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      La globalización del turismo implica, por un lado la estandarización de las actividades y experiencias culturales junto con la demanda diferenciada de los turistas (Williams y Lew, 2015). En esta línea, Silberberg (1995) clasifica a los turistas culturales en cuatro tipologías diferentes, según sus motivaciones individuales. A saber: a) los que están fuertemente motivados por los aspectos culturales del viaje y lo realizan para satisfacer esta motivación; b) los que tienen una motivación cultural parcial para realizar el viaje y su motivación principal no es el consumo cultural, aunque lo hacen aprovechando la estancia; c) los que no tienen una motivación cultural para realizar el viaje, pero que aprovechan su estancia para realizar diversas visitas culturales; y d) los que viajan por otros motivos pero que a lo largo de su estancia pueden visitar algún espacio cultural o algún evento significativo.

      Por su parte, Jansen-Verbeke (1997) realiza una segmentación de los turistas culturales según la intensidad de su relación con la cultura, distinguiendo: 1) Turistas con motivación principalmente cultural para realizar el viaje; 2) Turistas con aspiración cultural, que aunque visitan destinos con notoriedad cultural rara vez repiten; 3) Turistas de atracción cultural que visitan el destino por motivaciones no culturales pero aprovechan el viaje para realizar alguna actividad cultural. Asimismo, Hughes (2002) realiza una clasificación similar a la de Silberberg, pero señala que los turistas culturales pueden focalizar su visita en diferentes aspectos de la cultura, tales como su dimensión histórica o las experiencias locales. McKercher (2002) categoriza los turistas culturales teniendo en cuenta el nivel de compromiso y profundización deseado con el consumo de la experiencia, clasificándolos en: 1) Turista de propósito cultural, cuya principal razón para realizar el viaje es conocer otras culturas; 2) Turista que visita lugares de interés turístico, cuya motivación es el conocimiento de otras culturas pero su experiencia, a diferencia del tipo de turista anterior, es menos profunda y se encuentra más orientada al entretenimiento; 3) Turista cultural casual, cuya motivación cultural es débil en la elección del destino; 4) Turista cultural ocasional, que no tiene el turismo cultural como motivo del viaje; 5) Turista cultural atípico, que sin pensar en el turismo cultural en la elección del destino, termina disfrutando de una experiencia cultural profunda.

      A su vez, Dolnicar (2002) indica que los turistas de los distintos países tienen diferentes intereses culturales e identifica nueve tipos de turistas culturales según su grado de participación en las actividades propuestas: 1) Participantes de viajes culturales estándar, que invierten su tiempo en el destino de forma colectiva realizando compras y visitando museos y monumentos turísticos sin prestar atención a otras atracciones culturales. 2) Fanáticos de la cultura. Superactivos, que quieren verlo y hacerlo todo. 3) Turistas culturales inactivos. Lo contrario al caso anterior. 4) Amantes de la excursión organizada. 5) Interesados en los eventos culturales locales y regionales. 6) Exploradores de la cultura, a los que les interesa lo «organizado», y realizan las mismas actividades culturales que los turistas del tipo 1. 7) Amantes de los espectáculos (teatro, musical y ópera), aunque también realizan otras actividades culturales en el destino. 8) Participantes «superpreparados» del viaje cultural. Realizan viajes organizados colectivos y les interesan las exposiciones y los grandes eventos. No buscan entretenimientos como las compras. 9) Turistas culturales organizados. Participan en viajes organizados, que comprenden visitas a museos e hitos de interés turístico. Realizan compras pero no suelen asistir a espectáculos.

      En base a esta amplia diversidad, Du Cros y McKercher (2015) sugieren que el mercado está dominado por los turistas culturales casuales e incidentales, no siendo la cultura la motivación principal del viaje y utilizando parte de sus vacaciones para la relajación, recreo o hedonismo, de manera que los grandes operadores turísticos ofrecen paquetes donde combinan las actividades recreativas con las culturales. Así pues, siguiendo a Smith (2015), los turistas culturales pueden categorizarse de diversas formas, teniendo en cuenta su motivación, el tipo de actividades a realizar, su género, su edad, su estilo de vida, su nivel cultural, su poder adquisitivo, el tipo de experiencia a realizar y el tipo de turismo. No se puede olvidar que nos encontramos ante unos turistas ampliamente informados, que desean realizar las visitas de modo independiente y conocer la vida «real» de las comunidades locales e interactuar con ellas (Williams y Lew, 2015).

      En conclusión, podemos constatar la diversidad de motivaciones que impulsan a los turistas a consumir la cultura de un territorio y reflejar que no todos los turistas culturales manifiestan el mismo grado de interés por la cultura. Por ello, los territorios pueden ofrecer un amplio espectro de actividades culturales para cumplir con las diversas motivaciones de los turistas.

      Seguidamente es necesario abordar las complejas relaciones entre el turismo cultural y el patrimonio, teniendo en cuenta que según Smith (2015) éste incluye las atracciones de: patrimonio edificado (ciudades, lugares y edificios históricos, arquitectura, arqueología, monumentos); patrimonio natural (parques nacionales, litorales marítimos, cuevas, fenómenos geológicos); patrimonio cultural (artes, festivales, eventos tradicionales, museos, conciertos, artesanía, etc.); patrimonio religioso (catedrales, santuarios, monasterios, iglesias, ermitas, mezquitas, rutas de peregrinación, memoriales religiosos, sinagogas, templos budistas, cementerios, etc.); patrimonio industrial (colonias, fábricas, minas); patrimonio militar (castillos, campos de batalla, murallas, campos de concentración, museos militares, memoriales de caídos en guerra o en la represión) y patrimonio artístico o literario (casas, jardines, paisajes asociados con artistas y escritores y/o sus obras). Ahora bien, el patrimonio no solamente está compuesto por recursos tangibles sino también intangibles, como las tradiciones orales, la artesanía local, la lengua, la música y los bailes tradicionales, las prácticas sociales, los rituales y los eventos festivos y el conocimiento y las prácticas relacionadas con la naturaleza y el Universo (Figura 1).

      De esta manera, la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Intangible define este patrimonio como las prácticas, representaciones y expresiones, así como los conocimientos y habilidades, que las comunidades, grupos y, en algunos casos, los individuos reconocen como parte de su patrimonio cultural, transmitido de generación en generación, interactuando con el territorio, su naturaleza y su historia. Ello da a la comunidad un sentido de identidad y continuidad y promueve el respeto por la diversidad cultural y la creatividad humana, compatibilizándolo con las prácticas de los derechos humanos reconocidos internacionalmente y cumpliendo con los requerimientos de mutuo respeto entre comunidades y con el desarrollo sostenible. (UNESCO, 2015).

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       Fuente: Williams y Lew, 2015

      A continuación, en la Tabla 1, se relacionan algunos de los principios del desarrollo sostenible que podrían ser aplicados específicamente al turismo cultural. Sin embargo, dada la continua diversificación de las motivaciones que experimenta la demanda turística, constantemente surgen nuevas tipologías turísticas.

      En este punto es necesario indicar que el turismo «tranquilo» («slow tourism»), que está creciendo en popularidad, es un turismo que se caracteriza por visitar sosegadamente los destinos, respetar la cultura y la historia locales, proteger el medio ambiente y considerarse socialmente responsable. Así, los turistas que lo practican disfrutan de una experiencia más auténtica de la forma de vida en un determinado lugar, apreciando los productos y los servicios locales e interactuando con su población (Fullagar, Markwell y Wilson, 2012).

      También es importante indicar que el turismo de naturaleza, a veces denominado «turismo verde», es el que se practica en los espacios naturales y ha experimentado un importante crecimiento en los últimos años. Se trata de un turismo caracterizado por su gran heterogeneidad, con turistas motivados por el ecologismo y la naturaleza, observándola, comprendiéndola e implicándose en su conservación (Flores, 2007). En ocasiones se confunde este turismo con el ecoturismo que, siguiendo a Ceballos-Lacuráin (1996), puede definirse como el viaje medioambientalmente responsable, a áreas relativamente poco alteradas, para disfrutar y apreciar la naturaleza, contribuyendo a la conservación del patrimonio natural y cultural, e implicando a las comunidades locales en su planificación, desarrollo y gestión. Es por

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