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neuronales que traemos en los genes y que son muestra de la impresionante inteligencia espontánea de supervivencia, que solo se atenúan ligeramente en la superficie como fruto de la educación.

      Cada uno en busca de su hueco

      Las grandes desigualdades que siguen existiendo, unidas al hecho de vivir con los estómagos llenos y a la creciente dificultad de las personas para encontrar trabajos dignos que las mantengan entretenidas lleva precisamente a quienes no tienen su hueco a buscarlo o crearlo como puedan. Surgen así todo tipo de ideas para buscarse la vida. Unos lo harán ciberatacando, otros aferrándose a absurdas posiciones profesionales que ya no tienen más razón de ser que el mantenimiento del empleo, como ocurre con muchas posiciones de funcionarios. Otros buscarán el hueco consiguiendo absurdas hazañas o récords deportivos o de otro tipo a cualquier precio, incluso el de la salud y la integridad física. Otros crearán discursos y se agruparán corporativamente para defender el mantenimiento de la obligatoriedad de ciertos registros, certificaciones, legalizaciones etc. o para convertir ciertas cosas en obligatorias como la ITVs y similares figuras, otros gritarán y agitarán para crear movimientos («ismos»), hacer reivindicaciones y hacerse representantes de las causas que defienden. Se generarán con ello nuevas actividades y se ocuparán el tiempo y la energía con las que contamos mientras perseguimos (y a veces conseguimos) unos ingresos asociados a ello, o al menos el reconocimiento social (e incluso poder) por la actividad desarrollada. ¿No es algo así lo que ocurre con ciertas funciones notariales o registrales, con la necesidad de hacer trámites para renovar permisos o con la creación de nuevos ministerios con originales denominaciones que muchas veces no se sabe muy bien para qué sirven más allá de para dar empleo a un nuevo ministro y a todo su ejército de funcionarios?

      Hoy la discusión y la confrontación son una de las grandes fuentes de creación de actividad. Unos y otros encuentran en la confrontación su hueco, o al menos mantienen la posición que ya tenían, aunque ya no tenga sentido. La necesidad de sentirnos alguien y con utilidad en la sociedad nos lleva a buscar ese hueco y muchas veces la confrontación (aun siendo creadora de cargas o de ineficiencias) cumple la función de crear o mantener actividades. Donde no es necesario que haya nadie decidiendo, si se crea pelea se consiguen dos posiciones de actividad que se sostienen precisamente en la confrontación. Es sin duda un incentivo para la politización de más y más aspectos, incluso insignificantes, de nuestras vidas.

      Todas esas actividades o huecos que se crean necesitan ser revestidos de legitimidad, pues a nadie le gusta sentirse un parásito, lo que lleva a la construcción de relatos a veces sofisticados e incluso irritantes y provocadores cuando lo que buscan es derrocar lo establecido. Es, precisamente así como funcionan los populismos, ya sean de un color u otro, creando discursos con un supuesto relato legitimador detrás, pero expresados de forma irritante para llamar la atención y generar rechazo e indignación. ¿Cuántos políticos no se hacen hoy su hueco a base de decir deliberadamente cosas incendiarias? ¿Y cuánta actividad genera la ineficiente realidad de encontrarnos la mitad de la sociedad peleando con la otra mitad? ¿Qué pasaría si no hubiera tanta discusión y nos entendiéramos entre nosotros fácilmente? ¿Sobraríamos todavía más personas en el mercado laboral? ¿Dónde se ubicarían los que hoy se dedican a reivindicar, pelear o defender intereses corporativos supuestamente anacrónicos?

      Sin los esquemas y marcos mentales que todavía se mantienen arraigados en la sociedad sobraríamos muchos más del grupo de las clases activas de la sociedad. Y por ello, en una sociedad tan competitiva y utilitarista, la búsqueda de hueco para sobrevivir se hace casi una exigencia para quien no quiere ser excluido.

      La necesidad de actuar legítimamente

      Ante todos estos fenómenos y actuaciones de unos y otros no soy capaz de liberarme de mi forma de sentir o reaccionar, y en definitiva de juzgar. Para bien o para mal, mi sistema de emociones, sentimientos y valores está dentro y pegado a mí y condiciona mi forma de ver e interpretar los comportamientos de los demás llevándome a enjuiciarlos. En mi actuar espontáneo no puedo alterar ese sistema que llevo en mi mochila emocional, si bien en ocasiones, una vez se han producido reacciones emocionales internas, sí puedo controlar mi comportamiento e incluso doblegar la insistencia interna de ciertos mensajes emocionales. Pero intelectualmente soy plenamente consciente del condicionante y sesgo que para mí supone mi mochila, donde llevo mi historia que, en definitiva, da forma a mi ideología y preferencias.

      En paralelo necesito sentir que mi actuar es legítimo, y me sirvo de mis capacidades intelectuales para construir los relatos que me llevan a encajar legítimamente lo que hago, mis preferencias, intereses y forma de actuar en mi sistema de creencias, en lo moral y lo ético, pues a todos nos incomoda sentir que nuestras actuaciones son injustas o reprochables. Cualquier cosa puede reivindicarse o alegarse si se hace con un discurso apropiado y con un lenguaje con las connotaciones adecuadas para conquistar a los destinatarios de los mensajes. Pues cualquier líder que pretenda tener seguidores para su causa necesita dar legitimidad a la misma como elemento indispensable de ese liderazgo para obtener apoyo y reconocimiento para sus pretensiones.

      Esto hace que exista un enorme desarrollo y gama de creación de relatos (explícitos o a través de gestos) que legitiman las pretensiones de unos y otros individuos y grupos, a la vez que se acrecienta el uso de más y más maniobras para provocar las reacciones y enfados de aquellos a quienes queremos construir como enemigos, y no tanto porque lo sean, sino porque ello nos sirve para que se unan a nuestra causa personas que pueden tener un rechazo a esos supuestos enemigos. Con esa finalidad las historias son construidas y relatadas utilizando palabras, giros, proclamas etc. que conecten con las personas y despierten su adhesión por el sentimiento de compartir enemigo. Pues nada une tanto a las personas como tener un enemigo común, y tan es así que solo un enemigo común, en una causa de mayor calado, puede eliminar la relación inicial de enemistad que hasta entonces existía entre dos personas.

      Es imprescindible ser conscientes de que las argumentaciones de unos y otros se construyen mucho más sobre emociones y percepciones, o impresiones de los receptores de los mensajes, que sobre argumentos y datos. El uso de datos o informaciones objetivas pretende dar un supuesto respaldo al relato, pero es crecientemente manipulativo por existir sesgos en la elección de los mismos y por su deliberada falta de contextualización o coherencia en la aplicación al caso. Son datos que se utilizan cuando sirven para impresionar o atemorizar, pero que carecen de rigor o de ponderación de su relevancia. Tan es así que la muerte de una persona cada veinticinco años por una caída de árbol puede ser utilizada como excusa para cerrar un parque cada vez que hace viento, con gran aceptación del público en general. Según el relato, la medida de cierre se apoya en el interés de proteger la seguridad de los ciudadanos, cuando la verdadera razón es el afán de prohibición, unido al de proteger a los funcionarios de responsabilidad en caso de un accidente fortuito. Posiblemente las personas que no puedan asistir al parque mientras este permanece cerrado estarán desarrollando actividades que estadísticamente revisten mayor peligrosidad que dar un paseíto por el parque. Seguramente la estadística, si se trabajara, nos llevaría a concluir que pasear por las calles de la ciudad, o incluso permanecer en casa tiene más riesgo que el derivado de la caída de un árbol en los parques incluso en días de viento.

      Reprochamos

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