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ser idéntica en tiempo ni en espacio, ya que esto evita el ejercicio de parcialidades, permitiendo observar las realidades distintas.

      Dentro de las críticas, podemos encontrar la aplicación normativa del concepto como positivo, bueno y deseable per se, esto explica en alguna manera porque el uso amplio del concepto relacionado con la actividad social en diversas áreas de conocimiento, pero también, del espectro político como elemento discursivo y como acción política. En palabras de Mark Bevir (2013), el uso de gobernanza como nueva política, si bien contiene elementos que permiten presuponer que las acciones que derivan de ello son democráticas, lo que sucede después no forzosamente es el cumplimiento de la letra del supuesto normativo; esto permitiría ver el concepto como organización social; en ambos casos, la gobernanza es una serie de prácticas sociales dispares que se crean y recrean en un continuo, materializadas por la actividad humana quien les dota de significancia.

      Considerar el concepto de gobernanza como positivo presupone la existencia de consensos, dejando de lado los procesos de negociación, creación y reacción, que pueden ser vistos como estrictamente necesarios dentro de la gobernanza, dicha limitante se retoma dentro del concepto de acción pública, que permite observar las resistencias, las negociaciones, las exclusiones y los mecanismos de control, los pesos y contrapesos y, en general, todo el proceso sociopolítico; de ser así, esto permitiría que el análisis partiendo de la teoría de la gobernanza muestren lo que Bassols llama “microfísica del poder” (Bassols, 2011).

      Como ejemplo, Bevir (2013) menciona que al realizar la crítica a la visión sajona de la gobernanza vista a través del análisis de redes, entre otras cosas plantea que se llega a la reducción de la idea de nación basada en redes de pueblos, sin que éstas se encuentren estrechamente delimitadas o definidas por algo como un número o la cercanía de sus integrantes; por el contrario, son productos de fluidas acciones contingentes y conflictivas de personas, por lo tanto, las apelaciones a las redes de política resultan en simplificaciones que domestican a un mundo caótico compuesto por una multiplicidad de actores que crean y hacen políticas a través de razonamientos, opciones y actividades variadas y complejas.

      Para ello, el autor propone, sin dejar de lado todo tipo de metodología que se pudiera haber aplicado al análisis de la gobernanza, la narrativa. Ésta, la narrativa, entendida con un doble papel, primero, se refiere a las historias por las cuales las personas que son observadas por los científicos sociales tienen y encuentran sentidos en sus mundos; y segundo, se refiere a las historias por las cuales los científicos sociales dan sentido a las narrativas y las acciones que estudian (Bevir, 2013).

      Así, si se parte de la idea de que la gobernanza también puede ser un marco analítico para observar las resistencias en la microfísica del poder, constituyendo al ciudadano no sólo como objeto sino también como sujeto dentro de los procesos políticos, sin que en esto, necesariamente, se entienda al ciudadano como empoderado, más bien como sujeto activo, como ciudadano consciente e informado, de forma tal, que se podría decir que la gobernanza analiza el comportamiento del poder y sus relaciones con la acción pública con toda su diversidad de actores (Bassols, 2011; Valencia, 2017).

      Como ya se mencionó, la visión positiva de la gobernanza, línea muy marcada en los estudios de Aguilar (2006, 2010b, 2013), menciona que a partir de las crisis de gobierno que se han mencionado con anterioridad, la pérdida de legitimidad, eficiencia y eficacia, también llevan a una pérdida de capacidad directiva del gobierno, es decir, no toda acción del gobierno puede ser vista y acatada como tal; así, el gobierno y la sociedad crean formas asociativas que dotan al proceso de toma de decisiones públicas de la legitimidad y, por lo tanto, de la capacidad directiva que el Estado ha perdido, pero en este sentido, dicha capacidad es compartida con la sociedad.

      Cabe mencionar que, si se pierde la capacidad directiva por parte del Estado, ésta puede ir acompañada de la pérdida de gobernabilidad; entonces, la gobernanza puede ser un instrumento que dote de capacidades al gobierno de las cuales carece; esto, además, no sólo es entendido como una acción de gobierno, también es una acción política y social; esto es, de alguna manera plantea una nueva forma de gobernar. Así, la gobernanza también se muestra como el rediseño de procesos directivos, y no sólo como un mecanismo que dota de capacidades, lo que podría resultar limitado al momento de enfrentar la conflictividad social; por lo tanto, muestra dos procesos, uno técnico y otro político, esto transforma la intencionalidad social en acción pública (Aguilar, 2006, 2012; Bobadilla, et al., 2013; Valencia, 2020).

      En este sentido, Bobadilla et al. (2013) mencionan que la gobernanza permite el estudio de la formulación de políticas públicas partiendo del rompimiento del modelo tradicional, sustentando en el monopolio estatal sobre el diseño y toma de decisiones, proceso que dada la falta de eficacia y eficiencia erosionó la gobernabilidad y legitimidad del gobierno.

      Considerando lo anterior, los procesos participativos y la inserción del ciudadano en los procesos de diseño, implementación y evaluación de las políticas públicas, puede permitir la fragmentación del ejercicio de poder, dando como resultado procesos menos verticales y más horizontales, descentralizando la toma de decisiones; así, la gobernanza permite analizar la transformación de las estructuras de gobierno tanto en lo netamente administrativo (técnico), como en lo político, principalmente en los procesos de toma de decisiones, que de ser cumplidos los principios normativos de la gobernanza tenderán a ser cada vez más horizontales (Valencia, 2020).

      Incluso con lo anterior, los principios normativos de la gobernanza, si bien son deseables, difícilmente pueden generar estructuras en el ejercicio del poder perfectamente verticales; de alguna forma se podrán crear sesgos y asimetrías propias de las estructuras sociales, ya que los intereses comunes no son tan comunes, es decir, no todos comparten las mismas necesidades y prioridades, esto, en más de una forma, tenderá a crear desigualdades, mismas que se esperan sean menos graves que las surgidas sin la intervención social, o dicho de otra forma, como lo mencionan Bobadilla et al. (2013), bajo el modelo tradicional vertical.

      Sobre esto también nos advierte Bevir (2013), que el uso de innovaciones participativas, y cualquier intento de soportar la deliberación en la autogobernanza y otras formas de innovación democráticas soportadas en la experiencia modernista, están más o menos condenadas al fracaso, ya que al suponer lo anterior se estará reforzando la creencia en la experiencia formal a expensas de una ética dialógica y democrática. Dicho de otra manera, la tropicalización de políticas, sin considerar las particularidades de espacios socioespaciales y sus sociedades, así como sus necesidades, creencias y deseos, estará más o menos condenada al fracaso, toda vez que el replicar acciones que en un lugar X ofrecieron un resultado Y, no forzosamente mostraran el mismo resultado si se aplica en el lugar Z.

      Esto abre la puerta para lo que diversos autores han denominado como espacios de cooptación y simulación de los procesos de participación (Hevia e Isunza, 2010; Font et al., 2010); es decir, si la gobernanza es entendida como igual a positivo y ésta tiene un componente alto de participación ciudadana, no toda participación ciudadana produce gobernanza; si se observa como fenómeno, entonces se puede decir que un proceso participativo X produce un resultado Y de gobernanza, bajo el espacio y tiempo determinado y, todo resultado será distinto, al moverse en el espacio tiempo, independientemente si éste es positivo o negativo.

      O, dicho de otra manera: a + b = c, donde el resultado siempre es c, pero c nunca es la misma c, por lo tanto, tampoco a y b son las mismas, ni siquiera en el mismo lugar, en tiempos diferentes. Así, las variables a y b, en lo rural se tornan ampliamente diferentes a las variables a y b en zonas urbanas o semiurbanas, los significados simbólicos de los valores sociales tienden a ser elementos diferenciadores de este tipo de relaciones sociales.

      Las preferencias, necesidades, valores y costumbres moldean y construyen las relaciones e interacciones en espacios sociales diferenciados, mientras en lo urbano las necesidades y problemas públicos generalmente giran en torno a infraestructura urbana, en lo rural esto se carga a lo simbólico, a los elementos identitarios y las costumbres; es decir, hacia la generación de infraestructura ligada a las necesidades que representan elementos de comunión, como lo son los elementos religiosos, culturales e históricos,

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