbano no fue un escenario, por el contrario, les otorgó fuerza y solidez para cohesionarse y sostener su acción.

      Los estudios históricos sobre las organizaciones de católicos mexicanos son amplios y sumamente relevantes. Adame3 y Ceballos,4 por ejemplo, han analizado el pensamiento, la organización y las distintas ideologías que conformaron la corriente del catolicismo social; Hanson5 en cambio, se sumerge en el pensamiento y la acción social católica como

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