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Lenguas y devenires en pugna. Julio Hevia Garrido Lecca
Читать онлайн.Название Lenguas y devenires en pugna
Год выпуска 0
isbn 9789972453694
Автор произведения Julio Hevia Garrido Lecca
Жанр Социология
Издательство Bookwire
En el terreno lingüístico, ese tipo de fricciones irán a actualizar la lucha, a veces silenciosa, a veces estentórea, que con frecuencia animan una lenguamayor, actuando a título oficial; y los llamados usos menores que de la anterior se efectúan (Deleuze y Guattari, 1988: 81-116). A partir, pues, de los términos apuntados (y otros que se irán consignando durante el desarrollo de la exploración) se efectuará un desmontaje descriptivo-analítico de un conjunto de indicadores que lo cotidiano acompasa; se abordarán una serie de evidencias extraídas del ámbito coloquial y/o de las escenificaciones que lo urbano despliega. Dado que, en su acontecer, tales marcas oscilan entre unas y otras generaciones, se les percibe como “degeneraciones”. Y es que entre su expresión continua y el gesto que pretende aprehenderlas, se confrontan y divorcian las semiosis más sofisticadamente elitistas, y las expresiones coloquiales a las que el “vulgo” da lugar.
No habrá, entonces, más conclusión que la que nos invite a recuperar el valor del ejercicio llevado a cabo por las fuerzas menores. Estas últimas no serán definidas así por su débil protagonismo, su insignificancia estadística o la trivialidad de su competencia. Lo que aquí se rescata de las fuerzas menores es el lugar que ocupan respecto a las relaciones de poder; los tiempos y espacios en que se instalan; el carácter, frecuentemente episódico, de sus manifestaciones y productos. Vale decir, es en la naturaleza de sus agenciamientos colectivos y de sus líneas más flexibles, que las fuerzas o los devenires menores alcanzan a traslucirse (Deleuze y Guattari, 1988: 253-4, 274, 291-3). Todo ello supone, claro está, tomar en cuenta los imperativos o líneas duras que las autoridades segregan (ibídem, 213-34).
¿Para qué estudiar, pues, los viejos terrenos del poder y explorar los territorios, harto trillados, de la lengua? Para percibir mejor las desterritorializaciones de las lenguas. En el camino nos encontraremos, claro está, con el valor mítico y el peso universal que la lengua, en tanto órgano de poder, reviste. De ese modo también podremos despejar la búsqueda, orientándonos hacia un conjunto de evidencias e indicadores que nos remitan a la productividad de las lenguas; a la necesidad de “hacer foco” en sus variaciones. A confrontarnos con lo que Labov llamó variación continua. Una vez más con Deleuze y Guattari, se tratará de rescatar la glosolalia de una realidad lingüística y, en consecuencia, las rupturas de código que entre sus planos se establecen (1988: 89-90).
CAPÍTULO I
Ciencia, discurso y estrategia
Con Galileo y Descartes, se nos dice, el empeño científico adquiere históricamente las características que hasta el día de hoy lo perfila y define (Koestler II, 1987; André, 1987). En buena cuenta se tratará de constituir universos cerrados, hacer depender el sentido de la estabilidad y recurrencia de ciertos principios, acceder a las leyes que habitan en lo más profundo de los fenómenos. Es por ello que los racionalismos eternamente renovados por metafísicas y tecnologías diversas, han aspirado, por lo regular, a detectar lo unitario en medio de la diversidad; a recoger singularidades purificadas y abstracciones armónicas entre un real difuso y tendiente a lo múltiple; a combatir el caos de las apariencias gracias al certero e inefable recurso de las esencias. Cristalizar tales aspiraciones no es poca cosa, máxime si se recuerda hasta qué grado el culto a dichos valores va a suponer un reconocimiento y merecer un poder, recompensas distribuidas por la sola pertenencia a todo espacio que se consagre a la búsqueda, entiéndase oficial, de una “verdad”. Suerte de realización sustancial de los anhelos científicos más puros, ciertas disciplinas últimamente llamadas ciencias “duras”, tales como las matemáticas, la física o la astronomía, renuevan sus propósitos formalistas. Para ello han de abocarse al perfeccionamiento de su operatividad instrumental y a la convalidación de los rigores hipotético-deductivos de estilo. El éxito de tal empresa parece depender de una cierta obediencia, de un cierto ajuste táctico, a las premisas axiomáticas; y del exacto acatamiento, implícitamente disciplinar, a las consignas que un saber técnico establece.
En el ámbito de las denominadas ciencias naturales, entre las que deben destacarse la física, la biología y la anatomía, los recursos experimentales alcanzaron especial preeminencia. Haciendo eco de las ideas de Bacon y de Bernard, se yergue el espacio de control por excelencia: el laboratorio. No sería difícil reconstruir, por cierto, una línea dura, un segmento rígido que detectase las conexiones entre una ideología experimentalista y el prestigio infraestructural que los “laboratorios” proveen. Alianza de la que han surgido productos del más diverso tipo: los lavados cerebrales y las explosiones nucleares; la aceleración de partículas y la gestación de clones; la realidad virtual y las virtudes de lo real; las exploraciones bacteriales y las fugas virales; en fin, los sistemáticos y permanentes registros de “n” sensibilidades perceptuales.
Lo indiscutible es que con la propagación de los experimentos una serie de exigencias, más o menos específicas, se han impuesto. Entre ellas alcanza brillo propio el aislamiento y el manejo de las variables cuyo fin, como se sabe, es hacer prevalecer las llamadas constantes. Paradójicamente tales variables deberán ser privadas de la variabilidad que muestran en sus campos de acción originarios. De hecho, múltiples aparatos de observación, comparación y registro contribuyen al tecnicismo de dichas atmósferas. Destacan, asimismo, en el terreno de la validez y la confiabilidad de los resultados, las indispensables repeticiones de las sesiones de trabajo y, a posteriori, los prolijos contrastes a los que los datos recogidos han de someterse. Recuérdese aquí el particular énfasis que en la obra de un autor moderno como Popper recibe la noción de falsabilidad, suerte de dispositivo instrumental, cuando no de criterio analítico, para descartar las hipótesis nocientíficas (Kreuzer, 1992).
Recuérdese también las reflexiones, efectuadas por Bourdieu, respecto del carácter autovalidante o tautológico que permite a esa entidad laboratorista-experimental de la que hablamos, legitimar sus hallazgos e imponer la orientación de sus lecturas (Bourdieu y Passeron, 1989). ¿Sería inocente interrogarse hoy, después de tanto marxismo y antropología, de tanta fenomenología y estética, de tanta semiótica y psicoanálisis, de tantas teorías del discurso y filosofías del lenguaje, sobre la supuesta conciencia del sujeto experimentador? Lo cierto es que el especialista de laboratorio no es más que otro objeto, experimentado por la propia experimentación; variable de un diseño operado a otra escala; conductor/conducido de una nave que enlaza, bajos órdenes estrictas, puntos de partida con zonas de destino.
Se ha señalado que la aparición sucesiva de las denominadas ciencias humanas y de las ciencias sociales generará progresivas modificaciones en el manejo del paradigma que liga al observador con su observación, al vigía con el radio de su vigilancia (Ibáñez, 1986: 70-71). Resulta indiscutible que la misma naturaleza de los nuevos objetos de estudio –trátese de sistemas culturales o aprendizajes sociales, percepciones o comportamientos habituales, lenguas o discursos– ha de reclamar ajustes en los planteamientos convencionales, cuando no la introducción de métodos y técnicas ad hoc. En todo caso, y más allá de las legitimaciones conceptuales o de la plasticidad humanista, el sujeto real será tratado –desde finales del siglo XVIII– no como