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      Dice De Sanctis que en la obra de Maquiavelo “están los derechos del Estado; faltan los derechos del hombre”.1 “Por la patria todo es lícito y las acciones, que en la vida privada son delitos, se vuelven magnánimas en la vida pública. Razón de Estado y salud pública eran las fórmulas vulgares en las cuales se expresaba ese derecho de la patria superior a todo derecho.”2 Y Croce se hace en esto, como en casi todo lo demás, el continuador de De Sanctis, incorporando el pensamiento de Maquiavelo a su definición de lo útil, diferenciado netamente de lo ético. Y remacha este concepto, respaldando esta visión del pensamiento de Maquiavelo, con negar que haya medios inmorales. La acusación que se levanta contra Maquiavelo, de recomendar medios inmorales para fines morales, medios que se justificarían con la moralidad de los fines, carece, para Croce, de todo fundamento, pues sólo los fines son morales o inmorales; los medios son adecuados o inadecuados.3 Y aplica el mismo criterio al pensamiento de Marx, en quien veía —dice Boulay4— “el Maquiavelo del proletariado”.

      UNA VISIÓN QUE CAMBIA

      Ahora bien: si nos acercamos a Maquiavelo directamente, olvidando las instrucciones académicas a las distintas ediciones de sus escritos, leyendo estos últimos en orden cronológico, teniendo en cuenta a cada paso quién y cómo era el autor, qué sucedía en ese momento, qué otras cosas escribía contemporáneamente y, además, la reciente herencia medieval y el entorno humanístico y renacentista, nuestra visión del escritor cambia, no radicalmente, pero lo suficiente para sostener que:

      Maquiavelo no excluye la moralidad de la política y no es en ese sentido que hay que considerarlo el fundador de la política como ciencia, sino en el sentido de haber estudiado el deseo de poder en su eterno choque con la exigencia humana de libertad, reconociendo en este choque el principal factor de la historia.5

      Él no recomienda nunca a los pueblos el absolutismo, que él considera una degeneración de la monarquía,6 no sostiene los derechos del Estado, no hace primar la razón de Estado por sobre los derechos de los ciudadanos, excepto en el caso del “estado popular”, que responde a los intereses del mayor número y que degenera cuando el pueblo se corrompe, es decir, cuando los ciudadanos aprovechan la libertad para su interés particular.7

      Consideró la libertad republicana como el valor político supremo.8

      Su pensamiento no es monolítico y hay en él contradicciones que, todas, tienen su explicación en un plano psicológico o histórico.

      Él mismo se nos presenta en toda su complicación en una célebre carta a F. Vettori9 y en una octava autobiográfica, con la que me parece oportuno entrar en el tema del “hombre” Maquiavelo como clave de su pensamiento:

       Yo espero

      y mi esperanza agranda mi tormento,

       yo lloro

      y el llanto me alimenta el corazón,

       yo río

      y esa mi risa no penetra adentro,

       yo ardo

      y no pasa ese fuego al exterior.

      Yo temo lo que veo y lo que siento,

      cada objeto renueva mi dolor.

       Así, esperando, lloro, río y ardo:

      lo que oigo y veo me llena de pavor.

      Aun haciendo pesar en el juicio la moda literaria de la contraposición, característica de la época, ese autorretrato nos habla de un ser tan polifacético como su pensamiento político.

      Este pensamiento suyo no se podría empezar a estudiar sin tener cuenta, de entrada, su cualidad de florentino. Florencia había conservado tempestuosamente sus instituciones republicanas hasta el siglo XV, cuando la familia de los Médici, banqueros, había establecido en ella su dominio señorial, muy resistido sin embargo, tanto que fue interrumpido dos veces por revoluciones que dieron lugar a dos paréntesis de sobrevivencia republicana. Maquiavelo vivió justamente ese período conflictual.

      Nació en Florencia en 1469, llegó a la edad de la razón bajo Lorenzo el Magnífico, tenía 25 años cuando los Médici fueron expulsados y se restauraron en la ciudad-estado las libertades municipales. Si echamos una mirada al horizonte europeo, veremos que en ese entonces (1494) los Reyes Católicos acababan de unificar España con la toma de Granada y Colón había realizado su primero y segundo viaje (Maquiavelo llegó a tiempo para comprender la política absolutista de Fernando el Católico, no para vislumbrar las consecuencias del descubrimiento de Colón). En Francia, Carlos VIII estaba aprovechando los frutos de la obra absolutista de su antecesor. En Inglaterra, de la reciente guerra de las Dos Rosas había salido el pujante absolutismo de los Tudor.

      Eran tiempos de luchas feroces por el poder y éste se ejercía de modo absoluto. En la mayor parte de las ciudades italianas la república municipal, característica de la Edad Media, había sido sustituida, a través de un proceso plurisecular, por el poder unipersonal e irrestricto del Señor. Florencia parecía ir a contramano de la historia. Justamente cuando ese horizonte europeo se estrecha alrededor de Italia, y Europa, por decirlo así, se le cae encima haciendo de la península el escenario de sus luchas, los florentinos (1494) aprovechan la ocasión para liberarse de los Médici, sugestionados por los recuerdos de la libertad medieval, por los ideales del reciente humanismo, centrados en la república romana y en la gloria de los dos Brutos, y por la predicación de esa especie de Calvino italiano que fue fray Jerónimo Savonarola. Siguió un paréntesis republicano de 16 años, para el joven Niccolo, declaradamente, el período más feliz de su vida.

      En los Discursos sobre la primera década de Tito Livio él habla, a propósito de hechos históricos, pero pensando en su trayectoria personal, de “los tiempos áureos, cuando cada cual puede tener y defender la opinión que quiere”.10 Antes de 1512, en efecto, él escribió lo que quiso y sus escritos de ese período son los únicos que se pueden juzgar en sí y por sí, sin tener en cuenta la presión de los hechos. Nosotros hemos aprendido, en la experiencia de todo el último siglo, qué sutil, y a la vez pesada, puede ser la presión de los hechos sobre un escritor.

      Las obras que Maquiavelo compuso en este período republicano son las menos estudiadas, porque son, naturalmente, las menos maduras, pero nos sirven como piedra de toque para interpretar la producción posterior. Las principales son: los Decenales, crónica florentina en tercetos dantescos, los informes correspondientes a las misiones diplomáticas que Maquiavelo desempeñó por cuenta del gobierno de Florencia, transformados luego por él en otros tantos ensayos, probablemente algunos escritos literarios difícilmente ubicables en el tiempo (Belfagor, cuento misógino en prosa, algunos de los Capítulos, algunas de las Rimas) y, casi seguramente, el Libro I de los Discursos sobre la primera década de Tito Livio, que él consideraba evidentemente como su obra fundamental.

      EL ENAMORADO DE LA REPÚBLICA

      Todo estudio sobre el pensamiento de Maquiavelo tendría que centrarse —creo yo— en esta última obra, concebida en un plano teórico desinteresado no circunstancial, y no en El Príncipe, escrito en condiciones anímicas excepcionales y con una finalidad circunstancial determinada (recuperar el empleo, hacer menos duro el dominio de las nuevas autoridades sobre el pueblo florentino), que a posteriori se transforma en la otra: hacer de Florencia el núcleo activo de la unificación de Italia.

      Estos Discursos estudian la vida política de los tiempos de Maquiavelo a través de un comentario puntual de la historia de la república romana hasta las guerras samníticas inclusive. ¿Por qué eligió Maquiavelo esa parte de la obra de Livio? La razón reside en la tendencia, típicamente humanística, a buscar en la antigüedad útiles modelos de conducta. En esa primera “deca” de la obra de Livio, Roma es aún la polis dentro de la cual el pueblo pugna por desempeñar

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