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necesarios para el intercambio, y la valorización marginal debe ser diferente; deben estar conscientes de ambas situaciones antes planteadas, y, por último, deberán tener cierta capacidad de acción para el intercambio (p. 160).

      Menger usa un modelo aritmético para explicar el caso de dos personas que intercambian animales y cómo en este proceso se van formando las utilidades marginales de cada bien y los criterios que favorecen estas operaciones, destacándose que, en determinado momento, luego de una serie de intercambios, desaparece el incentivo para continuar con estos.

      El modelo consiste en que dos personas, A y B, poseen caballos y vacas para su supervivencia, cada una necesita de ambos animales y transan para intercambiarlos con base en la valoración subjetiva, es decir, la utilidad marginal. En la tabla 3, A tiene 6 caballos y una vaca, y B posee lo contrario. El individuo A valora el primer caballo en 50 de utilidad marginal, el segundo con 40 de utilidad marginal y así hasta llegar al sexto caballo, el cual no contribuye a la utilidad total y por tanto la utilidad marginal es cero. En cambio, como tiene una sola vaca, la utilidad marginal es 50. Menger en su ejemplo nos explica que el primer caballo es para la producción de alimentos; el segundo, para mejorar la tierra de otra finca y contar con más alimentos; el tercero, para trasladar cosas de un lado a otro; el cuarto, para diversión; el quinto, para la reserva, y el último no contribuye a la utilidad dado que no tiene función alguna.

      Tabla 3

       Momento 1

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      Fuente: Menger (1996)

      En la tabla 4 (momento 2), tenemos el primer intercambio, donde A se deprende de un caballo, que en este caso tiene 0 de utilidad marginal, y recibe una vaca, cuya valoración marginal es de 40. B entrega una vaca por un caballo que lo valora con 40 (utilidad marginal). Ambas personas ganan 40 de utilidad marginal.

      Tabla 4

       Momento 2

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      Fuente: Menger (1996)

      En la tabla 5 (momento 3), se observa el segundo intercambio. A entrega el quinto caballo que lo valora marginalmente en 10 y recibe una vaca a cambio, a la que valora marginalmente en 30, luego gana 20 en utilidad marginal neta. Lo mismo para B.

      Tabla 5

       Momento 3

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      Fuente: Menger (1996)

      En la tabla 6 (momento 4), se observa el tercer intercambio. A entrega el cuarto caballo, al que valora con 20 de utilidad marginal, pero recibe solo 20 de utilidad marginal. Este sería el punto de quiebre, dado que, si entrega un caballo más, perdería 30 y recibiría a cambio una vaca que le daría 20 de utilidad marginal.

      Tabla 6

       Momento 4

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      Fuente: Menger (1996)

      Vemos así que se llegó a un límite donde ya no existe ningún incentivo para seguir intercambiando bienes. Luego deducimos una importante ley económica: todo intercambio entre individuos libre de toda injerencia beneficia a los actores, siendo el requisito indispensable que lo que entrega A tiene que valer menos de lo que recibe y lo mismo para B, por tanto, en todo intercambio la valoración de bienes es desigual en sentido contrario para los individuos. En términos de utilidad marginal, A entrega un bien siempre y cuando la utilidad marginal que deja de tener es menor que la utilidad marginal del bien recibido. Debe tomarse en cuenta que cuando A se desprende de un bien, la utilidad marginal aumenta y cuando recibe un bien más, la utilidad marginal disminuye.

      Menger explica:

      Resumiendo, todo lo dicho, podría expresarse el resultado de nuestras reflexiones anteriores de la siguiente manera: el principio que induce a los hombres al intercambio no es otro sino aquel que guía toda su actividad económica en general, esto es, el deseo de satisfacer sus necesidades de la manera más perfecta posible. El placer que experimentan en el intercambio económico de bienes es aquel sentimiento general de alegría derivado de cualquier suceso a través del cual sus necesidades quedan menos satisfechas que si no se hubiera producido este evento. (p. 160)

      En esta cita, Menger nos dice que el intercambio es una actividad fundamental para que las personas puedan lograr sus fines relacionados a la satisfacción de sus necesidades. Podríamos agregar a este comentario que en el intercambio ambas partes tienen una diferente valoración de los bienes, como vimos anteriormente. Se podría decir que este es el meollo del intercambio.

      Rothbard (2011) explica la relación entre el intercambio, la división del trabajo y la productividad y se sustenta en que el intercambio beneficia siempre a las partes involucradas. Si dos productores tienen la posibilidad de intercambiar bienes, estarán incentivados a especializarse de tal manera de sacar ventaja tanto en la producción como en el intercambio. Justamente la especialización es la que da lugar a la división del trabajo, que consiste en que las personas se concentran más en las actividades que son más productivas y le rinden más beneficios económicos.

      En adición, este autor señala tres condiciones para que los productores se especialicen: “a) diferencias en la aptitud y rendimiento de los factores naturales; b) diferencias en los bienes de capital y de consumo duraderos dados; c) diferencias en las habilidades y en la conveniencia de los distintos tipos de trabajo” (p. 93). En tal sentido, el individuo se concentrará en la producción de ciertos bienes donde predomina el valor de cambio a diferencia del valor de uso; el primero se refiere al valor que recibirá cuando intercambia el bien, y el segundo se relaciona con el valor que tiene el bien cuando lo usa. Luego en todo intercambio y desde una perspectiva individual, el bien que se entrega se valora menos que el bien que se recibe, o, dicho de otra manera, el valor de cambio supera el valor de uso.

      Rothbard señala dos ejemplos: el de una persona que vende sus vinos y cómo valora un adulto los juguetes que utilizaba de niño y que aún conserva. En el primer ejemplo, el vino deja de tener preferencia para el bebedor y prefiere deshacerse de este, pues ya no desea tomarlo; en el segundo ejemplo, un adulto no valorará los juguetes de su niñez como sí lo hizo de niño (p. 87-88); pero podría haber una excepción, dado que una persona puede valorar mucho un artículo que le trae muchos recuerdos, quizá un regalo de sus padres o de un abuelo. En este caso, la utilidad de poseer estos artículos es mayor que la utilidad que se tendría con los bienes que se pueden adquirir con el dinero producto de la venta de los primeros. Veamos otro ejemplo: un abuelo le regala a su nieto una moneda muy antigua que ya no circula, pero que valora mucho aun sabiendo que como metal no tiene ningún valor; sin embargo, en el mercado de antigüedades, esta moneda tiene un buen precio justamente por ser una reliquia; luego el nieto ve la moneda de manera diferente, pues siente que es una oportunidad de obtener algo de dinero y se verá tentado a venderla como una antigüedad. Se observa pues que el valor de intercambio superaría al valor de uso para el nieto.

      En cuanto a la división del trabajo, Ropke (2007) destaca cinco ventajas: primero, las personas se pueden dedicar a una actividad de acuerdo a sus aptitudes; segundo, la producción se puede orientar de acuerdo a las ventajas de los factores naturales; tercero, desarrolla experiencia en los trabajadores; cuarto, aprendizaje de nuevos trabajos en menor tiempo, y, finalmente, las inversiones se orientan donde son más eficientes y productivas, lo que significa que la división del trabajo orienta a los factores productivos, la mano de obra y los bienes de capital (pp. 54-56).

      Ropke

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