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pues los seres humanos casi siempre están insatisfechos con lo que alcanzan en el mundo de la materialidad, donde se mide el éxito solo por la capacidad de acumular riqueza y poder. ¿Será que nos pasa lo que plantea Bregman: que “la verdadera crisis es que no se nos ocurre nada mejor” (2017, p 20) y, por lo tanto, caemos en el conformismo?

      La ventana de la mente puede abrirse con la eutopía aquí adoptada, que para mentes cerradas y conservadoras es un sueño imposible de llevar a la realidad. Ese camino alternativo no es de fácil tránsito y requiere preparación, mente abierta y un nivel de conciencia mayor. En otro plano, esto coincide con las propuestas de Maharishi Mahesh Yogui en técnica de la meditación trascendental y La Ciencia del ser y el arte de vivir (1990), la cual se fundamenta en las ciencias védicas, practicadas por muchas personas en todo el mundo a través de la meditación, y que permiten desplegar distintos niveles de conciencia6.

      Nos encontramos en el momento de seguir soñando con un mundo mejor, construir sobre lo ya construido, transformar a partir de la realidad y generar ideas conducentes para el alcance de ese propósito. Ese es el desafío, aquí y ahora, que se expresa en el rediseño de la ruralidad y de las relaciones rurales-urbanas como un foco inicial de atención. Ese proceso consiste en cambiar la realidad existente en la ruralidad, a partir de lo cual deben desatarse cambios y transformaciones que arrastren también lo urbano. Lo más profundo y prometedor es emprender cambios en ambas esferas (la rural y la urbana) simultáneamente, dada su interrelación y la mayor dinámica de una en relación con la otra.

      Como se mencionó anteriormente, la ruralidad actual es el resultado de un diseño impuesto, que no cumple los requisitos necesarios para considerarla sostenible ni tiene la capacidad de brindar a sus habitantes el bienestar que requieren bajo los conceptos de equidad, progreso, justicia distributiva y dignidad. Por ello, una pregunta pertinente que surge de inmediato es: ¿qué es más fácil hoy, reformar lo urbano o lo rural, a sabiendas de que ambos requieren un cambio? O mejor, ¿A partir de dónde debe iniciarse un proceso que transforme efectivamente lo existente? No existe una respuesta precisa a ese interrogante, pues ambas son esferas muy complejas e interrelacionadas y lo ideal sería intervenirlas ambas al mismo tiempo. Por una parte, lo urbano tiene mayores capacidades de arrastrar lo rural por sus grandes ventajas en términos de desarrollo, conocimiento y diversidad; pero la dificultad reside en que desvaloriza lo rural y parte de una negatividad y un desinterés por considerar algo que percibe fuera de su ámbito. Por otra, lo rural, si bien no tiene esas mismas capacidades dinámicas, sabe que tiene grandes ventajas y poderes no desplegados, pero está mal organizado, desconfía de lo urbano y no genera la capacidad suficiente para convencer a los citadinos de que lo acompañen.

      En esas condiciones, podría decirse que ni el uno ni el otro tendrían una iniciativa alentadora, atrayente y de alcance. Así pues, el camino consiste en partir de una asociación estratégica entre ambos para iniciar procesos conducentes a modificar lo que se considera insatisfactorio para el desarrollo mutuo. Si algunos de estos asocios son claves para empezar a cambiar las relaciones rurales-urbanas y la ruralidad toma algunas iniciativas al comienzo para abrir caminos, eso será muy apreciado cuando se vean los resultados.

      También debe considerarse que las propuestas de rediseño de la ruralidad especificadas más adelante generan dinámicas y procesos que conducen inevitablemente al encuentro urbano-rural. Lo rural no puede transformarse sin contar con lo urbano, pues ambos son caras de una misma unidad y no se trata de generar conflictos entre ellos. Por el contrario, lograr coherencia y convergencia en sus desarrollos, en aras de mejorar de manera significativa las condiciones de vida de sus habitantes y encontrar caminos para hacerlos más sostenibles e incluyentes constituye un propósito nacional de largo alcance.

      La conclusión es evidente, una actuación de los ruralitas solos no tiene como emprender un proceso de transformación que comprometa lo urbano. Esto ocurre en razón a que requieren de un reconocimiento del otro, de su inevitable socio, para que en la ciudad haya interlocutores dispuestos a hablar con la ruralidad y por ella, entendiéndola y reconociéndola como lo que es. Adicionalmente, puesto que existe de entrada una cierta apatía de los citadinos para comprometerse con apoyos para una reforma rural, la intervención del Estado puede ser indispensable si este también parte del reconocimiento de lo campesino y la ruralidad como algo estratégico para el desarrollo.

      Todo esto se recoge en la idea central de este libro: si todos aumentan su nivel de conciencia para comprometerse con nuevos procesos en beneficio común, ahora y en el futuro, el camino estará abierto para visualizar la ruralidad que viene. Ella irá incorporando nuevas visiones y procesos evolutivos que se abrirán camino, siguiendo el ritmo de un proceso de transformación que ya está en marcha, pero que requiere de nuevos direccionamientos para abrir las vías a un orden deseado diferente al actual.

      Resulta claro que la presión por el cambio de la ruralidad actual proviene actualmente más de ella que de la ciudad o que del Estado mismo. Los ruralitas no pueden lanzarse solos a una empresa de cambio estructural como la que aquí se propone. No obstante, pueden desplegar iniciativas que empiecen a contar con el apoyo de sectores sociales de las ciudades y que comprometan paulatinamente al Estado. Representa un gran reto lograr que estos tres actores se pongan de acuerdo y actúen al unísono, pero puede lograrse si existe la convicción y la conciencia de que es necesario y conveniente para toda la sociedad ahora y para labrar un futuro sostenible para todo el conglomerado. Aquí se aplica el principio derivado de la física cuántica: todo está relacionado con todo, todas las parte del organismo social constituyen una unidad, un todo.

       el nuevo paradigma: la dimensión profunda

      Como se señaló antes, lo rural y lo urbano se han considerado, desde la visión tradicional, en términos de una dicotomía, una dualidad, como si existieran dos realidades antagónicas con relaciones conflictivas, no convergentes. Bajo esta concepción, el subconjunto urbano explota al otro, le extrae excedentes y no le devuelve a cambio una justa retribución, lo considera una realidad atrasada y sin importancia dinámica para el crecimiento y el desarrollo. Al amparo de esa visión, la modernidad de la ciudad es el espejo que se le presenta a la ruralidad; allí debe verse y compararse. Las políticas públicas han sido coherentes con esa concepción, han privilegiado el desarrollo urbano y han buscado uniformar los modos de vida en general bajo el estilo moderno de las ciudades.

      Esta no es una visión nueva que haya surgido con el avance del conocimiento, proviene desde antes de la Edad Media cuando empezaron a desarrollarse las ciudades como espacios diferentes de los rurales. Durante ese periodo, por ejemplo, lo rural y lo urbano tendían a confundirse. La ciudad hacía parte de lo rural, de su paisaje, como lo describe muy bien Mumford en sus libros La ciudad en la historia (2012) y Cultura de las ciudades (2018). El campo formaba parte de la ciudad, ambos se consideraban un mismo cuerpo con funciones claramente definidas. La dicotomía se manifestó y visibilizó cuando el desarrollo del capitalismo entró al campo y empezó a destruir todas las relaciones sociales y de poder existentes en la sociedad. Se abrió la brecha rural-urbana, donde lo primero representa el atraso y lo otro la modernidad, y se redefinieron sus relaciones, no en términos de comunidad como antes, sino de individualidades diferentes: la del campo, como aquella que debía incorporarse a una modernidad que únicamente era posible en las ciudades y lo urbano como aquello que debía imitarse.

      El paradigma tradicional de la dicotomía rural-urbano es una concepción sin integralidad. Concibe el cuerpo social en el marco de una profunda división, conflictos y polarizaciones entre lo moderno y lo atrasado. Esa visión considera que lo rural debe explotarse, sin importar cuánto cueste, pues sus riquezas son esenciales para robustecer una concepción de modernidad donde la agricultura es funcional para el modelo urbano, industrial y financiero, al cual se le considera

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