Скачать книгу

a que dependemos unas de otras. La libertad no es algo que perdemos al hacernos dependientes, la hacemos posible. Los economistas clásicos llamaban a esta dependencia recíproca “división del trabajo”. Tenemos la libertad de comer pan gracias al panadero (el que existe como tal gracias a nuestro demandar pan), a la persona que atiende la panadería, a quienes suministran de gas necesario para hacerlo en tostaditas, y para untarlas, a quienes trabajan en la lechería y producen mantequilla, a quienes la transportan a la ciudad en camiones enfriados, a quienes…, a quienes sacan la bolsa usada del pan de nuestro hogares, como basura.

      Somos libres de hacer lo que queremos porque somos dependientes de otras personas. Lo éramos en sociedades tan primitivas como podemos imaginar. Supongo que incluso nuestros ancestros debieron ser animales de piño o bandas; de alguna clase de agrupación. El lenguaje, seguramente, fue un invento social. No ocurrió en individuos que inventaron cada uno el suyo y después acordaron uniformarlo… Somos libres hablando porque dependemos de que otras personas nos respondan en la misma lengua… Hoy, con la división del trabajo entorpecida por los confinamientos, experimento en carne propia las libertades perdidas.

      Supongo que es fácil olvidar verdades elementales como esta en el mundo tan contractualista en que vivimos. Dar por sentada la libertad personal conseguida en las redes de dependencia mutua, y suponer que esa individualidad libre es nuestro modo de ser primordial, e ideal. Suponer que las redes de dependencia mutua son un mal necesario, una obligatoria reducción de libertad intercambiada contractualmente por orden. Resulta en el mito que lo social está constituido por individuos racionalistas que interactúan entre sí cuidando sus conveniencias personales, las que tienen muy claras. Es una ilusión que ejerce una atracción fatal en personas que se sienten exitosas sin haber necesitado a nadie, por exclusivos méritos propios.

      Personalmente, me sirve recordar la familia que tuve, las escuelas e institutos que me dieron la educación recibida, los sistemas médicos que me cuidaron y repararon, la nación en la que nací, con el estado y su seguridad, y las facilidades que tuve y tengo para comprar y vender, la lengua y las tradiciones que me formaron, que hablo y que me regalaron su sensibilidad. Estaban antes de nosotras. Nos hicimos libres, con capacidad de responder por nuestras acciones, a medida que nos sumíamos en esas redes de dependencia.

      La pandemia con sus interrupciones las hacen visibles. Me permiten observar lo artificioso que es el mito individualista. Antes de tú y yo, hay un nosotras heredado. Que (ya) convivimos antes de hacer transacciones y obedecer la ley. Que estamos relacionadas, emocionadas y prejuiciadas; ya moldeadas. Todo lo que somos, podemos ser e imaginar proviene de ahí. Nos permite todo, nos obliga a todo. Genera lo visible, esconde las cegueras.

      Pude importar tenerlo presente hoy, cuando hablamos de rehacer por completo el contrato social entre las chilenas para reinventar Chile.

      SILENCIO

      (Abril 16, 2020)

      De pronto escuché el silencio del mundo. Caído en un mutismo difícil de oír, no había percibido su mudez. Quizá permitió que lo hiciera el ánimo reflexivo que me trajo la pandemia, o el simple silencio de las calles de Santiago. Un mundo en el cual las personas no dejan de hablar, pero nadie dice nada.

      Hablamos para coordinar agendas y actividades, hacer y ejecutar planes, mejorar, regular, hacer eficiente, optimizar, valorizar… Hablamos para manejarnos en el mundo presente y administrarlo. A veces inventamos un producto nuevo que compite mejor, con todas las conversaciones que eso conlleva. Hablamos para enamorarnos, entretenernos, casarnos y formar a nuestros hijos e hijas. Sobre todo, hablamos en una chachara incesante que lo evalúa todo, se escandaliza con facilidad, y lo deja todo igual.

      Pero el mundo no cambia, nadie lo inventa ni reinventa. No hay voces que declaren para dónde vamos, que ofrezcan un significado, un sentido, una orientación. Silencio. Envueltos en el mutismo administramos nuestras vidas como podemos, sin saber bien qué hacemos vivos. Antes había voces que anunciaban orientaciones y propósitos, declaraban posibilidades valiosas.

      El dios cristiano fue una que oímos de cerca. Habló durante siglos. Todos prestaban atención. Le dio sentido al mundo y significado a la vida humana. Hoy pocos lo traen a colación en conversaciones públicas. Perdió toda fuerza argumental; en realidad, derecho a hablar. En privado, en grupos cerrados, puede ser…

      El iluminismo, el individuo libre, el progreso, la ciencia y la razón reemplazaron a esa voz en la historia. En el fondo era la misma – la misma moral, la misma esperanza en un futuro de salvación, cuando menos siempre mejor, el mismo mesianismo, la misma creencia en la verdad –, reconvertida en humana y terrena. La seguridad en el progreso fue su promesa fundamental, la fuente del sentido y la orientación que trajo al mundo. Todos éramos parte de una humanidad que progresaba. Es una voz que, como la anterior, perdió su fuera significadora. No todo progresa con el progreso y lo que progresa no resulta ser tan importante, después de todo. Hoy día no nos llena de sentido la promesa del conocimiento, la libertad y las oportunidades creadas por el avance del conocimiento científico.

      La sociedad sin clases que haría realidad la libertad, la igualdad, la justicia y la democracia, fue declarada por la voz del movimiento de trabajadores y proletarios del mundo capitalista. Creó sentido, dio significados a generaciones, orientó nuestra existencia histórica. Al igual que las otras, una voz desaparecida. Hasta hace poco encarnada en las voces de multitudes activas, hoy sustituidas por multitudes agresivas silentes.

      (Leí una gran entrevista reciente a Alain Touraine en el País de España en la que habla del silencio. No le habría prestado atención sin estar previamente sintonizado con la mudez.)

      PANDEMIA

      (Abril 23, 2020)

      Palabras de diccionarios ya existentes burbujean en nuestra lengua para nombrar fenómenos nuevos. Pensamos mirando hacia atrás. Pandemia (pan = todo; demos = pueblo) es una. Sugiere nada más que lo que nombra es universal, se refiere a todos y todas. Algo, pero poco, para nombrar lo que ocurre. COVID 19 es peor, y Coronavirus aún más desorientador.

      Nombrar es la mitad de pensar, por lo menos. ¿Qué nombre tiene lo que ocurre, entonces?

      Tiene algo devastador de una guerra, pero no es una guerra. No hay enemigos. El virus –una partícula antes que una micro bio– no pretende nada, ni siquiera hace nada, simplemente deviene. E incluso en las peores guerras las familias pueden reunirse, las tiendas reciben clientes, los niños van a la escuela…

      Tampoco es una crisis política revolucionaria. El poder no está en cuestión, no hay divisiones, las familias se mantienen unidas, aunque distantes, no hay nuevas autoridades declarando leyes radicalmente nuevas. Por el contrario, hay un esfuerzo por usar todos los poderes del estado para enfrentar los eventos. Todos quieren que el estado y el orden se fortalezcan.

      Y no es una crisis económica, como una recesión por falta de demanda agregada, por ejemplo, aunque puede producirse una reducción de la producción y el empleo como resultado.

      ¿Qué palabras usar? Se me ocurre que disrupción podría ser una - interrupción, perturbación. Se interrumpen las relaciones sociales, y con ellas las relaciones económicas de producción, logística e intercambio. Se habla de distanciamiento social. No es la mejor interpretación. En la peste negra europea los vectores fueron las ratas y las pulgas, hoy somos nosotras mismas, como organismos biológicos. Se distancian las relaciones e interacciones sociales basadas en la cercanía corporal. Se perturban las relaciones de cuerpo presente. Sin una vacuna eficaz, las nuevas normas de distanciamiento corporal están para quedarse. El virus del SIDA puede servir de ejemplo. En ausencia de vacuna instaló una sutil distancia genital completamente inesperada entre los cuerpos (y universalizó el uso de jeringas desechables), a la que nos hemos acostumbrado. Lo que no ha significado que las relaciones sociales de sexo y amor sexual se hayan reducido en número… Aunque una pareja se haya convertida en riesgo mortal, algo ha debido cambiar. Nuevos miedos, quizás, confianzas más exigentes. Reservas contenidas. Quien sabe. Así como las ratas y las pulgas adquirieron fama de repulsivas con las grandes pestes europeas, quizás el cuerpo ajeno adquiera ahora una nueva significación.

      ¿Qué relaciones se inhibirán –interrumpirán, perturbarán–

Скачать книгу