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      Entre 1880 y 1885 residió en París, dedicado a leer, asistir a conferencias, tomar cursos, reunirse con algunos de los principales intelectuales de la gran ciudad –entre ellos varios destacados exilados españoles– y aprendiendo mucho. Escribió unos pocos trabajos, aunque, en general, no puede decirse que Luis Simarro fuera un escritor tan prolífico como podría esperarse. Era un joven muy crítico con sus conocimientos, muy exigente consigo mismo y muy deseoso de saber y de hacer aportaciones a la ciencia, en su caso a la neurofisiología. En París se vinculó con la Salpêtrière, conoció a Charcot y entró en contacto con los altos círculos de la ciencia médica de la época.

      En Francia llegó a la conclusión, como lo había hecho anteriormente en España, de que los libros, las autopsias de cadáveres y demás procesos de la medicina, no bastaban para encontrar respuestas a los problemas de la investigación biomédica. Era preciso organizar laboratorios, gabinetes de experimentación, un poco en la dirección de la psicología experimental alemana que comenzaba a surgir en esa época con Wundt, Fechner, Weber, Helmholtz y otras «luminarias» de la ciencia.

      París era el centro mundial de la cultura, de la ciencia y de todas las manifestaciones del intelecto humano. No solo Charcot, sino también Victor Hugo, los principales pintores, escritores, científicos, brillaban con luz propia en la Ciudad de la Luz. Luis Simarro pasó en ese ambiente intelectual un importante periodo de su vida, entre los 30 y los 35 años de edad. Regresó a Madrid con nuevos conocimientos, nuevos planes y nuevas incógnitas por resolver.

      En Madrid se estableció y tuvo éxito como médico, psiquiatra e investigador. En su casa fundó un laboratorio y reunió una enorme biblioteca con temas de ciencia, filosofía, cultura y política que compartía con amigos, colegas y estudiantes. Se convirtió en un centro de irradiación cultural para médicos, científicos y filósofos. En 1887, a los 36 años de edad, se casó, a una edad que resultaba un poco tardía para la época. Su matrimonio terminó cuando murió su esposa, en 1903, lo cual fue un trauma de gran intensidad para Simarro.

      Las actividades políticas ocuparon gran parte de sus energías y de su tiempo. Se involucró en las luchas sociales, en la defensa de los derechos, en la Institución Libre de Enseñanza, que tenía una orientación claramente europeizante, y en el reformismo social.

      El llamado «Proceso Ferrer Guardia» fue uno de los asuntos en los que más se involucró y dio origen a su único libro publicado, El proceso Ferrer y la opinión europea. Luis Simarro escribió poco, solamente una docena de artículos científicos y este libro de carácter político. Su obra escrita es bastante magra, como señala Helio Carpintero. Sus alumnos afirman que hablaba mucho, pero escribía muy poco, y su gran influencia se produjo a través de sus conferencias universitarias, sus intervenciones de carácter político, social, de justicia y reivindicación, en una época turbulenta tanto en España como en otras naciones europeas.

      Simarro perteneció a la masonería, que había sido un movimiento importante en el pensamiento liberal desde el siglo XVIII y que propugnaba la hermandad entre sus miembros. A esta pertenecieron también destacadas figuras del mundo político y social. En la masonería Luis Simarro alcanzó el grado 33 y fue el Gran Maestre y Presidente del Gran Consejo de la Orden hasta su muerte, acaecida en el año 1921.

      Su trabajo científico continuó al lado de figuras destacadas de la ciencia de la época, entre ellas Santiago Ramón y Cajal, a quien mostró el método Golgi, de gran importancia en histología. Simarro defendió el darwinismo y el evolucionismo y estuvo de acuerdo con la afirmación de que «Toda acción del sistema nervioso puede considerarse como una suma de actos reflejos simples». La psicología tenía un claro sustrato fisiológico, de arcos reflejos, sinapsis y uniones neuronales (en la dirección de Cajal). Las polémicas con la Iglesia católica continuaron a lo largo de toda su vida y lo mismo su acción política y su preocupación europeísta.

      La Cátedra de Psicología Experimental la obtuvo por oposición en 1902, en la Facultad de Ciencias de la Universidad Central de Madrid. Fue la primera cátedra propiamente de Psicología que se organizaba en España. Una preocupación de Simarro fue organizar un laboratorio de psicología experimental, labor que encontró muchos obstáculos, tardó muchos años y tuvo un éxito limitado. El laboratorio que tenía en su casa cumplió esta función durante mucho tiempo. En la cátedra de Psicología Experimental, Simarro utilizó el libro de Wundt Compendio de psicología, traducido al español, y más tarde el libro Compendio de psicología fisiológica de Ziehen. A este último le escribió un prólogo.

      Simarro trabajó como perito forense y se preocupó por la psicología jurídica, implicándose en complicados procesos. Siempre defendió la perspectiva científica, la justicia social, los derechos humanos, las ideas modernas («europeizantes») y la educación progresista. Fue amigo de Miguel de Unamuno, Juan Ramón Jiménez, los principales científicos españoles de la época, admirador de Estados Unidos (y también de la Rusia soviética…) y colaborador de varios pensadores hispanoamericanos.

      Para este destacado español, sus intereses investigativos y sus compromisos políticos (la llamada «cosa pública») entraron en conflicto en lo que se refiere a tiempo y energías. Fue un verdadero «testigo de su tiempo», un hombre de ciencia, gran investigador, gran pensador y profundamente involucrado en la España de las últimas décadas del siglo XIX y primeras del siglo XX, época de enormes transformaciones en la sociedad, la política, la ciencia y la psicología.

      El presente libro es el análisis de la obra de un gran científico y un hombre comprometido con su tiempo. Es también la descripción crítica de una época de gran importancia en la historia de Europa, la sociedad española, la descripción de los orígenes de la nueva ciencia psicológica y su inserción en ese país: los avatares del evolucionismo de Darwin, Haeckel y Spencer, las polémicas acerca de las localizaciones cerebrales de las funciones psicológicas y, como telón de fondo, una civilización que cambiaba a grandes saltos y que iba a producir enormes conflagraciones en el nuevo siglo.

      Todo esto va narrado con la pluma magistral de Helio Carpintero, lo cual hace que el libro sea un placer de leer.

      RUBÉN ARDILA

      Universidad Nacional de Colombia

      AGRADECIMIENTOS

      Este libro es el resultado de una larga serie de estudios precedentes en los que he venido trabajando ya desde hace años. Debe mucho a algunos colegas, varios de ellos compañeros míos en la Sociedad Española de Historia de la Psicología, en cuyas reuniones ciertos temas fueron presentados, y se enriquecieron con las críticas de aquellos.

      En particular, debo mencionar a Javier Campos, que ha venido cuidando del legado de Simarro en la Universidad Complutense de Madrid. Junto con él y con Javier Bandrés dediqué muchas horas a preparar una exposición consagrada a la obra y la persona de Simarro, en 2002, celebrada en la Universidad Complutense primero y luego en la Universitat de València.

      También ha sido muy enriquecedora para mí la colaboración con Emilio García, con quien edité la tesis de Simarro y publiqué algunos artículos, también en 2002, en la Revista de Psicología General y Aplicada, así como en la Revista de Historia de la Psicología. Estos me han servido de base para las consideraciones que dedico al tema aquí.

      Mi gratitud también a Antonio Heredia, de la Universidad de Salamanca, y a Consuelo Luca de Tena, directora del Museo Sorolla de Madrid, a los que debo el haber podido disponer de las correspondencias con Unamuno y con Sorolla, al tiempo que he de agradecer muy de veras a Javier Fernández, director de la Biblioteca de la Facultad de Psicología de la Universidad Complutense, las facilidades que me proporcionó para acceder a la documentación de Simarro que allí se guarda. Y no debo dejar de mencionar a Pablo Ramírez, director de la Biblioteca de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas de Madrid, por sus muchas gestiones para facilitar mi conocimiento de artículos y obras de difícil localización.

      Mi agradecimiento, en fin, a la Universitat de València, y su Servei de Publicacions, que ha querido incorporar este libro a su catálogo. Mi deuda con

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