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de morir de la elite chilena, predominante en el empresariado, parece ser muy distinta. Quizás convencidos de su razón, siendo incapaces de hacer o decir algo distinto; sencillamente esperan, como la canción, que ojalá pase algo en Chile, algo que lo borre de pronto (al estallido, por supuesto), una luz cegadora, un disparo de nieve, que ojalá por lo menos se lo lleve la muerte. O Carabineros. O quizás un sueño más ominoso.

      ***

      Esta obra no es una investigación. Es una reflexión sobre el pornográfico presente de nuestra decadencia. Esta época tiene el símbolo de Sebastián Piñera, que es el nombre que resume todo el proceso. Es el asesino, es el asesinado; su nombre es la promesa de una época, su nombre es la decepción de una época. Porque la promesa de nuestra transición no era Lagos, ni Aylwin, indudablemente no era Frei (nunca ha sido una promesa para nadie). Es cierto que era un poco Bachelet, el perdón, la concordia, la superación de la sangre y las lágrimas; Bachelet Cristo crucificado y luego resucitado. Y al final Bachelet cayendo por no entender que para ser Cristo es preferible no tener hijos. Todos estos líderes (Aylwin, Lagos, Bachelet) fueron símbolos importantes. Frei no, ya lo dijimos, no hagamos de su mediocridad motivo de sorna. Pero había, en medio, líderes con diversos méritos, un hombre agazapado en el borde de la historia que esperaba su momento para convertirse no solo en un símbolo, sino que también en un arquetipo: Sebastián Piñera Echenique, hijo ilegítimo de la derecha, hijo ilegítimo del empresariado, un genio en situarse donde ganar, un acelerador de partículas capaz de generar a su paso bombas atómicas en la sociedad. Un Michael Corleone para el crecimiento, un Fredo Corleone para la estabilización. Genio y estúpido, pero siempre banal. Antes sencillo que muerto.

      El gran sujeto histórico de estos treinta años es el millonario exitoso, el hombre que se hizo a sí mismo, que triunfó, que conoció la gloria en la forma en que la comprendemos en Chile: el dinero ilimitado que todo lo compra, que conduce por cualquier camino, que todo lo puede. Si Bachelet fue Presidenta dos veces fue por el cansancio ante la elite política. Si Piñera fue Presidente dos veces fue por otorgarle la fe a la elite económica. Por supuesto, es una fe manchada; una fe llena de peros, de dudas, de inquietudes malsanas; una fe tormentosa en el alma ciudadana; una fe hecha de créditos de consumo. Una mala fe. Pero una fe al fin y al cabo. Y habrá que decirlo, aunque ya se dijo de algún modo: es una fe psicótica, llena de energía incontrolable despertándose en la mente sin control. Pero de nuevo volvemos a lo mismo, reiteremos, eso enseña la Biblia: es una fe. Y es que todos íbamos a ser ricos. ¿Quién podía negarse a semejante seducción? Como una versión mecánica de las obras de Byung-Chul Han, Chile fue gobernado por el cansancio (Bachelet), luego por el rendimiento (Piñera), después de nuevo el cansancio (Bachelet) y finalmente de nuevo el rendimiento (Piñera). En el cansancio no hubo mucho, un par de multiplicaciones por cero cada vez, sin desmerecer uno que otro acierto. Y en el rendimiento hubo mucho, un enorme movimiento primero, otro más grande después, una entropía desbordante y sin sutilezas. La Bachelet del cansancio y el Piñera del rendimiento son figuras que sirven para empezar, aunque al final el cansancio solo supo ser cansancio mientras el rendimiento dejaba de ser rendimiento.

      Al cansancio le fue mejor que al rendimiento. Y es que el rendimiento estaba atrapado, porque produce cansancio.

      Por supuesto, arquetipos de la obscenidad nuestra de cada día hay muchos. Aquí se presentarán solo tres; siempre la trinidad es una fórmula equilibrada y hermosa. Sebastián Piñera, el primero y en rigor el único, el más grande pornógrafo de nuestro tiempo. A él dedicamos estas páginas. Los otros dos nombres son emanaciones del primer nombre, son efluvios metafísicos de la época que puso a Piñera como principio activo: Karol Dance será el segundo nombre, Pamela Jiles será el tercer nombre, sin capítulo propio en cualquier caso. Vaya trinidad. No osaré explicar la selección antes de tiempo. Más de alguien ha quedado afuera. Esta trinidad sirve para pensar y para escribir, dos cosas valiosas. Pero es indudable que esta trinidad (como corresponde teologalmente) es al mismo tiempo una, o, en rigor, uno. Se trata del gran pornógrafo de la historia de Chile: Sebastián Piñera. Reconozco que el repertorio aquí expresado no es exhaustivo, me basta con que sirva de guía para observar la oscuridad circundante y el fuego que se toma la noche.

      Y para entender habrá que mirar el fuego.

      Estuvimos años mirando el dinero para saber de qué color era el futuro. Y de repente el dinero perdió significado. Los treinta pesos no explicaban nada. Un país condensó en tres monedas de diez pesos la ira ante una sociedad injusta.

      Así fue que se inició el fuego. Pero nadie sabe realmente cuándo comienza el fuego.

      Y en este caso no se sabe ni quién lo comenzó.

      Imaginen lo que sería saber cuándo terminará el fuego.

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