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es posible utilizar, desde los menos letales hasta los más letales, aunque estos varíen de una población a otra. Adicionalmente, presenta cómo las guerras y los conflictos armados inciden en la presentación del fenómeno suicida, pero sin dejar pasar por alto otros aspectos, como que el capital social y la situación socioeconómica del individuo y el aspecto macroeconómico de un país inciden en la problemática del suicidio. Se llega a concluir que los aspectos sociales y de índole cultural son determinantes para explicar las diferencias existentes en la frecuencia de los comportamientos autolesivos entre países e, incluso, regiones.

      En el capítulo que denomina acertadamente como “Comportamientos autolesivos en la práctica clínica”, donde se muestra que la perspectiva biomédica ganó el mayor espacio para el abordaje de este problema de salud pública, se señala la importancia que tienen para el suicidio las características y los trastornos de personalidad, en los cuales los comportamientos autolesivos frecuentemente se asocian al diagnóstico de un trastorno mental. Tampoco se deja escapar la relevancia que tiene el consumo de sustancias legales e ilegales, los intentos suicidas previos y los sobrevivientes al intento suicida; acá explica el autor de manera enfática que para el estudio de cada caso es requisito indispensable integrar lo clínico, lo demográfico, lo social y lo cultural.

      Siguiendo con la imbricación, nos lleva al estudio de los “Comportamientos autolesivos en poblaciones diferenciadas”. Se muestra cómo la frecuencia de comportamientos suicidas varía en forma amplia de acuerdo a las características étnico-raciales y culturales, las identidades sexuales diversas y la situación de migración; es decir, los grupos minoritarios son considerados de alto riesgo para este tipo de comportamientos y se recalca la urgente necesidad de tener en cuenta los enfoques diferenciales para prevenir que las autolesiones se hagan realidad en estos colectivos.

      Luego, continúa el libro con los “Comportamientos autolesivos no suicidas”, donde indica la relación compleja que existe entre los comportamientos autolesivos no suicidas, el trastorno por comportamientos autolesivos no suicidas y los comportamientos suicidas, y la necesidad de prestar atención a estos tipos de comportamientos para que puedan ser implementados en los programas o en las estrategias que se encaminen a su reducción. Pero también muestra su honestidad y humildad en la ciencia al advertirnos que hay limitaciones que solo futuras investigaciones pueden ayudarnos a superar.

      Termina su libro dedicado a las medidas de prevención y reducción de los comportamientos suicidas; recalca que los fracasos en las mismas invitan a considerar nuevas aproximaciones que tengan en cuenta la pluralidad de factores de protección y de riesgo asociados.

      Deléitense, saboreen la lectura de este libro y gracias Dr. Campo-Arias por escribirlo.

      Guillermo Augusto Ceballos Ospino

      Psicólogo, especialista

      Estudioso del tema del suicidio

      Comportamientos autolesivos con fines suicidas: definición y frecuencia

      Definición

      En forma general, los comportamientos autolesivos se pueden clasificar en dos grandes categorías (Hasley et al., 2008; Kapur y Gask, 2009; Silverman et al., 2007a). En la primera categoría se incluyen aquellos sin una clara intención de muerte, después de una cuidadosa evaluación clínica. Y la segunda categoría abarca el conjunto de lesiones autoinfligidas con clara intención o expectación de muerte (Benett et al., 2011; Hawgood y De Leo, 2008; Kerr et al., 2010; Silverman et al., 2007b; Wilkinson y Goodyer, 2011).

      Durante la última década, los comportamientos autolesivos o suicidas se han renombrado para hacer frente a la amplia polisemia en las ciencias biomédicas, en las ciencias humanas y sociales con la finalidad de construir definiciones operativas útiles a todas las áreas interesadas y que ayudan a la comprensión de los comportamientos suicidas (Hasley et al., 2008; Ioannou y Debowska, 2014; Kapur y Gask, 2009; Silverman et al., 2007a). Un comportamiento suicida se puede definir en forma operativa de la manera siguiente:

      1.Cualquier comportamiento que puede tener como consecuencia la muerte, independientemente del resultado (letal o no).

      2.La persona tiene la intención deliberada o premeditada de lesionarse.

      3.Se conocen los posibles resultados del comportamiento y se desea o espera un efecto letal.

      4.La persona implicada en el acto tiene la idea o el deseo de muerte como instrumento para inducir un cambio importante en el estado emocional, personal, o en el contexto social inmediato.

      Estos criterios permiten contar con tres grandes grupos para los comportamientos autolesivos, que van desde la ideación hasta la ejecución de la idea (Hawgood y De Leo, 2008; Silverman et al., 2007b). Se definen, en el espectro de la ideación suicida, los pensamientos repetidos sobre la muerte propia, las ideas recurrentes de autolesionarse sin contar con plan, y aquellos pensamientos sobre la muerte más elaborados, y generalmente de mayor duración, en los que la persona cuenta con un plan organizado y plausible para terminar con la propia vida (Herrera et al., 2006; Silverman et al., 2007b).

      En el segundo grupo se pueden incluir las denominadas “comunicaciones suicidas”, que consideran una amplia gama de manifestaciones o comportamientos no verbales y expresiones explícitas de amenaza suicida (Hawgood y De Leo, 2008). Y, finalmente, el tercer grupo compila los comportamientos francamente suicidas o con fin claro de morir por suicidio (Libeu y Dinwiddie, 2017). Por una parte, se encuentran los intentos suicidas, independientemente de la intención de morir con la realización del acto, y, en el otro extremo, se tiene la muerte por suicidio (Campo-Arias y Caamaño, 2018).

      El espectro de comportamientos autolesivos puede observarse en diferentes situaciones de la vida cotidiana y en el contexto clínico (Mingote et al., 2004). Estos comportamientos se consideran un síntoma más en una amplia gama de características de personalidad (Brezo et al., 2006; Victor y Klonsky, 2014) y de trastornos mentales mayores (Balhara y Verma, 2012; Chesney et al., 2014; Harris y Barraclough, 1997; Hawgood y De Leo, 2008; May y Klonsky, 2016).

      Los comportamientos autolesivos pueden estar presentes en personas que reúnen criterios para trastorno depresivo mayor (Cardoso et al., 2018; Chesney et al., 2014), esquizofrenia (Balhara y Verma, 2012), trastorno bipolar (Cardoso et al., 2018; Chesney et al., 2014), trastorno de pánico (Hawgood y De Leo, 2008) y trastornos relacionados con el consumo de sustancias (Arsenault-Lapierre et al., 2004), entre otros diagnósticos formales.

      De la misma forma, en un porcentaje de alrededor del 10 % de casos de muerte por suicidio, por ejemplo, una revisión minuciosa y exhaustiva no evidencia alteraciones emocionales o comportamentales que den cuenta de la existencia de un trastorno mental (Arsenault-Lapierre et al., 2004; Milner et al., 2013). En general, los comportamientos autolesivos representan una manifestación inespecífica de sufrimiento emocional que amerita una evaluación personalizada e integrada (Mingote et al., 2004); es decir, la amplia revisión de criterios diagnósticos incluidos en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (Asociación Americana de Psiquiatría, 2014) y la Clasificación Internacional de Enfermedades para estadística de mortalidad y morbilidad (Organización Mundial de la Salud, 2019).

      Prevalencia

      En el contexto mundial, la frecuencia de comportamientos autolesivos varía en forma significativa. La prevalencia de intentos de suicidio y de muertes por suicidios guarda relación con las técnicas de medición del fenómeno (Rockett et al., 2011; Tollefsen et al., 2012).

      Los registros oficiales muestran que la tasa mundial de suicidio es de 14,5 por 100 mil habitantes, cifras inferiores a 1,0 por 100 mil habitantes. La tasa puede ser significativamente mayor en países como Irán y Lituania, en lo que se registran cifras de 40,0 por 100 mil habitantes (Hawton y van Heeringer, 2009; Hawton et al., 2012). En Estados Unidos, la tasa de suicidio está en 11,5 por 100 mil habitantes y en América Latina, sin incluir las Antillas, la tasa de suicidio varía entre 1,0 y 16,0 por 100 mil habitantes. Las tasas más bajas se encuentran en Perú, Brasil y México y las más altas se

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