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Rosa Luxemburgo, La acumulación de capital, Edicions Internacionals Sedov-Germinal, p. 232.

      1. DE LA LUCHA DE CLASES A LAS LUCHAS DE CLASES

      1. EL ECLIPSE DE LA REVOLUCIÓN

      El 20 de febrero de 1983, once presos políticos2 del movimiento Autonomía Obrera, arrestados el 7 de abril de 1979 y encerrados en la prisión romana de Rebibbia, publicaron un documento sobre las luchas y los desafíos políticos de los años 70 en Italia titulado “Do you remember revolution?”.

      La pregunta quedó sin responder. Posteriormente, los autores del texto tampoco se preocuparon demasiado por problematizar el futuro de la “revolución mundial” tras la derrota de los años 60 y 70.

      Por la misma época, después del asesinato de Salvador Allende, el golpe de Estado de Augusto Pinochet orquestado por Henry Kissinger y el comienzo de la experimentación neoliberal en Chile, se lanzó una feroz campaña político-mediática contra la revolución, que fue acusada de todos los males y reducida a una serie de actos homicidas. Para el bicentenario de la Revolución francesa doblaron las campanas de su funeral y de su entierro supuestamente definitivo. La ceremonia fue organizada y dirigida por los socialistas.

      La situación ideológica que predominó después de 1989 habría sorprendido a Hannah Arendt, quien, sin embargo, estaba muy lejos de ser una revolucionaria: la Revolución francesa “no tenía ninguna necesidad, las mismas conquistas políticas y sociales se habrían conseguido a lo largo del tiempo sin el Terror”, clamaba François Furet. La caída del Muro de Berlín demostraba entonces la inconsistencia de la revolución soviética y la gratuidad de millones de muertes.

      Según la filósofa alemana, “guerras y revoluciones han caracterizado hasta ahora la fisonomía del siglo XX”, y seguían siendo, en los años 60, los dos “temas políticos principales”.3

      Durante dos siglos, la revolución ha sido la forma misma de la acción política. La iniciativa estaba en manos de quienes organizaban y preparaban la ruptura. La primacía de la revolución se afirmaba con confianza, las fuerzas activas se expresaban a través de ella: “La contrarrevolución siempre ha estado ligada a la revolución, del mismo modo que la reacción está ligada a la acción”, afirmaba Arendt.

      Las luchas sindicales, las luchas de liberación nacional, el mutualismo obrero, las luchas por la emancipación eran estrategias que, para ser efectivas, debían articularse necesariamente con la revolución. A la luz de estas consideraciones, habría que reescribir la consigna del operaísmo italiano de los años 60 –“Primero la clase y después el capital”– de la siguiente manera: “Primero la revolución (mundial) y después el capital”, porque, de hecho, en el siglo XX, la clase obrera no fue en absoluto el actor principal de la serie más larga de revoluciones que la humanidad haya conocido. Por el contrario, a medida que se desarrollaba, el siglo fue testigo de la pérdida irreversible de su hegemonía.

      Al establecer que el vínculo entre guerra y revolución era más que estrecho, la filósofa alemana adelanta este pronóstico: “Parece más que probable que la revolución, a diferencia de la guerra, nos acompañará en el futuro inmediato”. La historia de los últimos cincuenta años ha demostrado que mientras las guerras continúan sin cesar, la revolución parece haberse eclipsado.

      La derrota histórica de la Revolución Mundial a principios de la década de 1970 privó a los movimientos políticos del instrumento político más eficaz para llevar a cabo su lucha contra el capitalismo y otras formas de explotación y dominación (patriarcado, colonialismo, neocolonialismo, racismo, sexismo). Junto con la revolución, perdieron su avance estratégico y su capacidad de dictar el terreno de la confrontación y, desde los años 70, quedaron a merced de la iniciativa capitalista.

      2. LUCHAS DE CLASES

      No vamos a construir una teoría de las nuevas formas que asumirá la revolución. Dicha teoría solo puede ser elaborada por aquellos que la realizarán y pensarán al hacerla. Pretendemos, más modestamente, reconstruir las condiciones objetivas y subjetivas de una ruptura con el capitalismo y las demás modalidades de dominación y explotación.

      La primera condición consiste en captar el pasaje de la “lucha de clases” (entre capital y trabajo), que fue el motor de la revolución hasta la primera mitad del siglo XX, a las “luchas de clases” en plural. Podemos confiar en el capital en este punto. Siempre supo explotar y mandar sobre diferentes clases (trabajadores, mujeres, esclavos y colonizados), aunque no siempre estuvo en el origen de su formación. Las divisiones de clase, sexo y raza son cartas de triunfo en manos del capital al menos desde el “largo siglo XVI”. La visión de las luchas de clases centrada únicamente en la relación capital-trabajo es parcial, peligrosa y, en última instancia, falsa. Finalmente, el paso de la lucha de clases a las luchas de clases es solo una interpretación tardía de una política del capital que siempre ha construido y utilizado estos dualismos, tanto económica como políticamente.

      El pensamiento del 68, y especialmente el pensamiento crítico desarrollado a partir de los años 80, parece haber confundido la crítica de la dialéctica con el fin de los dualismos de clases. Por el contrario, estos últimos persisten, insisten y se consolidan.

      Vamos a tomar libremente prestado del “feminismo materialista” de Christine Delphy una primera configuración de las relaciones de poder en las sociedades contemporáneas, para obtener una idea más precisa de la naturaleza y heterogeneidad de estos dualismos, focos de las revueltas que han inflamado el planeta desde 2011.

      Las diferencias de ingresos, de patrimonio, de vivienda, de educación, de acceso a la salud, etc., se profundizan: pero no se refieren genéricamente a las desigualdades, sino a la apropiación y al saqueo del capitalismo financiero, que siguen siendo los signos de la lucha de clases entre capitalistas y proletarios.

      El racismo, lejos de identificarse con el rechazo del otro, de reducirse a un rasgo cultural, psicológico o de carácter (o al “prejuicio”, considerado en la época de la Ilustración como la causa de la injusticia), afirma la dominación de la clase de los blancos sobre la clase de los no blancos (racializada). En la colonia, dice Fanon, invirtiendo al economismo marxista, lo que divide es ante todo el hecho de “pertenecer o no a tal especie, a tal raza”, de modo que “se es rico porque se es blanco, se es blanco porque se es rico”.

      La creación política de diferencias sexuales entre hombres y mujeres codificadas por la heterosexualidad “obligatoria” es, por un lado, un modo de producción no capitalista del que se beneficiará el capitalismo (no exclusivamente porque es el conjunto de la clase de los “hombres” el que se beneficia en primer lugar) y, por otro lado, un régimen político que hace de la exclusión de las mujeres como ciudadanas y la inclusión como sirvientas, un reflejo de la esclavitud en las colonias. El patriarcado y la heterosexualidad, lejos de ser instituciones para la regulación de la reproducción, son instituciones productoras de trabajo gratuito, de jerarquías, lugares, roles y sujeciones que intervienen en la constitución de la raza y la clase (entendido en el sentido marxista del término).

      A estos tres dualismos hay que añadir otro: la división cultura/naturaleza que funda y legitima una jerarquía entre el hombre (varón, blanco, adulto, propietario, europeo) y una naturaleza constituida a la vez por no humanos (la tierra y sus recursos) y humanos (esclavos, colonizados, mujeres e incluso obreros, a quienes la burguesía consideraba hasta fines del siglo XIX como inferiores).

      Vaciada de todas sus divinidades, de todo espíritu, de toda alma, la “naturaleza” se reduce a una pura cantidad, ordenada por la ley de causas y efectos, objeto de la ciencia y disponible para ser saqueada. La reducción de los no humanos y los humanos a objetos naturales es la condición para autorizarse a dominarlos y luego explotarlos.

      3. LAS CLASES Y EL TRABAJO LIBRE

      Así definidas, las clases cuestionan en primer lugar al marxismo que produjo las armas teóricas de las revoluciones socialistas del siglo XIX y la primera mitad

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