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tres, publicó un artículo de ocho páginas sobre las brujas de Triora. La única frase escrita en el cuaderno por uno de los tres periodistas estaba en letras mayúsculas con grandes caracteres y subrayada: ¡DIOS MÍO! Algo o alguien lo había atemorizado hasta la muerte. De los periodistas desaparecidos no se supo nunca nada más.

      Mientras tanto habíamos pasado Imperia, habíamos salido de la autopista hasta la caseta de Arma di Taggia y nos habíamos metido por una carretera provincial que llevaba a una estupenda vaguada, que corría paralela al curso del río. Era la primera vez que veía lugares que luego se convertirían en familiares.

      Estábamos recorriendo el Valle Argentina, que era atravesado por el río del mismo nombre, un estrecho valle con unos pocos asentamientos humanos. El verde de los bosques exuberantes resaltaba contra el azul intenso del cielo límpido en la cálida jornada de comienzos de julio y, dentro de mí, se reavivaba la vieja pasión por la montaña. Ya soñaba con caminar por los senderos que se adentraban en el bosque. Nos remontamos hasta un pequeño pueblo, Molini di Triora, para llegar a Triora, un pueblo con características medievales, encaramado en la cima de una cresta. Traspasado el centro, la carretera bajaba y, depués de un poco, nos paramos en una zona, donde estaban aparcados un par de autos de policía, un jepp de los bomberos y una camioneta del cuerpo forestal equipada para la extinción de incendios en el bosque.

      ―Bien ―dije ―lo que me has dicho es muy interesante y efectivamente el olor de las sectas, además del quemado, se advierte, ¡y cómo! Se trata ahora de entender hasta qué punto tiene algo que ver el esoterismo y cuánta, en cambio, sea la responsabilidad de los adeptos en la desaparición de las personas que has mencionado y en el homicidio de esta noche, si se trata de un homicidio y no de un simple accidente.

      ―Caterina, te lo ruego, aquí la prudencia nunca es demasiada. Aparte de las brujas, podremos encontrarnos de frente a criminales sin escrúpulos en el curso de esta investigación. Coge la pistola y memoricemos cada uno el número de la PDA del otro, de manera que nos podamos llamar en caso de necesidad. ¡Vamos!

      Cogí la PDA pero dejé la pistola en el portaobjetos del coche, dado que creía que en ese momento no tendría necesidad de ella.

      1 Capítulo 3

      Aurora Della Rosa

      Larìs no tenía miedo de atravesar el puente colgante. Buscó con la mirada los ojos azul verdosos de Aurora, que le transmitieron toda la fuerza y la energía que necesitaba. Hacía poco tiempo que la conocía pero se fiaba de ella y de sus poderes esotéricos.

      Larìs Dracu era originaria de Transilvania, una región de Rumanía, que a finales de los años 80 todavía estaba gobernada por un dictador comunista. Ya a la edad de dieciocho años se había ganado la fama de bruja anticomunista y, para no caer en las manos de la policía secreta del general Ceausescu, con muchas dificultades llegó a Italia. Se fue a un pequeño pueblo de la Liguria, donde sabía que vivía una adepta de su misma secta, que la ayudaría y la guiaría en la prosecución de su camino hacia el nivel más alto, más allá del séptimo, el de la sabiduría universal. Cuando llegó a casa de Aurora, el día del equinoccio de primavera, a media mañana, notó que su anfitriona la estaba esperando en el umbral de la puerta abierta. No se sorprendió por ello, ya que conocía los poderes de vidente de la maga. Se sintió observada por ella con complacencia. Larìs aparecía como una muchacha muy hermosa, de cabellos negros brillantes, echados hacia atrás y recogidos en una pequeña cola, de ojos oscuros, casi negros, los rasgos del rostro delicados. Las líneas sinuosas del cuerpo dejaban imaginar, debajo de un vestido ajustado, la perfección de senos, glúteos y piernas excepcionales. La maga parecía una sesentona en óptima forma, con cabellos rubios ligeramente estriados de blanco, los ojos que cambiaban del color azul al verde, dependiendo de la luminosidad del ambiente. Su cuerpo aún tenía la energía de una de cuarenta y su piel era lisa, estirada y no surcada por arrugas evidentes. Su mirada era magnética y, cuando sus ojos encontraron los de Aurora, Larìs sintió un fuerte impulso sexual hacia la maga. Aurora pronunció algunas palabras en una lengua incomprensible al común de los mortales. No se había expresado en lengua occitana, típica de aquella zona limítrofe entre Italia y Francia, pero la joven había sido capaz de entenderla, por haberla aprendido de pequeña, cuando su madre la había iniciado en las prácticas mágicas y esotéricas. El Semants era la antigua lengua de los adeptos, cuyo origen se perdía en la noche de los tiempos, un idioma conocido ya en la época del Antiguo Egipto de los faraones por magos y chamanes, pero que tenía un origen todavía más antiguo. Larìs fue invitada por Aurora a entrar en casa y fue conducida a un salón cuadrado. Una de las paredes del salón estaba ocupado en su totalidad por un espejo, por lo que se tenía la impresión de que la estancia era mucho más amplia de lo que en realidad era, mientras que en las otras tres paredes había estanterías, en las que se encontraban colocados muchos libros y manuscritos y algunos tarros de porcelana, del tipo de los usados en tiempos antiguos en las farmacias y en las herboristerías.

      Larìs fue atraída sobre todo por el pavimento, de mármol muy brillante, de distintos colores, amarillo, azul turquesa, verde esmeralda. Con las baldosas de colores, como si fuese un mosaico, había sido realizado el dibujo de uno de los principales símbolos esotéricos, un pentáculo, una estrella de cinco puntas, inscrito en unacircunferencia, a su vez inscrita en el perímetro cuadrado de la estancia.

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      El símbolo del espíritu, una especie de asterisco, dibujado sobre la baldosa pentagonal central, delimitada por las líneas desde cuya unión tenía su origen la estrella de cinco puntas, indicaba el centro exacto de la habitación. En cada uno de los otros sectores en el que el pavimento estaba dividido por las líneas y por los arcos del círculo, se podían reconocer algunas figuras, cada una ligada a la simbología esotérica: la luna creciente y la luna menguante, la luna llena, la conjunción del sol con la luna en el eclipse parcial y en el eclipse total, y otras coas. Larìs estaba al mismo tiempo fascinada y desconcertada.

      ―En la casa en la que viví, en Transilvania, había un salón idéntico a este ―dijo volviéndose a Aurora en la misma lengua en la que hacía poco le había hablado la maga ―La baldosa central indica el punto exacto en el que en el pasado ha ocurrido algo importante, algo muy hermoso o extremadamente horrible. Mi madre adoptiva, Cornelia, me contaba que, enfrente de mi casa, hacía muchos siglos, un príncipe descendió de los Montes Cárpatos, en una noche de luna llena, amó a una hermosa muchacha y del acoplamiento nació la niña que daría origen a nuestra progenie. Pero, aparte de esta leyenda, conozco el hecho de que, causando el hundimiento de la baldosa central, se pone en marcha un mecanismo que pone de manifiesto una sala secreta escondida detrás del espejo. Cornelia sacaba del cuello una cadena de oro en la que estaba enfilado un anillo, donde estaba incrustada una piedra en forma de pentáculo, que se adaptaba perfectamente a una cerradura, escondida detrás de una estantería. Luego hacía bajar la baldosa pentagonal, de manera que el espejo se movía y daba acceso a la habitación secreta. Allí estaban conservados libros, manuscritos, pergaminos, incluso muy antiguos, que sus antepasadas les habían pasado en herencia y que era la sabiduría a la que concedía tener acceso a aquellos que aspiraban a convertirse en adeptos del séptimo nivel.

      ―Por como hablas, y por lo que percibo con mis poderes, sé que tú ya has podido tener visiones de estos documentos y posees, como yo, los poderes y la sabiduría del séptimo nivel, por lo tanto es inútil que te abra la estancia secreta. Juntas, en cambio, podremos enfrentarnos al camino que nos llevará al nivel más alto, el de la Sabiduría Universal.

      Mientras hablaba, Aurora había cogido un poco de tabaco de un hermoso contenedor de porcelana y lo había puesto en dos papelillos, para enrollarlos con habilidad y formar dos cigarrillos. Ofreció uno de ellos a Larìs, luego encendió una cerilla, acercándola antes al cigarrillo de la joven, luego al suyo.

      Mientras aspiraba una gran calada de humo, Larìs comprendió que al tabaco se le habían añadido sustancias estupefacientes y excitantes, pero ella ya estaba habituada a fumar aquel tipo de mezcla. Si no lo hubiese estado, hubiera caído presa del poder de la maga, en una hipnosis provocada tanto por la droga como por los poderes ocultos de Aurora. En cambio la droga estimuló en ella el deseo

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